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Los destellos intermitentes de las armas de fuego hacían que le resultara imposible ver la mitad de los objetivos contra los que disparaba. Retrocedió hacia la posición de Fetlock, pero los medio muertos continuaban avanzando. Algunos tenían ojos brillantes o cuchillos que destellaban, pero la mayoría de ellos eran sólo manchas oscuras, siluetas recortadas sobre la sombra rota de los árboles. Uno la acometió con una llave inglesa, por encima de la cabeza, y ella lo vio justo a tiempo de levantar el arma y volarle la cabeza de un disparo. Otro pasó de un salto por su lado, aullando, e intentó apuñalar salvajemente a un policía de cazadora azul con un cuchillo de cocina. El policía disparó a quemarropa al pecho del atacante, una y otra vez, pero el medio muerto siguió atacando con el cuchillo, y siguió, y siguió, hasta que el policía soltó una exclamación ahogada y cayó. Glauer dio media vuelta y cortó al medio muerto en dos con una ráfaga, para luego volverse hacia al bosque justo a tiempo, ya que otros tres medio muertos corrían hacia ellos.
Le acertó a uno con una ráfaga de tres disparos en la cara, al siguiente le voló un brazo y le hizo dar vueltas y tropezar con raíces de árboles. El tercero aulló y saltó en el aire con la intención de destrozar el cráneo de Glauer con un tronco. Clara echó una rodilla en tierra y le atravesó un ojo de un disparo, lo que hizo que cayera hacia atrás.
—Gracias —dijo Glauer.
Ella no tuvo tiempo de responder. Llegaban más de aquellos bastardos. Le disparó a uno en la boca, y luego se volvió para encararse con otro que se encontraba a sólo doce metros de distancia.
—Son tantos… —jadeó ella—. Malvern lo ha apostado todo esta vez, ¿no? Y que haya matado a esta enorme cantidad de gente sin atraer la atención de la policía…
Dejó de hablar cuando una cuchilla de carnicero pasó silbando junto a uno de sus oídos. Con cuidado de no soltar la pistola, se apartó a un lado y luego levantó un pie y lo descargó contra la rótula del medio muerto. El ser gritó al caer, pues ya no podía mantenerse de pie. Aun así se arrastró hacia ella, intentando herirle los tobillos con la cuchilla, hasta que ella le metió un tiro en la nuca.
—Creo que a Justinia ya no le preocupa la policía. Fetlock le ha proporcionado la oportunidad perfecta de eliminarnos a todos en una sola noche. Después de esto —dijo Glauer—, no quedará nadie que conozca sus trucos.
Los rodeaba por todas partes un combate desesperado. Los policías aporreaban a los medio muertos con armas de fuego descargadas, o simplemente los golpeaban con los puños desnudos. Los medio muertos tenían una estructura tan débil que un buen gancho de derecha podía arrancarles la cabeza, y si la lucha hubiera sido de uno contra uno, los policías habrían podido derrotar fácilmente a los soldados de Malvern. Pero eran demasiados, y a cada minuto que pasaba había menos policías. Clara vació la pistola en la espalda de un medio muerto, y luego se inclinó para recoger otra arma del cinturón de un policía muerto. Se abrió paso a patadas, puñetazos y tiros a través de un apretado grupo de aquellas criaturas en dirección a una casa prefabricada, para poder al menos apoyar la espalda contra algo y ver venir la muerte cuando fuera a buscarla. Glauer la siguió y la cubrió lo mejor que pudo.
—¡Todos hacia aquí! —gritó ella, con la esperanza de reunir algunos policías. Si pudieran entrar en una de las casas, tal vez podrían atrincherarse en ella, quizá podrían resistir allí un poco más—. ¡Es vuestra única posibilidad! ¡Por aquí!
Uno de los policías alzó la mirada hacia Clara como si deseara desesperadamente creer que sabía lo que estaba haciendo. Alzó una mano hacia ella, pero ya le manaba sangre de la boca. Cayó hacia delante y ella vio el cuchillo que tenía clavado en la parte posterior del cráneo.
Clara tembló de horror, pero sabía que no podía permitirse perder la serenidad. Se sacudió el miedo de encima, al menos por el momento.
—¡Por aquí! —volvió a gritar.
No hubo respuesta. O bien los policías estaban demasiado ocupados en defenderse, o no quedaba nadie vivo para oír su llamada. Se apoyó de espaldas contra la casa prefabricada y miró a su alrededor, en busca de Glauer, aterrada ante la posibilidad de haberlo perdido en la masacre. Entonces apareció ante ella, una sombra enorme que forcejeaba como loca con un medio muerto que se le había aferrado a la espalda. Con una oleada de asco, Clara vio que le faltaban ambas piernas —acababan en unos muñones—, pero sus brazos se cerraban con fuerza en torno a la cintura de Glauer, y sus dientes estaban clavados en el cuello del agente.
Ella se lanzó hacia delante y lo sujetó por la cabeza, momento en que sintió que se rompían unas tiras de piel bajo sus dedos al tocarle la cara. El medio muerto rió como un maníaco cuando ella le separó las mandíbulas para que soltara a Glauer. Continuó riendo incluso cuando le arrancó la cabeza del cuello y la arrojó hacia la oscuridad. También tuvo que quitarle los brazos de encima a Glauer.
—Joder, gracias —dijo Glauer, que jadeaba trabajosamente. Tenía cortes por toda una mejilla y el cuello, y le habían arrancado una manga de la camisa. Presentaba una fea herida en un codo, pero aún estaba en pie.
—No me lo agradezcas —le dijo ella—. Mira.
Él se lanzó de espaldas contra el costado de la casa para protegerse, y luego se fijó en lo que ella ya había visto.
Estaban rodeados. Los medio muertos se acercaban a ellos desde todas partes, con cuchillos en sus huesudas manos. Había al menos una docena que iba en línea recta hacia Clara y Glauer. Ella aún oía algún disparo, de vez en cuando, pero sonaban a lo lejos, demasiado lejos para abrigar alguna esperanza de recibir refuerzos.
—¿Cómo estás de munición? —preguntó Glauer.
—Ni idea, y no tengo tiempo de comprobarlo. Pero no debe quedarme mucha. ¿Y tú?
Le enseñó las manos vacías.
—Ese bastardo me ha quitado el arma.
—Mierda —dijo Clara.
—Caeremos luchando, ¿vale? No nos rendiremos.
—Es mejor que permitir que nos mate Malvern.
—Sí —convino Glauer—. Es lo mejor.
Clara miró lo que él señalaba, un medio muerto armado con un machete. Aferraba el arma con ambas manos y la alzaba por encima de la cabeza. Ella apuntó con la pistola y le disparó a los bíceps. Los brazos se le cayeron de los hombros pero no soltaron el machete. Le volvió a disparar, esta vez al pecho. Giró hacia un lado, pero luego se recobró y avanzó un paso hacia ella. Clara preparó el siguiente disparo, esta vez apuntando a la frente, y…
La pistola chasqueó. Se había quedado sin balas.
Los medio muertos rieron como locos y echaron a correr hacia ellos, pues sabían que ya no tenían nada que temer. Clara le lanzó la pistola al que tenía más cerca, y luego flexionó las piernas para adoptar una posición de lucha, con los puños cerrados.
Ya había estado antes en situaciones cercanas a la muerte. Muchas veces. En ocasiones se apoderaba de ella una calma escalofriante. Otras se sentía como si estuviese fuera de su propio cuerpo, observando lo que sucedía con crítico distanciamiento.
Esta vez simplemente sentía pavor.
—Me alegro de haberte conocido —gritó Glauer, y a continuación se lanzó contra los medio muertos que se acercaban a la carrera.
—¡No! —gritó Clara.
Oyó que algo de madera se rompía detrás de su cabeza, con una detonación parecida a la de un disparo apagado. No tenía ni idea de qué había hecho ese ruido, ni le importaba. Pero sí que logró gritar cuando la puerta de la casa prefabricada se abrió de golpe.
Urie Polder salió con paso tambaleante. Su brazo de madera estaba roto cerca del hombro. Su otra mano se alzó hacia el rostro, y a la luz que salía por la puerta de la casa Clara vio que tenía la palma llena de una especie de polvo destellante.
Inspiró profundamente, luego sopló con fuerza el polvo y lo hizo volar hacia fuera en una nube de luz chispeante. En su mano no podía haber habido más de quince gramos de polvo, pero la nube que se formó fue creciendo y creciendo, hinchándose al flotar hacia los medio muertos.
Cuando el polvo brillante los tocó, empezaron a gritar. Dejaron caer las armas y se pusieron a rascarse como maníacos la piel que llevaban al descubierto, arrancándose la que les quedaba, rascando hasta que los huesos de los dedos atravesaron correosos músculos rosados, rascando hasta hacerse pedazos ellos mismos. Continuaban gritando mucho después de haber caído. Parecía que no iban a dejar de gritar nunca.
Glauer había estado trabado en una llave de lucha con uno de los medio muertos. El polvo no pareció afectarlo a él en lo más mínimo, pero sus ojos se abrieron de par en par cuando la criatura que sujetaba se hizo pedazos entre sus manos. La arrojó lejos de sí, y luego volvió corriendo a la casa prefabricada y le hizo un gesto de asentimiento a Urie Polder.
—Hum… con eso bastará —dijo Polder.