40

Dentro del furgón celular hacía un calor sofocante. Casi no había ventilación, y aunque el vehículo tenía aire acondicionado nadie había pensado en encenderlo. El sudor corría por la piel de Caxton y le pegaba la ropa al cuerpo. Tenía que rodar continuamente de un lado a otro para evitar que sus piernas se le quemaran en aquel suelo tan caliente, pero ese gasto de energía hacía que sudara y se acalorara todavía más. Por si eso fuera poco, el interior estaba casi tan negro como la brea. No veía nada, y sólo oía de vez en cuando algún sonido procedente del exterior cuando alguien pasaba corriendo, o gritaba una orden o alguna información. Las gruesas paredes del vehículo le impedían entender la mayor parte de lo que se decía, así que no tenía una idea real de lo que estaba sucediendo en el exterior, cosa que le resultaba verdaderamente irritante. Si quería trazar un plan, encontrar un modo de escapar, necesitaba con desesperación más datos.

No se le había ocurrido darse por vencida sin más… dejar que Fetlock la llevara de vuelta a la prisión, a esperar allí hasta que Justinia Malvern fuera a matarla… otra vez. Tenía plena consciencia de que, probablemente, aquélla sería su suerte. Pero todavía podía pensar, podía planear, podía imaginar formas de cambiar la situación en que se encontraba.

Antes o después, alguien tendría que ir a sacarla del furgón celular. La cadena que conectaba las esposas con los grilletes de los tobillos era un poco demasiado larga. Si estaba totalmente preparada, tal vez lograría darse la vuelta y rodear un cuello o un brazo con esa cadena. Si podía incapacitar a quienquiera que fuese a buscarla, quedaría sin guardias y con la puerta abierta.

Suponiendo que Fetlock enviara una sola persona a buscarla. Cosa que no haría. La Agencia de Prisiones ya lo había hecho antes, y sabían cuáles eran los riesgos. Dos guardias con uniforme antidisturbios completo y protecciones para el cuello serían quienes la sacaran de allí. Entre tanto, toda una brigada de guardias con escopetas y pistolas eléctricas estaría esperando en las proximidades, por si ella intentaba algo.

De acuerdo. Así pues, quizá lograría salir de aquella situación hablando. Si Fetlock volvía a visitarla, ya fuera para regodearse o para interrogarla, podría ofrecerle algo que él necesitaba con desesperación. Su pericia. Podría prometerle que le contaría todo lo que había logrado aprender sobre cómo matar vampiros, a cambio de… Ni siquiera por dejarla escapar. Sólo por permitirle quedarse unas semanas más en La Hondonada, para consolidar su legado. Con el fin de preparar a Simon y Patience para la larga vigilancia que los esperaba, y que duraría generaciones. Para enseñarles lo que sabía.

Había sólo un problema. Fetlock nunca se dejaría convencer. Él suponía que sabía todo lo que necesitaba sobre matar vampiros. Aunque nunca hubiese logrado hacerlo sin ayuda de ella.

Caxton se mecía de un lado a otro, intentando evitar que su piel desnuda permaneciera demasiado tiempo en contacto con el abrasador suelo metálico del furgón celular. Esos vigorosos movimientos también contribuían a que su sangre circulara bien. Si tenía que actuar con precipitación, no podía permitir que se le durmieran las piernas.

También le ayudaba a descargar una parte de su rabia.

Clara.

Clara, la muy tonta. Clara, que aún creía en el amor y en preocuparse de la gente, y en el valor de la vida humana. Clara, que nunca lo había pillado, nunca había entendido que aunque un sólo vampiro continuara con vida, nadie estaría nunca a salvo. Que no había nada más importante que acabar con Justinia Malvern, y llevar los vampiros a la extinción de una vez y para siempre.

Clara. Que estaba tan guapa. Que se había cambiado un poco el corte de pelo, que se había quitado el flequillo, pero esos ojos eran… eran…

Clara, que no era nada más que una distracción. Incluso en la oscuridad, Caxton cerró los ojos con fuerza para intentar borrar la imagen que tenía dentro de la cabeza. La imagen de Clara con expresión de haber sido traicionada. Intentando devolverle la traición. Pero todo aquello era culpa de Clara. Había tenido que ir a La Hondonada a joderlo todo.

Clara…

Alguien golpeó las puertas del furgón celular. Entonces se abrieron, y la brillante luz del sol cayó sobre el rostro de Caxton. Si no hubiera tenido ya los ojos cerrados, habría quedado cegada. Caxton inspiró con fuerza cuando el aire fresco entró como un torrente en el espacio cerrado, y sus pulmones lo consumieron como un niño devora caramelos.

Con lentitud, abrió los ojos apenas para ver quién había ido a buscarla.

No era nadie a quien reconociera. Un tipo con uniforme antidisturbios del SWAT que llevaba una botella de plástico llena de agua en una mano. Pensó que tenía una cara particularmente típica de Pensilvania. Una mezcla de ancestros de Europa Oriental y paletos puros de los Apalaches. Le sonreía como si ella fuera un venado con astas de doce puntas que acabara de enfocar con la mira de su fusil de caza.

De pie detrás de él había seis hombres con armas, y todos los cañones apuntaban a la cara de ella.

—¿Nos marchamos ya? —preguntó—. He estado esperando aquí durante lo que parecen horas. —Le quedaba lo suficiente de su antiguo espíritu como para querer ser desagradable—. Si voy a ir a la prisión, me gustaría llegar allí a tiempo de cenar.

—Todavía no —replicó él. Su acento era igual que el de Urie Polder. Aquello no la consoló mucho—. Pero hemos supuesto que a estas alturas tendría sed. —Le lanzó la botella.

Ella consiguió atraparla antes de que se alejara rodando. Estaba tibia, pero ni remotamente tan caliente como el suelo del furgón celular, y por eso se sintió desmesuradamente agradecida.

—Gracias —dijo—. ¿Va a quitarme las cadenas para que pueda bebérmela? ¿O va a sostenérmela como si fuera un biberón?

Él rió.

—No me dé las gracias a mí. Fue su chica la que convenció al marshal Fetlock de que podría morir deshidratada ahí dentro. Y no podemos permitir que se nos muera. Todavía no, al menos.

¿Clara le había enviado la botella de agua? Caxton apartó a un lado la ola de gratitud que ascendió como un torrente a su garganta.

—No ha respondido a mi pregunta. ¿Cómo se supone que tengo que beber esto?

El agente del SWAT se encogió de hombros y volvió a reír.

—Se supone que usted es una chica lista. Soluciónelo usted sola.

A continuación le cerró de golpe las puertas del furgón celular en la cara, y ella oyó que volvían a cerrarlas con llave.

—¡No! —gritó, a pesar de sí misma—. ¡No! ¡Vuelva! ¡Dígame qué está pasando!

Tal y como había esperado, no consiguió nada con eso.

Durante un rato se quedó allí tumbada, intentando no pensar en Clara. En general lo consiguió. Luego volvió la atención hacia la botella de agua.

Era una empresa sin esperanza. No había manera de que lograra abrirla sin derramar todo el contenido por el suelo. Pero era algo en lo que concentrarse. Un proyecto. La ayudaría a mantener la mente apartada de otras cosas.

Tardó casi toda una hora, pero quería hacerlo bien. Tenía que experimentar con todos los posibles ángulos y todas las maneras de sujetar la botella sin usar las manos, dado que aún las tenía esposadas a la espalda. Logró girar y apoyarse contra los bancos del furgón celular, y luego empujó la botella de agua contra las inamovibles puertas. Entonces, con los dientes intentó hacer girar el tapón. Sabía que se necesitaría mucha torsión para romper el precinto de plástico, tal vez más fuerza de la que ella podía ejercer. Estaba tan acalorada y sudorosa, y le quedaban tan pocas fuerzas… Pero aun así…

Era mejor intentarlo que desesperar y aceptar tener tanta sed como tenía.

Sujetó el tapón con los dientes y torció el cuello en un movimiento incómodo. Puso todo lo que le quedaba en la tarea…

…y de inmediato se derramó encima la mitad del agua de la botella. El maldito tapón no había estado precintado. Ya habían abierto la botella.

«¡Hijo de puta!», pensó. El agente del SWAT había abierto la botella antes de dársela. Chupó con ansia el agua que le corría por la camisa, intentando beber toda la que pudiera. No le prestó mucha atención al tapón que acababa de quitar —no había manera de que pudiera volver a ponérselo a la botella—, y lo dejó caer al suelo del furgón celular.

Donde aterrizó con un apagado sonido metálico.

En ese momento estuvo muy a punto de perder el resto del agua. Pero de alguna manera logró beber toda la que quedaba antes de investigar el sorprendente sonido. Entonces, cuando se sintió bastante segura de haber visto lo que había causado el ruido, se esforzó para no dejarse llevar por la esperanza.

Pero no. Era verdad.

Encajado dentro del tapón de plástico había un corto cilindro de acero niquelado, con una pestaña estrecha en un extremo. Caxton lo reconoció al instante, por supuesto. Había visto cosas como ésa durante toda su vida adulta. Las había usado más veces de las que podía contar.

Era una llave para esposas.

—Clara —susurró, aterrada ante la posibilidad de hacer demasiado ruido, aterrada ante la posibilidad de que, en cualquier momento, el agente del SWAT volviera a ver cómo estaba—. Clara… gracias.

32 colmillos
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