50

Malvern echó la cabeza atrás y alzó un brazo con el fin de protegerse la cara, pero ya era demasiado tarde para impedir el ataque. Por un momento, el vestido, la peluca, e incluso su piel, oscilaron, y le sobrevino una extraña transformación. La vampira había desaparecido, reemplazada por un agente del SWAT ataviado con el uniforme de combate y el casco.

No, pensó Clara. No era un agente del SWAT quien llevaba el uniforme de combate. Continuaba siendo Malvern. Lo que veía era, en realidad, el aspecto que tenía Malvern en esos momentos. El ser radiante que había descendido de la cresta, la criatura de vestido, peluca y parche era una ilusión, una imagen creada en la mente de Clara por los hechizos de Malvern.

Darnell había visto a través de la ilusión con su ojo de serpiente. Era lo que había querido decir cuando había informado a Fetlock de que sus balas le habían perforado la armadura pero no la piel. Clara ya podía ver los daños causados, los cráteres abiertos en el chaleco y el casco de Malvern, donde le había disparado Darnell con su munición militar. Debajo veía una piel blanca perfecta, intacta, sin heridas.

Tenía mucho sentido, por supuesto. Cuando Jameson Arkeley se había enfrentado con Caxton, se había tomado la molestia de ponerse un chaleco antibalas. Y en aquel caso, Caxton se había visto obligada a usar balas perforantes recubiertas de teflón. Seguro que Malvern estaba muy atenta a lo que sucedía entonces. Al principio del ataque contra La Hondonada, le había quitado el uniforme antidisturbios a uno de los agentes del SWAT, y se lo había puesto. Su piel era una protección muchísimo mejor que cualquier cosa diseñada por los seres humanos, pero nunca iba mal ser cuidadoso.

Lo que Clara no sabía era por qué había usado una parte de su poder mágico para ocultar la verdadera apariencia que tenía. Tal vez por simple vanidad, o por el deseo de tener la apariencia más terrible que pudiera. En ese aspecto, lo había logrado a la perfección.

La ilusión se restableció antes de que Caxton hubiese aterrizado de pie. Malvern se aferró el ojo, pero a Clara no le pareció que lo tuviese lesionado en lo más mínimo. Bueno, por supuesto que no. Si podía recibir un misil Hellfire de lleno en la cara sin inmutarse, una improvisada lanza de acero no iba a sacarle el ojo. Tenía que haberle causado más sobresalto que daño.

Cosa con la que, por supuesto, había contado Caxton.

Laura no se volvió a hacerle un gesto de asentimiento a Clara al pasar corriendo. Sabía que tendría encima a Malvern en una fracción de segundo. Así pues, corrió a la máxima velocidad posible hacia la cresta del otro lado del claro, la cresta sin edificaciones que se encontraba frente a la que ocupaba la casa de Polder.

—¡Ahora, Urie! —gritó, volviendo la cabeza, mientras corría—. ¡Atacadla ahora!

Clara no había visto cómo Urie Polder y Heather se situaban en posición. Ni tampoco Malvern, al parecer. Entonces, en el preciso momento en que Malvern comenzaba a ponerse otra vez de pie para perseguir a Laura, Urie y Heather le posaron cada uno una mano sobre un hombro, como si intentaran llamar su atención.

—Eso es un suicidio —jadeó Glauer.

Clara se volvió y vio que estaba detrás de ella, pegado al lateral de una de las pocas casas prefabricadas que quedaban intactas.

Patience Polder se encontraba de pie junto a él.

—No —dijo—. Es un sacrificio.

Clara observó, paralizada, mientras Malvern se erguía en toda su estatura y comenzaba a volverse para encararse con los dos brujetos. Alzó un brazo y lo echó hacia atrás en un gesto que, de haberse completado, los habría destripado a ambos.

Sin embargo, al ir hacia atrás el brazo de Malvern para adquirir impulso, fue como si se moviera a cámara muy lenta. Se movió centímetro a centímetro por el aire, recorriendo escasa distancia, como si el tiempo mismo se distorsionara.

—¿Qué le están haciendo? —preguntó Glauer.

—Robándole su poder —explicó Patience—. Drenándole la magia que la sustenta. Cuando más lucha ella, más energía fluye al interior de ellos. Cada vez que intenta moverse, cada vez que fuerza tan sólo un músculo, ellos le absorben más.

—Pero eso… eso es perfecto —dijo Glauer, y sopesó el fusil—. La tienen completamente en su poder. Podemos acercarnos sin más y destruir su corazón. ¿Qué nos lo impide? ¿Por qué no lo han hecho antes?

—Porque dentro de unos cinco segundos más, el poder los abrumará. Eso no es una solución —dijo Patience—. Es una táctica de diversión, nada más. Antes de que pudieran llegar hasta ella, ya sería demasiado tarde.

Clara veía lo que la energía drenada estaba haciéndole a Heather. Los ojos de la mujer se desorbitaron y su boca se abrió de golpe. La mano libre le temblaba con un fuerte espasmo al esforzarse ella por mantener la otra en contacto con Malvern. La vampira se había vuelto tan poderosa que no había manera de que un humano pudiera absorber toda su energía.

Vio que del tocón del brazo de madera de Urie Polder manaba humo. Un momento después estalló en llamas. Polder cerró con fuerza los ojos a causa del dolor, pero mantuvo la mano humana en contacto con Malvern y se negó a ceder.

Sin embargo, a esas alturas era evidente que se trataba de una batalla perdida. El brazo de Malvern se había puesto en movimiento una vez más, con lentitud, apenas un par de centímetros por vez. Pero se movía. Y el ojo de ella ardía como una antorcha, una colérica llama roja que evidenciaba sus intenciones.

Entre tanto, Caxton había llegado a la ladera de la cresta… y allí se detuvo. Aferró el borde de lo que parecía ser una sábana y tiró con fuerza, haciendo caer una masa de ramas y hojas que estaban recostadas contra una roca. Quedó a la vista una abertura que había en la cresta. La boca de una cueva natural.

Clara se volvió a mirar a Glauer y Patience.

—¿Qué está haciendo? ¿Qué hay ahí?

Patience frunció el ceño y se encogió de hombros.

—El lugar donde las dos van a reunirse por última vez. Donde tendrá lugar la batalla final.

—¿Quieres decir que Laura va a atraer a Malvern al interior de una cueva para luchar allí con ella? Pero ¿por qué? Eso no tiene el más mínimo sentido. ¿Estás diciéndome que va a entrar ahí y luchar en solitario contra Malvern? Pero si ni siquiera está herida.

—Sus armas estarán preparadas. La estrategia la ha trazado ella —dijo Patience—. Y ahora, si no le importa, debo ver morir a mi padre. Se lo debo.

Clara se quedó boquiabierta. Se volvió otra vez y contempló el cuadro vivo que se desarrollaba junto al destrozado furgón. Heather y Urie Polder se debilitaban ya de manera visible, y sus cuerpos iban inclinándose mientras aún luchaban por mantener el contacto con la vampira. El brazo de Malvern había llegado al punto más alto del arco, y sus músculos estaban tensos para completar el ataque.

—Por amor a mamá, padre —gritó Patience—. ¡Por amor a mamá, resiste!

—Por… mi… Vesta —gruñó Urie Polder—. ¡Hum!

Pero la retroalimentación de la energía que estaba absorbiendo de Malvern era excesiva. Primero sucumbió Heather, que cayó al suelo como un saco de patatas. Ascendía humo de su vestido, que ardía sin llama. Eliminada Heather, el hechizo fue demasiado incluso para un hexenmeister como Urie Polder. Todo su cuerpo se sacudió como si sufriera un ataque de epilepsia. Las llamas del tocón de madera se propagaron a su camisa, y comenzaron a devorarle la barba y el pelo. Se puso a gritar como loco, de modo incontrolable, mientras la energía le consumía los órganos internos, hasta que en su piel desnuda aparecieron grietas de luz. Hasta que sus ojos estallaron en nubes de vapor.

Clara no pudo mirar lo que vino a continuación. No podía soportar verle morir.

Así pues, en lugar de eso hizo lo único que pensaba que aún era capaz de hacer. Echó a correr a través del claro, hacia la entrada de la cueva. Si Laura iba a enfrentarse con Malvern ahí dentro, no iba a hacerlo sola.

—¡Clara! —gritó Glauer a sus espaldas, no muy lejos—. ¡No!

Pero Clara se negó a escucharlo. Ni siquiera ralentizó la carrera cuando oyó un repentino alarido detrás de sí, aunque echó una mirada atrás. Lo justo para ver que Urie Polder soltaba el hombro de Malvern. Lo justo para ver que Malvern volvía a moverse en un destello de músculos blancos, lo justo para ver que sus dedos golpeaban la cara y el pecho de Urie Polder como la afilada garra de un águila.

A Clara no le cupo ninguna duda de que estaba muerto antes de caer de rodillas. Había sido lo mejor que podía ser un hombre: valiente, sabio y dispuesto a hacer algo absolutamente estúpido si eso significaba ayudar a otros, si con ello ganaba para el resto de ellos un segundo de gracia.

Al llegar a la entrada de la cueva y cruzarla a la carrera, Clara tomó nota mental de rendirle honores adecuados en algún día futuro. Suponiendo que sobreviviera a esa noche.

32 colmillos
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