23

Clara salió como una tromba del edificio del cuerpo de los marshals con la sensación de no poder respirar, como si pudiera morirse en cualquier momento. Lo había perdido todo: su trabajo, la razón por la que cada mañana se levantaba de la cama, el teléfono, maldición, iba a quitarle el teléfono. Tendría que conseguir otro, ¿y cómo iba a pagarlo? Cómo pagaría el alquiler, o la gasolina del coche, o… o…

Empezó a llorar, intentó reprimir el llanto y fracasó. Se frotó los ojos para eliminar las lágrimas. Si Fetlock la veía llorar en ese momento, si estaba observándola desde la ventana de su despacho, jamás se lo perdonaría a sí misma.

Despedida. Sí. La habían despedido.

Reprimió las lágrimas, y empujó todas las preocupaciones y miedos al fondo de sí misma, donde los comprimió. El espacio que dejaron libre lo ocupó la rabia, que ascendió borboteando. Como un viento caliente que barriera la parte superior de su cerebro, una rabia que le erizaba la piel.

Se enfadó con Laura.

—Tenías que marcharte y dejarme con esto. Tenías que irte a cazar vampiros.

»¡Y los vampiros están aquí!

»Deberías haberme querido más. Deberías haberme querido más de lo que querías luchar contra Malvern. Deberías haber dicho “no” cuando Arkeley te reclutó para esta cruzada demencial. Jamás deberías haberte metido a policía. Podrías haber trabajado en Dunkin’s Donuts y haberme hecho el café cada mañana, y entonces, un día, me habrías puesto el azúcar en el café antes de que te lo pidiera, y nos habríamos mirado a los ojos, y tú habrías dicho algo bonito sobre mi pelo, y luego… y luego…

»Y luego habríamos sido normales. Habríamos sido felices y aburridas, y nada de esto habría sucedido, y ahora yo iría camino de casa, y tú estarías tumbada en mi cama, esperándome. Esperando para oír cómo había ido mi agradable, normal, aburrido día, como agradable, normal y aburrida fotógrafa policial.

»Habríamos sido felices.

»Y cuando aparecieran los vampiros, cuando empezaran a matar gente, entonces… Entonces, ¿qué? Entonces no habría sido nuestro problema. Habría sido algo sobre lo que leeríamos en los periódicos, algo con lo que haríamos bromas. Tú te habrías preocupado por mí, porque estaría hasta altas horas de la noche en todos esos escenarios de crímenes, pero yo te habría dicho que no pasaba nada, que yo sólo llegaba a ver lo que había sucedido cuando ya había acabado y que no me afectaba, que no podía afectarme.

»Pero tenías que ser policía. Y una intrépida cazavampiros. Y yo tenía que pensar que eso era sexy. Debería haberme alejado de ti entonces. Debería haber salido corriendo.

Glauer la cogió por un brazo y ella estuvo a punto de gritar.

—Ven.

Ella se disponía a protestar, pero él ni siquiera la miraba a la cara. La llevó a través del aparcamiento. Dejó atrás su propio coche. Dejó atrás el coche alquilado que ella había aparcado en la entrada, como si hubiese sabido que iba a querer marcharse a toda prisa. Miró hacia ambos lados de la calzada y luego la llevó a remolque y la hizo cruzar cuatro carriles desiertos, a la carrera. Al otro lado estaba el aparcamiento de un bloque de consultorios de dentistas y quiroprácticos. Delante del edificio había una línea de árboles, grises por un lado debido al polvo de la carretera. La llevó hasta un lateral del edificio y a través de una puerta, hasta una sala de espera con aire acondicionado que estaba llena de revistas antiguas y litografías de arte moderno malo en marcos baratos.

Por fin, ella pudo hablar:

—¿Qué demonios estamos haciendo aquí?

—Es un sitio seguro. Podemos hablar. Yo vengo aquí por mi espalda una vez a la semana, y todas las enfermeras me conocen.

Clara miró hacia el mostrador de recepción. Una enfermera que llevaba una bata decorada con ositos alzó la mirada hacia ella durante un segundo, y luego cerró una ventanilla de cristal mate para que se sintieran solos.

—¿Tu teléfono? —preguntó ella.

—En mi coche. Confía en mí. Este sitio es seguro.

Ella se dejó caer en el sofá que miraba hacia la puerta. Sólo tenía ganas de acurrucarse y dormir durante mucho tiempo. En lugar de eso, mantuvo los pies en el suelo y las manos sobre el regazo.

—Me ha despedido —dijo.

—Ya lo sé. Me dijo que iba a hacerlo.

Clara meneó la cabeza. No había secretos en las oficinas de Fetlock. Todos conocían los asuntos de todos. Fetlock pensaba que los chismorreos eran perjudiciales para la cultura de equipo que él quería crear, así que, para prevenir los chismorreos, todo se decía abiertamente. Ella lo odiaba. Sin embargo, le encantaba recibir el cheque del sueldo. Y poder estar al día de cómo iba la caza de Laura Caxton. Y eso lo había perdido.

Entonces se le ocurrió algo.

—¿Tu espalda? ¿Tienes problemas de espalda?

Él suspiró.

—Sí, desde lo de Gettysburg. Los vampiros me dieron una buena paliza allí. Nos la dieron a todos. Caxton recibió la peor de todas, aunque nunca permitió que eso la detuviera.

—Lo… siento. Lo de tu espalda.

—Has tenido que pensártelo. Me refiero a qué decir —le comentó. Estaba sonriendo un poco. No lo hacía a menudo. Estaba haciéndole saber que no se lo había tomado a mal—. Caxton solía confiar en mí para eso. Para saber qué decir.

—Lo recuerdo.

—Curioso, ¿verdad? Un tipo grandote como yo. Y era el tipo amable. El poli bueno. Pero si luchas contra los vampiros durante demasiado tiempo, empieza a cambiarte el carácter. Dejas de pensar en los seres humanos como personas. Son sólo comida. Para Caxton, la mayoría de la gente encaja en una de dos categorías. Las personas que iban a interponerse en su camino y dificultar la lucha contra los vampiros, y las que eran útiles como cebo.

Clara hizo una mueca ante la idea, pero no pudo negar que era verdad.

—Caxton no tenía tiempo para nada que no fuera luchar contra ellos. Aceptaba que iba a resultar herida, aceptaba que algunas personas iban a morir. Aceptaba que su relación contigo iba a romperse.

Clara no tenía ni idea de adónde quería ir a parar, pero no le importaba. Su voz era tan calma y tranquilizadora que contribuía a apagar los fuegos del enojo y la indignación que ardían dentro de su pecho. Si no dejaba de hablar en horas, por ella no había problema.

Pero… allí había algo extraño. ¿Glauer, hablando tanto? Era del tipo fuerte y callado.

Debía de estar intentando decirle algo en concreto. Y ella estaba demasiado alterada para conjeturar de qué podía tratarse.

—Por supuesto, ella no empezó siendo así. Yo no la conocí hasta que fue a Gettysburg, para entonces ya estaba bastante acelerada. Pero todavía había un ser humano debajo de su disfraz de chica dura. Tú la conociste antes de eso. Tuviste que ver algo tierno en su interior. Algo que poder atesorar.

«Tantas cosas…», pensó Clara. Ella había sido… Laura había sido bondadosa, y, y, las personas le importaban, había querido salvarlas, a todas. Había querido protegerlas. En algún punto del camino había cambiado. Había pasado de querer salvar a la gente a querer matar vampiros. Punto.

—Fue Jameson Arkeley quien la volvió dura como una piedra. Le enseñó cómo dejarlo todo a un lado y concentrarse. Concentrarse de verdad en patear culos. Cada día se volvía un poco más como él.

—Tuvo que hacerlo —dijo Clara.

—¿De verdad? —Glauer se encogió de hombros. No parecía interesado en discutir ese punto—. Tú todavía tienes una posibilidad —dijo—. Creo que Fetlock tuvo razón al despedirte.

Ella se irguió, con la espalda muy recta, y lo miró fijamente a la cara. Él le devolvió la mirada sin la más leve expresión en el rostro. Tenía ganas de abofetearlo.

—Arkeley luchó contra los vampiros hasta que se convirtió en un monstruo. Caxton luchó contra ellos hasta convertirse en una delincuente. Ahora tú les quitas importancia a las heridas. Estás persiguiendo muertos a través de medio estado, intentando arrancarles respuestas por el medio que sea. Ahora tú estás convirtiéndote en algo que podrías acabar odiando.

—Tal vez… tal vez Laura volverá a quererme si me parezco más a ella.

—No. Eso no hará que te quiera. Podrías, pasado mucho tiempo, ganarte una especie de reacio respeto por parte de ella. Igual que ella consiguió un poquitín por parte de Arkeley. Pero él nunca la quiso por volverse como él. Él nunca quiso a nadie. Sólo se alegraba de que hubiera alguien que continuaría luchando cuando él hubiese desaparecido.

Clara asintió. Glauer tenía razón. Había visto cómo se comportaban Laura y Arkeley cuando estaban el uno con el otro. Había sentido celos. Que Dios la perdonara.

Glauer sacó un bloc de notas de un bolsillo, y un bolígrafo de otro. Escribió algo, luego arrancó la hoja y la dejó sobre el asiento, junto a ella.

—¿Qué es eso? —preguntó Clara.

—La dirección de Simon Arkeley. Ahora márchate, y, si quieres, cógela. O puedes dejarla donde está y marcharte a tener una vida aceptable. Sé que voy a lamentar haberte ofrecido esta alternativa. Pero es necesario que decidas por ti misma. Déjalo ya. Deja que los polis se ocupen de los vampiros, y márchate a hacer lo que te apetezca. Cualquier cosa que te guste hacer. Trabaja como experto forense, si quieres, pero hazlo en otra parte.

—¿O?

—O recoge este papelito.

Clara se puso de pie. Se apartó los mechones de pelo de la cara.

—Esto no es justo. No puedes hacerme decidir así.

—Yo no estoy haciéndote hacer nada.

Ella salió entonces de la consulta sin mirarlo a los ojos. No le dijo adiós ni vete a tomar por el culo. Aunque más o menos era lo que quería hacer. No hizo nada.

Salvo coger el papelito.

32 colmillos
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