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Malvern hendió la multitud de brujetos, y dejó un rastro de muerte tras de sí, destrozando con sus manos como garras a cualquier ser humano lo bastante necio como para interponerse en su camino.
—Marchaos, marchaos, largaos de aquí —gritaba Clara, que instaba a los brujetos que quedaban a escapar como pudieran. La mayoría recibieron el mensaje.
Uno de los últimos policías de cazadora azul que quedaban logró distraer a Malvern durante uno o dos segundos cuando le vació todo un cargador de fusil en la cara. Ella esperó hasta que hubo acabado, y luego lo atravesó con su propia arma de fuego.
Más atrás, cerca de los vehículos, a unas docenas de metros de distancia, Clara no podía hacer nada más que poner a punto su arma y prepararse para correr la misma suerte.
Urie Polder tenía sus propias ideas sobre qué hacer. Alzó en el aire el brazo humano y comenzó a murmurar algo en alemán. Pero antes de que pudiera lanzar cualquier hechizo que tuviera en mente, Darnell le asió el brazo y se lo bajó a la fuerza.
—Todavía no. ¿Piensa que no nos hemos preparado para esto?
—¿Tienen alguna otra cosa, muchacho? —preguntó Polder a voz en grito—. Será mejor que la usen ahora.
La puerta del centro móvil de mando de Fetlock se abrió, y el federal saltó fuera.
—Vamos muy por delante de usted —dijo—. Darnell, atraiga la atención de ella.
El agente del ojo de serpiente asintió y efectuó otro disparo con el fusil. La bala fue directamente hacia una de las puntiagudas orejas de Malvern. Se vio una nubecilla de humo y un pequeño destello, pero ningún daño aparente.
—Logro perforar su armadura, pero eso es todo —dijo Darnell.
¿Armadura? ¿Qué armadura? ¿Hablaba acaso de la peluca que llevaba Malvern? Clara estaba confundida, pero también tenía demasiado terror para decir nada.
—Dispare otra vez —dijo Fetlock.
El siguiente disparo de Darnell fue hacia la garganta de Malvern, con el efecto habitual, es decir, nada en absoluto.
Salvo que esta vez pareció fastidiarla lo bastante como para que se volviera. Se encaró con Fetlock y Darnell, con una sonrisa socarrona en los labios.
—Señorita Malvern —gritó Fetlock—. Tengo lo que usted quiere. —Levantó el walkie-talkie hasta los labios y dio una orden tensa que Clara no logró entender. Luego se volvió a mirar otra vez a Malvern—. Caxton está por este lado… si consigue llegar hasta ella.
La vampira le dedicó una ancha sonrisa que dejó a la vista todos sus horribles dientes. Comenzó a flotar hacia Fetlock y el centro móvil de mando… y el furgón celular que estaba detrás. Se tomó su tiempo.
La sorpresa de Fetlock fue inmediata. Clara sintió que se le echaba encima algo parecido a una tormenta. Un instante después oyó el ruido de las aspas del helicóptero que hendían el aire. Sin embargo, en lugar de pasar zumbando por encima de La Hondonada y alejarse volando otra vez, se quedó suspendido directamente encima de ella.
Malvern le dedicó una mirada momentánea, pero no se detuvo.
—Ahora —dijo Fetlock por el walkie-talkie.
Malvern abrió la boca como si quisiera decir algo. No tuvo oportunidad de hacerlo.
Clara no le había echado una buena mirada al helicóptero antes. No había reparado en el lanzamisiles que colgaba debajo del fuselaje. Se produjo un chisporroteo y un ruido sibilante, como si encendieran fuegos artificiales. El misil dejó una estela en el aire que hendió al ir hacia Malvern a tal velocidad que Clara ni siquiera pudo seguirlo con los ojos.
Una onda de presión y llamas estalló en el claro y sacudió las casas, al tiempo que prendía fuego a los cadáveres. La oscuridad fue desterrada por una luz repentina, y luego llegó el ruido, un trueno lo bastante potente como para lanzar a Clara al suelo.
—¡Joder! —gritó, pero ni siquiera ella misma pudo oír la palabra.
Cuando se atrevió a abrir los ojos otra vez, vio que estaba rodeada de personas que habían caído, algunas de las cuales aún se movían. Glauer yacía junto a ella, y cuando se irguió cayó de su espalda y su pelo una cascada de diminutos fragmentos de metralla humeante. Sujetó a Clara por un brazo y señaló hacia el lugar donde había estado Malvern.
Ya no estaba. Por un maravilloso, glorioso segundo, Clara creyó de verdad que el misil había impactado contra la vampira, que el arma la había hecho volar por los aires, que la había vaporizado.
Luego, Glauer movió el dedo unos tres centímetros hacia la izquierda.
Malvern flotaba por encima del suelo, a unos tres metros y medio de donde había estado cuando habían disparado el misil. Su vestido y su peluca ardían, llameando como si los hubieran empapado de gasolina. Su pálida piel parecía intacta. Ni siquiera chamuscada.
Su sonrisa no se había desvanecido.
—¡Otra vez! —chilló Fetlock.
Malvern se apartó a un lado justo antes de que lanzaran el misil, que pasó junto a ella y demolió una de las cabañas del otro lado del claro. Ella dio un paso hacia la derecha, como si se anticipara al siguiente disparo, y el misil voló en línea recta hacia los árboles de la cresta de detrás de ella.
El helicóptero disparó todos los misiles que le quedaban en rápida sucesión y en un amplio abanico para intentar acertarle según se movía. Malvern se cubría la cara con un brazo al verlos llegar, pero por lo demás se mantuvo firme.
Cuando pasaron las ondas de choque, cuando Clara pudo ver y oír otra vez, gimió de angustia. El vestido y la peluca de Malvern se habían convertido en prendas de fuego. Pero ella no había sufrido ni un arañazo. Cerró su único ojo encarnado durante un momento, y las llamas se apagaron cuando un viento sobrenatural comenzó a girar en torno a ella. La peluca y el vestido dejaron de arder casi al instante. No parecían haberse chamuscado siquiera.
—No —dijo Fetlock—. No, eso no es posible.
Malvern se sacudió algo de la parte delantera del vestido. Tal vez una mota de ceniza. Luego alzó la cara para mirar hacia arriba, al helicóptero.
Y entonces, no sucedió nada.
Al menos nada que Clara pudiera ver.
—Maldición —dijo Glauer—. ¡Maldito, maldito… Fetlock! ¡Hable por esa radio y dígale a su piloto que se largue de aquí! ¡Ahora que todavía puede hacerlo!
—Ella no ha podido sobrevivir a eso —dijo Fetlock, sin hacer caso de Glauer—. Nada puede sobrevivir al ataque de un misil Hellfire. Es imposible.
—Señor —se oyó a través del walkie-talkie—. Señor, ¿puede confirmar? Repita, ¿puede confirmar ese nuevo rumbo? No parece tener ningún sentido.
Eso sacó a Fetlock del trance.
—¿De qué demonios está hablando?
—Del nuevo rumbo que me ha dado. No parece… no, no, señor. No estoy desobedeciendo las órdenes. Lo haré, señor, es sólo que parece…
—¿Con quién diablos está hablando? —preguntó Fetlock, alzando la voz.
—No —dijo Clara, porque al fin lo entendió—. ¡Darnell! ¡Dispárele! ¡Haga que aparte la mirada del helicóptero!
Pero era demasiado tarde.
El piloto tenía órdenes nuevas. Puede que pareciese que procedían de Fetlock, pero era Malvern quien se las había metido en la cabeza. Los vampiros podían hacer eso. Un vampiro como Malvern podía hacerlo con la misma facilidad con que establecía contacto ocular.
El helicóptero giró, inclinándose mucho hacia un lado como si intentara evitar una colisión. Se deslizó por el aire como si el piloto hubiese perdido el control, acelerando al dirigirse en línea recta hacia la ladera de la cresta.
Se estrelló contra los árboles con la fuerza suficiente como para doblar los rotores al instante. La cabina se deformó al chocar la nave contra ramas y troncos, y luego se aplastó al impactar contra la ladera rocosa. Un momento después se le rompió el tanque de combustible, y por encima del claro floreció una luz nueva. Por un momento quedó todo iluminado como si fuera de día, lo bastante como para que incluso Malvern entrecerrara los ojos.
—No —dijo Fetlock, y dejó caer el walkie-talkie al suelo.
Darnell levantó el fusil.
Malvern se movió con tal velocidad que no tuvo tiempo de disparar ni una bala. De repente estaba a su lado, más alta que él, al flotar por encima del suelo. Darnell intentó darle la vuelta al fusil para golpearla con la culata, pero ella se lo arrebató de las manos sin el más mínimo esfuerzo.
Luego sujetó la cabeza del agente con ambas manos y se la arrancó limpiamente del cuerpo. Arrojó la cabeza lejos de sí, como si fuera la pelota de un niño. Clara la oyó rodar, rebotando con chasquidos húmedos sobre el suelo.
El cuerpo permaneció erguido durante una fracción de segundo. Luego se desplomó, mojando los pies de Malvern con un chorro de sangre.