36

La defensa de La Hondonada se derrumbó de modo repentino. Los hombres dejaron caer las armas y las mujeres retrocedieron hacia sus casas, donde las esperaban sus hijos. Los policías de cazadora azul se movieron con rapidez por el pequeño pueblo, mientras las unidades del SWAT los cubrían. Los brujetos fueron reunidos con eficiencia, y sus manos sujetas a la espalda con esposas de plástico. Los llevaron al claro y comprobaron sus nombres de acuerdo con una lista.

—Di lo que quieras de Fetlock, y yo misma añadiré algunos selectos improperios, pero hay que reconocer que sabe mantener su pellejo intacto —comentó Clara, mientras esperaba para saber cuál sería su suerte. Había salido de entre los árboles con Urie Polder en cuanto hubo pasado la amenaza. En ese momento estaba sentada con Glauer, ambos con la espalda apoyada contra el centro móvil de mando, las manos siempre a plena vista. Ninguno de los agentes los cubría de modo activo con un arma, pero eso podría haberse debido sólo a la cortesía profesional, o bien a que todas las fuerzas del orden allí presentes tenían cosa mejores que hacer.

Los agentes de cazadora azul se movían con rapidez entre las cabañas y las casas prefabricadas para reunir a las mujeres con sus hijos. A las familias se les permitía permanecer juntas, pero debía conocerse el paradero de todos. Era la práctica habitual. La Hondonada había presentado resistencia armada a una redada policial. No se dejaba ningún resistente potencialmente peligroso dentro de las casas; siempre cabía la posibilidad de que alguien hiciera una estupidez y un policía resultara herido.

Se recogieron todas las armas de fuego que había en La Hondonada, se tomó nota de ellas y se las tachó de otra lista. Se expulsaron las balas de las recámaras (y se tomó nota de ellas en formularios separados), se insertaron bloqueadores de plástico para gatillos, y luego las armas fueron metidas en bolsas de plástico para pruebas, que sellaron a continuación. Las metieron dentro de un armario del centro móvil de mando, que cerraron con un candado. Otras armas potenciales —cualquier cosa más grande que un cuchillo de pelar— fueron identificadas y guardadas de modo similar.

La única baja de la redada, Glynnis, fue metida dentro de un saco para cadáveres que se llevaron a toda prisa para que nadie pudiera verla. Con el fin de que su muerte no pudiera inspirar a nadie a comenzar otra vez la lucha. Clara lo agradeció. Sabía que no se la podía culpar completamente por la muerte de Glynnis. La mujer se había resistido al arresto contra dos unidades del SWAT armadas hasta los dientes. No podía decirse que fuera una espectadora inocente que se había visto atrapada en un fuego cruzado. Y Clara no tenía ni idea de que el hecho de llamarla rompería su concentración, ni de lo que sucedería entonces.

Sin embargo…

Pasaría mucho tiempo antes de que se perdonara, si es que llegaba a hacerlo. Glynnis había estado viva. Había tenido una vida, una comunidad, probablemente amigos y familia. Y ahora estaba muerta. Si Clara hubiera mantenido la boca cerrada, puede que las cosas hubiesen salido de un modo diferente.

Intentó distraerse preguntándose cómo se había podido fastidiar todo aquello. No había ninguna respuesta inmediata, así que se volvió hacia Glauer para ver si él tenía alguna idea. Glauer se limitaba a observarlo todo, moviendo de vez en cuando la cabeza, como si confirmara alguna intuición profunda.

—¿Qué sucede? —preguntó Clara cuando no pudo aguantar más.

—¿Eh?

Ella dio un resoplido.

—Estás pensando algo. Te conozco lo bastante bien como para saber que tu cerebro está trabajando.

Él se encogió de hombros.

—Nosotros hemos conducido a Fetlock hasta aquí, ¿verdad? Una maquinación muy buena por su parte. Cuando luchamos contra aquellos medio muertos, cuando tuvimos pruebas reales, él movió ficha. Te despidió. Me apartó a mí del caso. —Volvió a encogerse de hombros—. Sabía en qué dirección íbamos a saltar. Directamente hacia Caxton.

—Sí —dijo Clara, con las mejillas ardiendo. Habían actuado de un modo tan predecible… Y como resultado, Caxton había perdido la libertad. Tras haber visto en qué se había convertido Caxton, Clara suponía que probablemente era algo positivo. Pero la verdad era que no le gustaba cómo la habían utilizado.

—Todo eso tiene sentido, sin duda —continuó Glauer—. Pero hay algo que no deja de intrigarme. La información que tienen es demasiado exacta.

—¿Qué?

Glauer señaló con un gesto de la cabeza a un hombre que se encontraba de pie a una docena de metros de distancia, y que recorría con un bolígrafo una lista impresa. Otros policías estaban apilando varios objetos raros ante él: huesos de vaca que tenían inscritos diminutos signos hex. Manojos de plumas. Palos hechos con tallos de salvia secos, bien apretados entre sí y atados con bramante.

—Él sabía con exactitud lo que iba a encontrar aquí. Tiene una lista de nombres, los nombres de todos los habitantes del pueblo. A pesar de que esta gente vivía en el anonimato. Es probable que la mitad de ellos no tengan ni certificado de nacimiento. Pero él conoce sus nombres. ¿Cómo?

—¿Qué estás sugiriendo?

Glauer se encogió de hombros otra vez. Luego chasqueó la lengua.

—Nosotros no le hemos dado esos nombres. Nos necesitaba para que lo trajéramos hasta aquí, pero ya sabía lo suficiente como para…

—Todo será explicado —dijo Fetlock.

Clara se puso en pie de un salto, con torpeza, manteniendo las manos visibles ante sí. No lo había visto ir hacia ellos; era como si hubiera salido de la nada.

—Marshal Fetlock —dijo.

—Señorita Hsu. —Fetlock no la miraba. Estaba demasiado ocupado en observar el claro, repasando visualmente las diversas acciones que había organizado, tal vez—. Agente Glauer. Quiero que vengan conmigo… estoy a punto de entrevistar a Urie Polder. Si me son de utilidad en esa entrevista, les prometo que les daré a conocer el gran secreto.

Clara se volvió hacia Glauer, y ambos intercambiaron una mirada de desconcierto. Aquello no era para nada propio de Fetlock. Nunca permitía que nadie conociera la totalidad de la historia.

Como si les leyera el pensamiento, Fetlock continuó.

—Los dos tienen aún un papel que desempeñar aquí. Por eso no los he arrestado todavía. Y ése es el motivo por el que estoy dispuesto a ser franco. Vengan. Acompáñenme. Tenemos muchísimas cosas que hacer antes de que se ponga el sol.

32 colmillos
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