1715
Sangre caliente por todas partes. Grandes chorretones de sangre, como si le hubieran vaciado encima una ponchera llena. Tan maravillosamente tibia… Resultaba difícil no hacer caso del horrible chapoteo, del insoportable dolor, pero… rojo… todo era rojo… y luego negro.
Oyó cómo su corazón dejaba de latir. Oyó el silencio perfecto.
Y luego… Y luego… ¡Fue increíble!
Su corazón no comenzó a latir otra vez, no, pero sufrió convulsiones. Se contrajo con un gruñido atronador. Un hambre desesperada.
Abrió… su ojo. El otro no estaba en su sitio. La sensación se parecía a la que causa el agujero que queda al extraer una muela. Ella entendió que era lo correcto, aunque no logró recordar con exactitud por qué.
Alzó la mirada hacia el techo. De la escayola aún colgaban salpicones de sangre. Se formó una gota —esto lo vio con una claridad exquisita— y luego cayó.
Su cuerpo se movió a una velocidad increíble. Su cabeza se desvió hacia un lado y su boca —¿por qué tenía una sensación tan rara en la boca?— se abrió al máximo. La gota le cayó en el centro exacto de la lengua.
Entonces, se volvió loca durante un tiempo.
No recuperaría del todo sus facultades mentales hasta pasados otros sesenta y cinco años.