2003
El único problema que había con la estrategia de Justina de utilizar caballeros protectores era que tenía que aguantar sus quejas.
—La deseo —dijo Reyes, cuya voz flotó a través del éter, a través de kilómetros para llegar hasta el ataúd de Justinia. Ella cerró los ojos y se concentró en las palabras de él—. Quiero que… que sea como yo. Quiero follármela.
Justinia miró a través de los ojos de él y vio el objeto de su lujuria. Humana, por supuesto. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Justinia había mirado a un humano y visto su forma, visto belleza en sus facciones. Cuando ahora miraba a la gente, lo único que veía era su sangre.
Supuso que aquélla no carecía de atractivo. Una hembra pelirroja. Bueno, la vanidad de Justinia hacía que sintiera debilidad por las pelirrojas. Y estaba bastante bien hecha esa criatura que Reyes había convertido en su favorita. Estaba tendiendo una sábana dentro de un granero, sujetándola a una larga cuerda de manera que al caer dividiera el espacio interior. Tenía los brazos largos y delgados. Reyes estaba oculto en las proximidades, dentro de un grupo de árboles.
—Se llama Deanna —le dijo a Justinia—. Es lesbiana.
Justinia puso los ojos en blanco de asco a causa de la grosería que dijo el hombre. Había conocido a bastantes devotas de Safo, en sus tiempos. No podía decirse que no existieran en el siglo XVII. Ya entonces, los hombres se habían obsesionado con ellas. ¿Sería porque les estaban prohibidas? ¿Era el desdén que demostraban para con los hombres lo que provocaba la lujuria de ellos?
—Puedo adoptar su forma —insistió Justinia—. Puedo darme a mí misma el aspecto exacto que tiene ella. O puedo asumir una forma aún más atractiva, si te place.
—Tú dijiste… dijiste que buscara a otros, que encontrara a otros que estuvieran preparados a aceptar la maldición. Ella está preparada. Lo percibo. ¡Quiere morir! Si ella es como yo, si se vuelve como… como nosotros, tal vez se… se sentirá sola. Como yo. Y entonces…
Al otro lado del granero había una casa pequeña. Mientras Justinia miraba a través de los ojos de Reyes, se encendió una luz encima de la puerta trasera de la casa, que se abrió. Por ella salió otra mujer. Probablemente, la amante de la pelirroja.
—¿Qué les pasa a los perros? —preguntó la recién llegada—. ¡Están volviéndose locos!
Deanna alzó la cabeza con aspecto sorprendido. Debía de estar perdida en sus propios pensamientos. Dirigió una breve mirada hacia la perrera, situada al otro lado del patio. Luego se volvió a mirar hacia los árboles entre los que estaba acuclillado Reyes. Por un momento miró directamente a Reyes… y a través de él, a Justinia.
Y Justinia vio que Reyes tenía razón. Aquella mujer estaba preparada para la maldición. Preparada para convertirse en vampiro, en realidad tan preparada como lo había estado el propio Reyes. Impulsarla a suicidarse sería de lo más sencillo.
—Muy bien —dijo Justinia. Nunca antes había utilizado una mujer como caballero protector, pero no veía razón por la que no pudiese funcionar—. Tómala cuando te plazca, Reyes.
—Y a ella… a ella también —dijo el vampiro novato. Por el sonido, parecía que estaba jadeando entre los arbustos. Como un vulgar mirón.
¡Qué grotesco!
—Las quiero a las dos, y podrán… harán cosas para mí…
—Sí, sí, muy bien —dijo Justinia.
Le dirigió una mirada más a la mujer que se encontraba de pie en la puerta. Más alta, más fuerte, con el pelo tan corto como el de un hombre. Había algo en ella, algo que haría que resultara más difícil imponerle la maldición. Pero podía hacerse. Ningún humano podía resistir eternamente las atenciones de un vampiro.
—Tómalas a las dos —dijo.
No tenía ni idea de que llegaría a ser Laura Caxton. La mujer que se convertiría en su Némesis. De haberlo sabido, sin duda le habría ordenado a Reyes que matara a Caxton allí mismo.
Pero ni siquiera el jugador más hábil puede saber qué carta aparecerá a continuación.