45

Clara se volvió en busca de amenazas… y no halló ninguna. Todos los medio muertos de los alrededores habían caído; sus huesos aún se estremecían, sus gritos se habían convertido en lastimeros gemidos. Uno a uno fueron callando.

—Eh… gracias —dijo Clara—. ¿Qué demonios era eso?

—Polvo de goofer —dijo Urie Polder—. Tierra de sepultura y piel de víbora de cascabel, básicamente. —Como si eso lo explicara todo—. Ésta es la casa de Heather. Es una suerte que estuviera un poco preparado. Ojalá tuviera un poco más.

—Sí —dijo Clara, y se volvió otra vez a observar la oscuridad. No pudo ver mucho, pero decididamente había más medio muertos por ahí, moviéndose entre las sombras. Pero se dio cuenta de que no todas esas sombras eran enemigos.

Algunos de ellos eran brujetos. Estaba claro que habían decidido que los policías no podían protegerles, y habían tomado el asunto en sus manos. Clara podía distinguir a Heather que, con las manos alzadas, hacía complicados gestos que causaban el estallido de los medio muertos cuando pasaba a su lado. Vio a una mujer con sombrerito que sujetaba una vara fina. Cuando apuntaba a un medio muerto con ella, la criatura se ponía rígida y quedaba inmóvil, con las manos a los costados. Eso le daba tiempo a un hombre que llevaba una sotabarba a volarle la cabeza con una escopeta.

Otros brujetos registraban los cuerpos que sembraban el claro, ayudaban a los pocos policías supervivientes a levantarse, o les prestaban los primeros auxilios a los que no eran capaces de ponerse de pie.

Había acabado. La batalla había terminado… tan de repente que el cuerpo de Clara no parecía poder creerlo. Sus brazos continuaban contrayéndose, intentando desenfundar. Los policías habían sufrido una derrota aplastante, con bajas terribles. Pero había acabado. No salían más medio muertos gritando del bosque. No aparecieron más suicidas con bombas. De los árboles no cayeron más maníacos entre risitas ahogadas.

Los brujetos habían salvado el día. Al menos por el momento.

—Me alegro de que estéis de nuestra parte —dijo Clara.

—Los medio muertos son un tipo de ser antinatural —le dijo Urie Polder—. Nuestro arte es bien efectivo contra ese tipo de cosas. Bastante más que contra sus amigos policías. Hum… y ninguno de nosotros es rival para Malvern.

—Tal vez ya no vendrá ahora que hemos derrotado a sus soldados —señaló Clara. Pero incluso mientras lo decía sabía que era una vana ilusión.

—Ya viene —replicó Polder con un suspiro triste—. Lo percibo.

—¿Puede percibirla?

—Yo no tengo la visión mágica de Patience. Pero la percibo de todos modos. La cosa que mató a mi esposa… la reconocería en cualquier parte.

Clara sólo pudo quedarse mirándolo con terror.

Polder cerró los ojos y asintió.

—Ha atravesado el cordón de teleplasma, hum… Ni siquiera va más lenta. Tenemos diez minutos, quizás, antes de que llegue. Será mejor prepararse.

Clara se mordió el labio e intentó no pensar en lo que se avecinaba. Miró a Urie Polder de arriba abajo y vio, como si fuera la primera vez, el tocón que era cuanto quedaba de su brazo de madera.

—Está herido —dijo Clara.

—Parecía la mejor manera de quitarse esas esposas —respondió Polder.

—Joder, ¿usted… usted se rompió su propio brazo para soltarse?

—Dolió un poco. Patience aún está dentro, todavía esposada. ¿Quiere ayudarme soltándola? —preguntó Polder.

Clara corrió al interior y encontró a la adolescente aún esposada a la pequeña mesa.

—No te preocupes —dijo—. Te sacaremos de aquí.

—No estoy preocupada —le aseguró Patience, aunque parecía asustada—. Sé cómo voy a morir, señorita Hsu. Sé con exactitud cuándo sucederá.

Clara estudió las esposas como si fueran un rompecabezas que tuviera que resolver. No disponía de una llave para abrirlas, así que examinó la pata de la mesa a la que estaban unidas. Era de aluminio, y no muy grueso. La pateó un par de veces y se abolló, para luego doblarse por la mitad. Tirando y empujando, consiguió separarla de la mesa. Deslizó la esposa hasta sacarla, y Patience se puso de pie y se masajeó la muñeca.

—Espera —dijo Clara—. ¿Has visto lo que está pasando aquí? ¿Sabes cómo va a acabar?

—Sí.

—¿Y yo…? Quiero decir… ¿cuántos de nosotros lograrán salir…?

—Saber eso no la ayudará —dijo Patience, con calma—. Sólo la volverá aprensiva. Estará todo el tiempo preocupada por las cosas terribles que aún están por venir.

—Joder, sólo dime si Laura… si ella…

—No —replicó Patience, meneando la cabeza—. No, no se lo diré. Ahora, vamos. La necesitan ahí fuera.

—Sí, señora —gruñó Clara. Luego salió a grandes zancadas de la casa, de vuelta a la oscuridad.

Allí la esperaba Glauer. Tenía un vendaje alrededor del codo, y en alguna parte había encontrado una arma nueva, un fusil de asalto del SWAT. Se lo lanzó, y ella vio que tenía otro colgado del hombro.

—Ahora tenemos de sobra —dijo. Miró hacia la carretera que salía de La Hondonada—. He echado un vistazo por ahí. No es algo que quiera volver a hacer. Los del SWAT han desaparecido.

—No puedo creer que hayan huido sin más —dijo Clara.

Glauer negó con la cabeza.

—No quería decir eso.

—Ah.

Tenemos quizá unos cuatro policías que aún pueden luchar. Los brujetos también han sufrido algunas bajas, pero están considerablemente mejor. Voy a dar por supuesto que hay más medio muertos ocultos entre los árboles, pero da la impresión de que tienen demasiado miedo para atacar. Al menos hasta que Malvern aparezca y se lo ordene.

—Urie Polder dice que está de camino.

Glauer asintió como si no esperara otra cosa.

—¿Qué hay de Fetlock?

—Se ha encerrado a cal y canto en su centro móvil de mando. No respondió cuando aporreé un lateral y lo llamé por su nombre, pero pude oír que se movía por el interior.

—Qué hijo de puta —dijo Clara.

—Sólo está haciendo lo que sabe hacer mejor, proteger su propio culo —le dijo Glauer—. Caxton sigue encerrada en el furgón celular. Yo digo que nuestra principal prioridad es sacarla de ahí dentro. Luego cargamos a todo el mundo en los otros vehículos, y salimos a escape.

—Podría haber trampas en la carretera. Podría haber otro ejército de medio muertos esperándonos allí.

—Sigue siendo la mejor posibilidad que tenemos.

A Clara se le ocurrió algo.

—¿Y Simon? —preguntó—. Sigue por aquí, en alguna parte.

La cara de Glauer se puso un poco más pálida.

—Me había olvidado de él.

—Es probable que aún esté en la casa de lo alto de la cresta —aventuró Clara—. ¿Subimos a buscarlo?

Glauer la miró, con los dientes apretados. Eran los buenos. Tenían que tomar una decisión. Y si tomaban la decisión lógica, la decisión correcta…

—Tal vez esté mejor donde está —sugirió Clara—. Si perdemos tiempo en ir a buscarlo…

—Podría aparecer Malvern. Y la verdad es que no quiero luchar contra Malvern esta noche. —Glauer volvió la cabeza hacia un lado. Ella pensó que tal vez iba a escupir, pero no lo hizo. Aquello no podía gustarle en absoluto—. Vale —dijo.

—¿Vale?

—Vale, no nos marchamos sin él. No podemos… no después de lo que Malvern ya les ha hecho a él y a su familia. Pero no se puede prescindir ni de ti ni de mí para ir a buscarlo. Mi brazo apenas funciona, y he perdido sangre. ¿Qué tal ese corte del hombro? ¿Por qué no te lo han vendado todavía?

Clara frunció el ceño, y luego se acercó al coche policial más cercano. Se inclinó para mirarse en un retrovisor, y vio un feo tajo que iba desde la parte posterior de su cuello hasta el hombro.

—Ay, vaya —dijo. Se lo tocó y retiró los dedos mojados de sangre—. Ni siquiera lo había sentido. —La adrenalina debía haberla insensibilizado al dolor—. Ni siquiera recuerdo cuál de esos bastardos me lo hizo.

—Unos ocho centímetros hacia un lado y te habría abierto la garganta —le dijo Glauer. Se arrancó un trozo de la camisa hecha jirones y se la presionó contra la herida—. Sujétate eso ahí. No dejes de presionar. No tenemos tiempo de hacer un vendaje como es debido. Tendrá que esperar hasta que hayamos salido de aquí.

—Claro —respondió ella. Luego se inspeccionó para ver si tenía alguna otra herida. Un corte superficial en la pantorrilla izquierda, y la pernera del pantalón hecha jirones, pero ya había dejado de sangrar—. Esta vez… la cosa ha estado muy cerca.

—No permitamos que se acerque más de lo imprescindible —le dijo Glauer. Se alejó corriendo hacia los policías supervivientes y los brujetos—. Enviaré a uno de los brujetos a buscar a Simon. Tú busca la llave del furgón celular —le gritó, volviendo la cabeza.

32 colmillos
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