56
A la mañana siguiente, Laura por fin lograba dormir un poco cuando el sol inundó la habitación y le quemó una mejilla. Intentó apartarse rodando, pero el calor y la luz la siguieron. Cerró los ojos con fuerza y se aferró a la almohada.
Algo suave y sedoso como una pluma le rozó la boca. Laura casi gritó al sentarse de golpe, al tiempo que abría los ojos con brusquedad.
—Es hora de levantarse, hermosa —dijo Clara. Tenía una rosa blanca en una de sus pequeñas manos, y había estado pasando los delicados pétalos por los labios de Laura.
Laura inhaló profundamente y se obligó a sonreír. Pasado un tenso momento, apareció el rostro de Clara, con una sonrisa. Clara ya se había duchado, y el pelo mojado le colgaba en mechones puntiagudos sobre la frente. Llevaba la camisa del uniforme y no mucho más, salvo un par de gafas de concha de tortuga con un cristal negro.
—¿Demasiado, para ser tan temprano? —preguntó Clara. Su ojo visible brillaba con expresión traviesa. Le tendió la rosa, y Laura la aceptó. Luego Clara cogió un vaso de zumo de naranja que había sobre la mesita de noche y también se lo tendió.
Laura se obligó a calmarse, a apartar de sí la oscuridad de la noche. Había tenido pesadillas, como siempre. Estaba aprendiendo recursos para olvidarlas cuando despertaba. Clara había aprendido también trucos para ayudarla.
—Tu ojo —dijo Laura, y bebió un trago del zumo.
—El médico dice que es sólo una conjuntivitis leve. Se curará en un par de días. Entre tanto, no quería que me vieras con esta facha. En cualquier caso, siempre he pensado que las gafas son sexys. —Se sentó en la cama al lado de Laura, y recostó la cabeza en el pecho de Laura—. ¿Qué te parece? ¿Te pongo?
Laura se guardó el comentario.
—¿Es el de hoy? —preguntó, señalando un ejemplar del Harrisburg Patriot-News que había en la mesita de noche.
—Mm-hmmm —ronroneó Clara—. ¿De verdad que vas a decirme que ahora mismo estás pensando en lo que pasa en el mundo?
—Sólo quería comprobar una cosa. —Laura cogió el periódico y miró la cabecera. 1 de octubre de 2004, leyó. Luego sus ojos se vieron atraídos por el titular. Nuevo ataque vampírico en Ohio, policía desconcertada.
Antes de que pudiera leer nada más, Clara le quitó el periódico y lo arrojó al otro lado de la habitación.
—¡Joder, no hay manera de que dejen de hablar de esos vampiros! —Rió—. En serio, me alegro enormemente de que no aceptaras ese caso. Me preocuparía muchísimo por ti si aún anduvieras por ahí con ese viejo pedorro de Arkeley.
—Claro —dijo Laura—. Habría sido una auténtica estupidez por mi parte intentar luchar contra los vampiros. No soy más que una agente de la patrulla de carreteras.
—Además, Arkeley reclamaba todo tu tiempo. Yo nunca habría podido salir contigo de verdad. —Clara se volvió de manera que sus pechos quedaran apretados contra el abdomen de Laura. Levantó una mano para quitarle el vaso de zumo de naranja, y lo dejó con cuidado sobre la mesa. Luego se lamió los labios y comenzó a acercarse para besarla.
Caxton le golpeó la cara con toda la fuerza que pudo. Fue como darle un puñetazo a una estatua, pero Clara reculó a causa del golpe. Caxton metió un pie entre ambas y sacó a Clara de una patada de la cama.
—¿De verdad esperabas que me creyera esto, Malvern?
Clara, o la cosa que tenía el aspecto de Clara, en cualquier caso, se levantó del suelo con toda la suavidad y gracia de una serpiente que sale de una cesta. Fulminó a Caxton con un único ojo encarnado, el otro aún oculto tras aquellas ridículas gafas.
—Sólo quería proporcionarte un momento de paz antes del fin, eso es todo —dijo.
—Ahora mismo estoy dormida. Esto lo estoy soñando. —Caxton recordó que en 2004 siempre dejaba la pistola colgada dentro de un armario de la cocina. ¿Estaría allí si corría a buscarla ahora? ¿Tendría algún efecto en el sueño?—. Igual que cuando Reyes me hizo soñar que aún estaba en el molino. Intentaba hacer que tuviese ganas de suicidarme para que aceptara la maldición. ¿Todo esto va de lo mismo? ¿Todavía piensas que me convertiré en una de tu camada si me lo sabes pedir?
Malvern/Clara se encogió de hombros con coquetería.
—No. Esa esperanza ya la he abandonado.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, maldición?
La vampira que había adoptado la forma de Clara se encaminó hacia la ventana y descorrió las cortinas. La amarilla luz del sol irrumpió en la habitación y bañó su pálida piel. Ella se desperezó como un gato que se bañara en el calor. Puede que fuera la primera vez en trescientos años que Malvern veía de verdad el sol, aunque fuera en sueños.
—Ésta —dijo— es una carta que nunca jugaste. En esta pequeña fantasía, le dijiste a Jameson que no lo ayudarías. Cuando intentó reclutarte, lo enviaste a tomar por el culo. Mira cómo ha salido. No tan mal, ¿verdad?
—Vampiros por todo Ohio. Al menos os expulsó del estado.
—Y de tu vida. Ay, tu chica, Deanna, sigue estando muerta, y me temo que yo debo cargar con esa culpa. Pero creo que te has llevado la mejor parte. —Suspirando con placer, la vampira pasó las manos arriba y abajo por su cuerpo prestado—. Es tan dulce, y esbelta, y llena de pequeñas gracias. Habrías podido ser feliz, Laura. Pero decidiste convertirme a mí en el propósito de tu vida.
Caxton miró hacia la puerta de la cocina.
—¿Cómo me despierto de esto? —quiso saber—. ¿Cómo salgo de aquí?
—Cuando yo te deje en libertad, y no antes —replicó Malvern sin volverse.