1928
Luz eléctrica… tan brillante, tan dolorosa. No la había visto nunca antes. Levantó una mano para cubrirse la cara, pero ellos simplemente hicieron girar la luz sobre el pie que la sustentaba. La rodeaban chasquidos y zumbidos. Había un hombre cerca de ella, fumando un cigarrillo tras otro.
Lentes que giraban y retrocedían para enfocarla mejor. Un hombre cerró una claqueta ante su cara.
—¡Vampiro vivo hallado en California! —exclamó—. Toma siete.
Ella abrió la boca. Intentó resoplar.
—Perfecto —dijo alguien—. Haz que le lance un mordisco a la cámara. Haz que ponga el ojo en blanco como Nosferatu. ¡Perfecto! Este material es bueno, muchacho, es bueno.
—No era así cuando la encontré, sino sólo huesos, gusanos y mierda.
—Cuida tu lengua.
—Lo siento, señor.
—Está bien, muchacho… escucha… Movietone quiere una exclusiva de esto, ¿entiendes? Nada de radio ni de periódicos aquí abajo. ¿Qué te parecen quinientos dólares?
—Muy bien.
—Eso pensaba yo. Rudy, acerca más la luz; hace que se mueva más. Maldición, tiene que haber estado aquí durante mucho tiempo para ponerse ahora tan nerviosa. Nathan… Nathan, tráeme un palo o algo, lo que sea. No voy a tocarla con las malditas manos, ¿verdad? No, no es peligrosa. —El hombre de los cigarrillos se inclinó sobre ella y ocupó todo su campo visual. Ella intentó pillarlo, pero él rió y se apartó de un salto—. No podría ni desangrar un gatito. Ya no. Éste es un material fantástico. Fantástico…
Al hombre se le cayó el cigarrillo de la boca. La luz era tan brillante… la cegaba… no podía ver nada. Parecía clavarle puñaladas en el cerebro.
—Uf, es más fuerte de lo que parece. Rudy, ayúdame con… maldición. Suelta, vieja perra. Suelta o te juro que…
Los gritos empezaron entonces. Crudos sonidos en el aire fresco. La luz le impedía pensar. Le impedía entender lo que sucedía.
La sangre le golpeó la garganta como el bálsamo de Judea.
—¡Rudy! ¡Rudy, jodido estúpido! Rudy…
Oyó pies que golpeaban el suelo con fuerza a su alrededor. Hombres que corrían. Todos menos uno. El que no podía alejarse. La sangre, la sangre… la sangre estaba dentro de ella, nueva fuerza, nueva vida. Había pasado mucho tiempo.
Cuando acabó, no pudo quedarse allí. Ellos volverían. Volverían con sus luces y con armas de fuego. Salió a gatas del ataúd. Se encontraba en una polvorienta bodega. ¿Cómo había llegado hasta allí? Había habido un hombre que coleccionaba huesos de dinosaurio… no, ése había sido Josiah Caryl Chess. Otro hombre, mucho más tarde… un hombre que coleccionaba… que coleccionaba rarezas, reliquias… Ella no había sido capaz de hacer que la amara, había estado demasiado débil para eso. El tiempo. Se le había pasado el tiempo, no podía permitirse que eso volviera a suceder… el tiempo…
La escalera estuvo a punto de ser su perdición. Sólo podía mover un brazo, y además con lentitud. Logró subir la escalera. Deslizarse a la noche del exterior. Tenía que encontrar un nuevo refugio. Un nuevo escondite antes de que llegara el sol.
La consciencia huía de ella con cada nuevo dolor. Con cada centímetro que recorría a rastras. Una calle polvorienta. Un coche hizo un viraje brusco para esquivarla, y sus faros le causaron una agonía de dolor. Tenía que encontrar… tenía que…
Sonó un claxon, que le hizo daño en los oídos. Quedaba tan poco de ella… Había pasado tanto tiempo desde que había… desde que había…
Sangre.
Pudo olerla en el viento.
Volvió la cabeza a un lado. Vio que el automóvil se había salido de la calle y acabado en una cuneta. El coche… el coche estaba lleno de sangre. Un hombre y una mujer en el interior. Todavía no estaban muertos, aunque pronto lo estarían. Tenía que… tenía que llegar antes hasta ellos.
El siglo XX fue una mala época para Justinia Malvern.
Pero sobrevivió.