18

Un montón de cosas sucedieron al mismo tiempo.

El Mazda chocó directamente contra la rueda de la furgoneta, y el extremo frontal más bajo del coche rechinó como si gritara y se deformó hasta arrugarse; un faro delantero estalló en una lluvia de fragmentos de cristal cuando los dos vehículos impactaron el uno con el otro. El Mazda era demasiado antiguo para tener airbags, así que Clara fue lanzada contra el volante cuando el coche se detuvo de modo muy repentino y no muy suave. El motor rugió y luego se apagó, y la cabeza de Glauer chocó contra el parabrisas con la fuerza suficiente como para que sonara como un disparo.

A pesar de todo eso, la furgoneta se llevó la peor parte del impacto. Dio media vuelta en la calzada, directamente delante del Mazda, con los neumáticos chirriando y derrapando. Tenía mucho peso en la parte superior y era muy cuadrada, y el conductor no debía saber cómo controlarla en el derrape, porque de pronto las dos ruedas de la derecha se levantaron del suelo y la furgoneta comenzó a volcarse. Libró una batalla inútil contra la física cuando toda velocidad que traía se sumó a la energía de la colisión y la hizo dar tres vueltas de campana antes de detenerse. El ruido y las vibraciones fueron colosales e hicieron que a Clara le zumbara la cabeza mientras era zarandeada de un lado a otro, como una muñeca de trapo, sujeta por el cinturón de seguridad.

Al fin, las cosas dejaron de moverse y ella dirigió la vista hacia Glauer. Una línea de sangre le cruzaba la frente, donde se la había golpeado contra el parabrisas, pero sus ojos se movían con normalidad.

—Estoy bien —dijo él, con una voz un poco demasiado alta para el silencio que siguió al impacto.

—Bien —dijo Clara. Ella misma se sentía fatal. Se había golpeado el pecho contra el volante y ya podía sentir las contusiones que se le hinchaban allí. Tenía el cuello como si alguien hubiera intentado disparar su cabeza con un tirachinas, y le aterraba la posibilidad de haber sufrido un traumatismo cervical.

—Es necesario… que… vayamos a atrapar a los medio muertos, ver qué… ver qué tienen que decir en su defensa —dijo, y cerró los ojos para contrarrestar un repentino mareo.

—Sí —dijo Glauer—. Sí.

—Sólo dame un segundo para, para…

Un manto de sueño cayó sobre Clara y estuvo a punto de sumergirla.

Mierda. Ése era uno de los síntomas de la conmoción, ¿verdad? Pero no se había golpeado la cabeza. ¿O sí? La verdad era que no lo recordaba.

—Los policías locales vienen hacia aquí —dijo él, en voz muy baja. Era una invitación. Una oferta muy seductora. Podían quedarse sentados sin hacer nada. Esperar la llegada de la ambulancia, y dejar que los polis locales limpiaran el desorden—. Menos de cinco minutos…

—Sí —dijo Clara.

—Pero Caxton no lo haría… ella…

—Ella ya estaría destrozando a los medio muertos a puñetazos —acabó la frase Clara.

Se miraron fijamente el uno al otro durante un segundo. Desafiando al otro a que se diera por vencido.

Ganaron los recuerdos que Clara tenía de Laura. Se quitó el cinturón de seguridad, abrió la puerta de un empujón y salió del automóvil dando traspiés por el asfalto. No iba a permitir que los medio muertos escaparan. Esta vez no.

Sin embargo, una vez resuelto eso había otro problema. No veía dónde estaba la furgoneta. Pasó un mal rato al pensar que debía de haber caído sobre las ruedas y simplemente haberse alejado. Que no habían logrado nada.

Pero luego la vio, o más bien lo que quedaba de ella. Había volcado dentro de un colector de aguas de la autovía, cabeza abajo y de morro. Las ruedas aún giraban como locas, intentando hacer tracción en el aire. La puerta posterior había sido arrancada, pero dentro de la cabina abierta sólo se veía oscuridad.

Desenfundó el arma y la alzó en posición de disparo. Oyó que Glauer abría el maletero del Mazda, detrás de ella. Laura siempre había llevado una escopeta allí, y Clara nunca se había molestado en sacarla.

Avanzaron con cautela hacia la furgoneta, cubriendo cada paso del otro por el camino. No se veía ni rastro de ningún medio muerto por los alrededores del vehículo, pero eran unos bastardos astutos a los que uno no les podía volver la espalda a menos que quisiera que le clavaran un cuchillo de carnicero en los riñones.

Cuando Clara llegó a la parte posterior de la furgoneta, apuntó al interior con el arma y luego apoyó un pie en el techo de la cabina, que ahora era el suelo. Ninguna mano huesuda apareció de repente para sujetarla por el tobillo, así que le hizo una señal con la mano a Glauer y saltó al interior. Lo sintió detrás de sí, con la escopeta en posición para dispararle a cualquier cosa que se moviera.

No tenía por qué molestarse. Dentro de la cabina no había ningún medio muerto.

Sólo trozos de ellos.

Montones y más montones de trozos. Brazos, piernas y costillares. Órganos y huesos desnudos, por todas partes. Ni una gota de sangre, por supuesto, pero el cuerpo humano está lleno de otros fluidos, y éstos salpicaban todas las paredes de la furgoneta y chorreaban por el tapizado. Clara contó tres cabezas. Los globos oculares aún se movían en sus cuencas, y los dientes entrechocaban como si quisieran morderla, pero no podían alcanzarla.

Una mano cercenada intentó trepar por el inclinado fondo de la cabina, impulsándose con los huesos de los dedos. Clara la pisoteó hasta que dejó de moverse.

—Guau —dijo Glauer, detrás de ella.

—Sí.

—¿Y el conductor?

Los ojos de Clara se abrieron de par en par. No había pensado en él. La parte delantera de la cabina estaba muy deformada, y los asientos delanteros sobresalían en ángulos extraños. El parabrisas de la furgoneta simplemente no estaba. La fuerza del impacto había arrancado el volante de la columna. Encontró de inmediato la mitad inferior del conductor, pues sus piernas estaban atrapadas debajo del salpicadero hundido. La mitad superior, sin embargo, no pudieron encontrarla en ninguna parte.

—Tiene que haber sido arrojado fuera. ¡Rápido!

Clara saltó otra vez al exterior y siguió la trayectoria del vehículo con los ojos. Al otro lado del colector se veía el aparcamiento de un supermercado iluminado por unas luces tan brillantes que la cegaron. Parpadeó mientras sus ojos se acostumbraban, luego trepó por la cuneta para pasar al otro lado, jadeando porque su maltratado cuerpo se negaba a creer lo que ella estaba exigiéndole. Oía los potentes latidos de su corazón mientras aferraba el arma con ambas manos.

El conductor, o al menos su mitad superior, se arrastraba hacia las luces del supermercado. Las vísceras se desenrollaban detrás de él, y dejaban un rastro claro. Mientras se impulsaba con las manos, se volvía constantemente a mirar a Clara, como si de verdad pensara que podía escapar.

Tenía que haber volado unos quince metros cuando se estrelló la furgoneta. Había cubierto otros seis metros por sus propios medios. Después de haber sido cortado por la mitad.

—¡Alto! —gritó Clara, pero él no le hizo caso y continuó arrastrándose.

Ella echó a correr hacia él, pero no dejaba de resbalar en la pendiente de la cuneta. Al fin logró salir de ella y se lanzó en línea recta hacia el medio muerto, gritando mientras corría.

—¡Alto, o te dejaré sin brazos a tiros! Quiero interrogarte. ¡Detente de inmediato!

—Para interrogarme… Me parece que no —le chilló el medio muerto. Entonces rodó para tumbarse de espaldas y se llevó las dos manos a la cara.

Ella aún se encontraba a seis metros de distancia, demasiado lejos para detenerlo.

Al principio, Clara pensó que iba a arrancarse con las uñas los trozos de cara que pudieran quedarle. Los medio muertos siempre lo hacían.

Pero luego se dio cuenta de que se equivocaba, de que él tenía en mente algo completamente distinto. Y entonces aceleró a la máxima velocidad de que era capaz, aun a sabiendas de que llegaría demasiado tarde.

Con una repugnante persistencia, el medio muerto se aferró la mandíbula inferior con ambas manos, y comenzó a tirar de ella y retorcerla hasta que se la arrancó.

No se podían sacar muchas respuestas de un sospechoso que no podía hablar.

32 colmillos
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