2008

A través de los ojos de Simon Arkeley, Justinia miró la cara de Laura una vez más. ¡Cómo la había echado de menos!

Oficialmente está muerta —estaba diciendo Laura—. Pero es casi inmortal. Y quiere continuar siéndolo. Lo inteligente, lo más inteligente que podría hacer sería esconderse. Quedarse en el ataúd y no alborotar ni molestar a nadie. No matar a nadie. Puede esperar dentro de ese ataúd durante todo el tiempo que quiera. Podría esperar hasta que yo fuera vieja, canosa e incapaz de luchar. Y venir a por mí entonces. O podría esperar hasta que yo muriera de vieja. Hasta que todos hubiesen olvidado lo que es un vampiro, y más aún cómo luchar contra uno de ellos. Entonces podría volver y empezar a matar gente otra vez.

Justinia percibía cómo el alma de Simon se encogía ante la perspectiva. ¡En qué ser tan frágil lo había convertido! Era un instrumento imperfecto. Pero para este servicio resultaba invalorable.

Es lo bastante inteligente como para pensar en eso. Como para dejar a un lado cualquier satisfacción que pueda obtener de matarme, a cambio de su propia seguridad. Ahora bien, si yo dispusiera de libertad y recursos ilimitados, podría dedicar el resto de mi vida a intentar descubrir dónde se esconde. Podría registrar cada rincón oscuro y mohoso de Pensilvania. Podría pasar años haciendo eso. Pero ya no puedo hacerlo. Si dejo ver mi cara fuera de esta cresta, los federales me detendrán de inmediato. Así que he construido esta elaborada trampa para vampiros… y trazado mis propios planes para el futuro.

Ah —dijo Simon—. Creo que sé adónde quiere ir a parar con eso y…

Caxton se negó a permitir que desviara la conversación.

Sé cómo matar vampiros mejor que cualquier otra persona viva. Voy a dedicar el resto de mi vida a enseñar a la gente de La Hondonada cómo se hace. Voy a enseñarle a Patience Polder cada uno de mis trucos. Cuando yo haya muerto, ella se los enseñará a otros. Tal vez a sus propios hijos. Y ellos se los enseñarán a los suyos. El objetivo es que, con independencia del tiempo que Malvern pase bajo tierra, cuando despierte habrá alguien esperando con una pistola apuntada directamente a su corazón.

Justinia abrió los ojos. En su cara había una sonrisa.

Ah, muy bien jugado, niña —dijo.

Los medio muertos reunidos en torno a su ataúd bajaron la mirada hacia ella con expresión de sorpresa. Tal vez pensaban que les hablaba a ellos.

A Justinia no le importaba.

Ha preparado la trampa perfecta, ¿no es cierto? Y sabe que no podré resistirme. Qué habilidad tiene para este juego. Creo que la quiero, a mi horrible manera. —No pudo resistir el impulso de reír entre dientes. Durante demasiado tiempo había llevado una existencia de sufrimiento y desesperación, puntuada sólo por el fluir de la sangre por su garganta. ¡Qué nueva pasión por la vida le había proporcionado Laura! Viscombe le había dicho que encontrara un propósito, una razón para ser inmortal.

Laura se la había dado.

Ahora tenemos que hacer preparativos —dijo. Los medio muertos se miraron entre sí, preguntándose qué les exigiría a continuación. Los había tratado con crueldad, según correspondía a su suerte, y no esperaban recompensa ninguna—. Hay muchísimo que hacer. Haré saltar esa trampa, ya lo creo que sí. Desde luego que lo haré. Sin embargo, si ella va a ser tan taimada, no puede objetar que yo haga trampas, ¿verdad? —A través de los ojos de Simon había visto todas las defensas de Laura. El cordón de fantasmas y el círculo de cráneos de pájaro que había colocado como alarmas. La gente de La Hondonada y el poder que poseían, su magia.

Era un buen plan. Habría derrotado a cualquier otro vampiro. Pero Justinia sabía qué era lo único para lo que Laura no podía hacer planes. Lo único que podría acabar con todas sus esperanzas.

Salid esta noche. Encontradme a Clara Hsu. Vigiladla, pero no la molestéis. Todavía no.

32 colmillos
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