19

La policía local llegó apenas unos minutos más tarde, con un gran despliegue de luces rojas y azules, y aullidos de sirenas. Docenas de agentes uniformados bajaron al colector de la autovía, con las armas desenfundadas y cubriendo todo lo que se movía.

Glauer agitó su identificación del cuerpo de los marshals —muy en alto para evitar que le dispararan por si alguno de los policías locales fuera de gatillo fácil—, y les gritó que todo estaba despejado. El sheriff le dijo que se fuera a la mierda y que no iba a declarar que la escena estaba despejada hasta que sus hombres estuvieran seguros de que estaba despejada.

—Lo cual significa que si ahí abajo hay aunque sea una ardilla con malas intenciones, será mejor que me lo haga saber.

—Ah —dijo Clara—. Nuestra reputación nos precede.

En los tiempos anteriores al arresto de Laura, ellos tres habían sido el núcleo duro de la USE, la Unidad de Sujetos Especiales de la policía del estado de Pensilvania. Por aquella época, los vampiros habían estado en las noticias de todos los medios de comunicación —en especial después de lo sucedido en Gettysburg—, y habían recibido todo tipo de cooperación que pudiera proporcionarles la policía local, ya fueran efectivos policiales, laboratorios forenses, o sólo un lugar donde dormir durante todo el día después de las largas noches pasadas cazando vampiros.

La cooperación había sido ofrecida por parte de hombres sonrientes que quedaban bien ante las cámaras. Daba prestigio eso de ayudar a la USE.

Luego empezaron a amontonarse los cuerpos.

A veces, la única manera de luchar contra los vampiros —y así había sido desde la Edad Media— era lanzar contra ellos gente armada hasta que ya no pudieran ponerse de pie ni defenderse. Jameson Arkeley había sabido eso, y había sido personalmente responsable de que docenas de policías acabaran muertos. Él había aceptado esas bajas porque también caían los vampiros.

Laura Caxton había sido un poco más amable con los efectivos de la policía local. Al principio. En Bellefonte, cuando había seguido la pista del propio Jameson Arkeley, había supervisado una operación que había dejado la comisaría casi sin efectivos.

Después de eso, los hombres sonrientes que quedaban bien ante las cámaras habían dejado de estrecharles la mano. La USE tenía el índice más elevado de bajas entre el personal auxiliar de todas las unidades de operaciones de la historia de la policía del estado de Pensilvania. Al cabo de poco, cuando uno oía decir que la USE iba a ir a su ciudad, hacía todo lo posible por darle el día libre a todos sus subalternos favoritos.

Incluso en esos momentos, cuando se suponía que los vampiros se habían extinguido, la policía local les tenía miedo. Así que no se mostraron muy entusiasmados con Clara y Glauer. Formaron un perímetro perfecto en torno a la furgoneta volcada y los dos federales, con los agentes cubriéndose el uno al otro a derecha e izquierda, dispuestos a disparar con o sin orden directa. El sheriff se quedó justo fuera del círculo, de pie sobre el capó de su propio vehículo, desde donde podía ver qué sucedía.

Clara y Glauer sabían qué debían hacer. Se sentaron entre las altas hierbas polvorientas del colector de la autovía y mantuvieron las manos a la vista. En una investigación de vampiros, incluso los agentes federales eran sospechosos hasta que se los declaraba oficialmente limpios. En más de una ocasión, un policía que debería haber sido el mejor amigo de alguien, o incluso la pareja de alguien, había resultado ser un medio muerto que aún tenía el aspecto del amigo. Podía suceder así de rápido que la víctima de un vampiro fuera llamada de vuelta de la muerte para servir a su señor.

Centímetro a centímetro, el círculo de policías locales fue cerrándose en torno a ellos. Los agentes uniformados se tomaron su tiempo para remover las hierbas, apuntar a las sombras sospechosas, y, en general, exhibir el tipo de paranoia que puede salvarle la vida a un poli.

Mejor para ellos.

En cualquier caso, eso les proporcionaba a Clara y Glauer una oportunidad de charlar.

—A Fetlock no le gustará. Ya lo conoces… hace ya años que disfruta del mérito de haber eliminado a los vampiros. Si presentamos una prueba real y sólida de que Justinia Malvern sigue viva y activa, él…

—Se llevará un sobresalto de padre y muy señor mío. Luego nos dirá que estamos equivocados. Que nuestros ojos nos han engañado —dijo Clara—. Que no puede haber más vampiros, porque él sabe con certeza que el último vampiro murió en aquella prisión. Y lo que Fetlock sabe con certeza tiene que ser verdad. —Se frotó la cara con ambas manos. Luego se detuvo en seco porque eso era el tipo de cosa que haría un medio muerto. Uno de los agentes de la policía local podría haber oído que a veces a los medio muertos los llamaban «los sin rostro», y se formaría una idea equivocada. Con cuidado, volvió a levantar las manos en el aire.

—Pero la tenemos.

—¿Tenemos qué? —preguntó Clara.

—Una prueba real. Una prueba sólida. Ésos eran medio muertos, de eso no hay duda. Tal vez anda por ahí un psicópata fetichista de los zombis, y puede que a veces se disfrace de medio muerto. Se pinte la cara y esas cosas. Pero nadie que sea humano puede hacerse pedazos a sí mismo de esa manera. —Con un gesto de la cabeza señaló la furgoneta que estaba llena de trozos de cuerpos—. Y aunque pudiera, el trozo no continuaría moviéndose.

—Y siempre que hay medio muertos, hay vampiros. Sí.

—Así que Malvern ha vuelto y está activa. A pesar de que no hayamos visto ni una señal suya en dos años. A pesar de que ni siquiera haya dejado una sola víctima donde pudiéramos encontrarla.

—Eso significa que ha sido cuidadosa.

Glauer asintió con la cabeza.

—Cosa que se sabe que es. Bien, con todo eso establecido, tenemos una pregunta que es muy necesario abordar.

—¿Ah, sí? —preguntó Clara. Desplazó el peso de un costado al otro porque se le estaba durmiendo el trasero. Fue un error, dado que despertó todas las contusiones de su cuerpo y abrió unos pocos cortes que habían dejado de sangrar. La adrenalina la había ayudado a llegar hasta allí, pero sabía que no tardaría en derrumbarse—. ¿De qué pregunta se trata?

—¿Qué vamos a hacer al respecto?

Clara suspiró. Inclinó la cabeza hacia el bolsillo de la camisa de Glauer. Dentro se encontraba el teléfono móvil con la batería puesta. Y mientras el teléfono tuviera energía, Fetlock podría escuchar sus conversaciones.

—Hay una sola cosa que podemos hacer al respecto —dijo—. Contárselo todo a Fetlock. Exponer todas las pruebas, contarle todo lo que sabemos, y dejar que sea él quien decida qué hacer a continuación.

Glauer gruñó a modo de respuesta. Luego sacó el teléfono del bolsillo y le quitó la batería.

—¿Cuál es la respuesta real? —preguntó.

—Encontrar a Laura. La encontraremos y la ayudaremos a acabar con esa cosa. La encontraremos y haremos todo lo que podamos para ayudarla a matar a Malvern, de una vez y para siempre.

32 colmillos
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