22
Cuando Glauer salió del despacho de Fetlock, estaba blanco como el papel. Clara se encontraba sentada en una de las incómodas sillas que había fuera, esperando su turno. Le lanzó a Glauer una mirada significativa. Él se la mantuvo por un momento, y luego desvió la vista.
—¿Agente especial Hsu? Ya puede recibirla.
Clara levantó la mirada de pronto, como si no pudiera recordar dónde estaba. La ayudante de Getlock —ya no las llamaban secretarias— le dedicó una sonrisa compasiva. Clara intentó responder con una sonrisa chulesca. Y supo que había fracasado. Luego se levantó, se alisó la falda y entró en la guarida del león.
El despacho de Fetlock no era grande, y él evitaba el exceso de muebles: sólo un escritorio con un ordenador portátil y un sólo teléfono. Dos sillas. Sin embargo, toda una pared estaba ocupada por una enorme vitrina de cristal. El interior estaba forrado de papel aterciopelado de color rojo. Dentro estaba colgado un abrigo largo de cuero, muy viejo y mohoso, además de un raído sombrero de vaquero, y una pistolera de cuero. Reliquias de algún vaquero del oeste, de alguno de los primeros marshals de Estados Unidos. A Fetlock le encantaba contarle a la gente historias de los viejos tiempos, cuando el cuerpo de los Marshals era prácticamente la única fuerza policial que había al oeste del Mississippi.
Clara nunca había logrado entenderlo. Si en el siglo XXI había algún ciudadano estadounidense vivo que tuviera menos de vaquero que Fetlock, ella aún no lo había encontrado.
Se hallaba sentado detrás del escritorio con aspecto de estar llevando a cabo una evaluación de personal. Como un sombrío burócrata. Tal vez un fiscal. Tenía las manos unidas por las yemas de los dedos ante la cara, y sobre la mesa estaba el expediente permanente de Clara.
—Han vuelto a herirla.
Ella retiró la silla que había frente al escritorio y se sentó, intentando no suspirar.
—Herida en el cumplimiento del deber. La mayoría de los policías aceptan que es algo que sucede de vez en cuando. Esperan recibir menciones de honor por ello. Claro que usted no es realmente una agente de policía.
Clara frunció el ceño pero no dijo nada.
—Es una especialista forense. No como en CSI Miami. Sino del mundo real. Donde se supone que debe examinar escenas de crímenes y luego llevarse las pruebas al laboratorio para analizarlas. Lo más peligroso que se supone que tiene que hacer es manipular pruebas de sangre.
Clara no pudo evitarlo.
—En un caso de vampiros, raras veces hay pruebas de sangre con las que trabajar. Es necesario meterse en medio de la escena cuando se está cometiendo el asesinato, cuando la prueba aún existe, y…
Calló porque Fetlock había bajado las manos hasta la superficie del escritorio. Él no le había pedido que se callara. No era necesario.
La asustaba de una manera que no lograban los vampiros. De una manera muy fea, sombría.
—Laceración en la cadera. Contusiones en el pecho y la cara. Estrelló su propio coche para impedir que escapara un sospechoso. Ni siquiera los auténticos policías, y me refiero a los agentes de campo, los que están en el servicio activo, sufren ese tipo de heridas muy a menudo. En su caso, ésta es la segunda vez en una semana. Hsu… ¿puedo llamarla Clara?
Fetlock esperó, como si de verdad le importara lo que ella respondiera.
«Puedes llamarme Especialista Hsu, chupatintas estirado», tenía ganas de contestarle. En cambio, debido a que aquél era su trabajo, que de allí salía el cheque de su paga mensual, dijo:
—Por supuesto.
—Clara, estoy preocupado por usted. Honrada, humana y compasivamente preocupado por su seguridad. Me pregunto si está intentando hacerse daño.
Ella no pudo evitarlo. Se puso a reír.
Él esperó hasta que hubo acabado.
—Ya lo he visto antes. Los adictos a la adrenalina son bastante corrientes en las fuerzas policiales. Aquí, en el cuerpo de los marshals, es un verdadero riesgo laboral. —Hizo un gesto con la cabeza hacia la vitrina—. Olvidamos que no somos Wyatt Earp. Nos hacemos adictos a la emoción de las persecuciones, el auténtico trabajo honrado y en contacto con la tierra. Atrapar tipos malos. Así que nos ponemos en situaciones desesperadas cada vez con mayor frecuencia. Olvidamos pedir refuerzos. Disparamos mucho más a menudo de lo que sugieren la política y directrices del cuerpo.
—Señor, honradamente, yo…
—Les sucede a los mejores de entre nosotros —dijo Fetlock con un triste suspiro—. Fíjese en Caxton. Le sucedió a ella, y ahora… Fíjese en lo que ha sido de ella.
—Señor, con el debido respeto, anoche descubrimos pruebas reales de una continuada y renovada presencia vampírica en Pensilvania. Nosotros…
Él actuó como si no la hubiera oído.
—Existe sólo una cura, por desgracia. Apartar a la persona del servicio activo. Destinarla a tareas de oficina, donde no pueda hacerse daño.
«Joder, no. Ahora no.»
—Señor…
—Por supuesto, no podemos hacer eso en su caso.
—Ah.
Ella se recostó en el respaldo de la silla y observó cómo él le sonreía durante unos momentos.
—No. Dado que, técnicamente, ya está destinada a una tarea de oficina. Al menos, a un trabajo de laboratorio. En realidad, no hay mucho que pueda hacer para conseguir que su trabajo sea menos peligroso. Dudo que tenga las necesarias habilidades administrativas para desempeñar un trabajo como ése.
—No —admitió ella—. Nunca he hecho ese tipo de trabajo.
—Así que no puedo asignarla a otro puesto de trabajo —dijo Fetlock. Levantó las manos en el aire y las dejó posarse otra vez sobre el escritorio.
El alivio recorrió a Clara como una ducha fresca. Cerró los ojos y sólo pensó «gracias» durante unos momentos. A nadie en particular. Sólo… «gracias».
Fue un agradecimiento prematuro.
—No. La única opción que me queda, llegados a este punto, es despedirla.
Ella se enderezó en la silla con tal rapidez que sus rodillas chocaron contra el escritorio.
—A partir de este momento ya no es usted empleada del cuerpo de los Marshals —le dijo Fetlock—. Necesitaré que entregue su identificación y cualquier equipo o material de servicio que tenga en su poder. Le doy hasta el final del día para que ponga los archivos en orden para su sustituto. No es necesario que le diga… bueno, estoy legalmente obligado a decírselo… que será observada en todo momento hasta que abandone su puesto de trabajo de modo definitivo, y que cualquier suministro de oficina que encontremos sobre su persona al final de la jornada será considerado una propiedad robada. Queda la cuestión de su pensión y de su indemnización, y estaré encantado de repasarlas con usted, si quiere, y…
—¡Hijo de puta! ¡Malvern está viva!
Él la miró, expectante.
—Anoche luchamos contra medio muertos. No sólo está viva, está activa. Está aquí, ahora, matando gente. Tal vez quiera matar a Laura antes de desaparecer bajo tierra, o tal vez sólo tenga la intención de comenzar a arrasarlo todo otra vez. Va a morir gente, montones de gente va a morir, y… y…
—Ya lo sé —dijo él, cuando ella se quedó sin palabras.
—¿Qué?
—Ya sé qué descubrieron, y estoy de acuerdo. Es una prueba positiva de que Malvern está viva y activa. En estos precisos momentos estoy reuniendo un equipo para que se ocupe del asunto.
—Pero… usted… —Durante los últimos dos años, Fetlock había afirmado en público y en privado que Malvern había muerto en el motín de la prisión. Que los vampiros estaban extinguidos. De hecho, entre Clara y Glauer se había convertido en un chiste privado que Fetlock no creería que Malvern aún estaba viva hasta que le arrancara la cabeza y bebiera la sangre de su cuello desgarrado, y que incluso entonces Fetlock le pediría el documento de identidad.
—A pesar de lo que Caxton le haya hecho creer, no soy estúpido —le dijo Fetlock—. Las pruebas que recogieron anoche son buenas. Son sólidas. Estoy convencido.
—Pero… entonces… me necesita. Necesita que intervenga en este caso. En realidad necesita a Caxton, pero puesto que no puede contar con ella, me necesita a mí para…
—Lo que necesito es que se mantenga tan lejos de esto como sea posible —replicó él—. Y por una razón muy buena. Caxton no podrá estar muy lejos del lugar en que aparezca Malvern. Y no puedo fiarme de usted, Clara, ni por un segundo, si Caxton está involucrada. La relación romántica que compartieron en el pasado basta para nublar su juicio. Así que mi decisión sigue en pie. ¿Quiere entregarme ahora su teléfono, o todavía necesita hacer alguna llamada oficial? En cualquier caso, me quedaré con la identificación, ahora que lo pienso.