54
Clara tuvo que dejar de discutir con Laura porque, de repente, no pudo respirar.
Era sólo el hechizo. No dejaba de recordarse ese hecho. Lo que veía, lo que sentía, todo lo que le decía su cuerpo era irreal.
El aire entraba y salía con precipitación de sus pulmones. Empezaba a sudarle la espalda, tenía la sensación de que las paredes de piedra que la rodeaban se cerraban sobre ella. Por delante, el túnel levemente iluminado por la linterna de Caxton se estrechaba hasta no tener más que treinta centímetros de ancho, y menos aún de altura. No había manera de que pudiera meter los hombros por ese pasadizo. Ni quería imaginarse intentándolo.
Sin embargo, cuando volvió la cabeza para mirar atrás estuvo a punto de gritar. Detrás de ella no había pasillo ninguno, sólo una lisa pared de roca.
Clara se mordió el labio e intentó dominarse. Había llegado por allí. Sabía a ciencia cierta que el pasadizo estaba abierto por ese lado y conducía hasta la cámara en forma de burbuja. Lo que veía en ese momento era sólo una ilusión, sólo un truco… repetirse eso una y otra vez pareció ayudarla un poco.
—Vamos —dijo Caxton—. El trozo peor está justo delante. Ya casi hemos llegado.
Entonces, Caxton comenzó a arrastrarse sobre el abdomen, impulsándose hacia delante con manos y pies, a través de una parte imposiblemente estrecha del túnel. Parecía absurdo. Caxton pareció encogerse ante los ojos de Clara, su cuerpo pareció disminuir al avanzar con la luz. Cuando Caxton se metió del todo en el estrecho espacio, dio la impresión de no tener más que la mitad de su tamaño original.
«Es sólo un truco —se repitió Clara—. Es el hechizo de Urie Polder, y no estoy atascada. No me he quedado encajada aquí, bajo toda una montaña de roca. El techo no va a derrumbarse. No voy a quedarme atrapada aquí hasta morir de deshidratación. No voy a perder el control. No voy a…»
La luz de la linterna de Caxton desapareció al otro lado de un recodo, y Clara se quedó en la oscuridad total.
Entonces sí que gritó un poco. Pero se tapó la boca con una mano y se negó a hacer más ruido.
La luz volvió al cabo de un segundo. Una mano enorme apareció a través del túnel que tenía por delante, una gigantesca mano blanca con dedos tan gruesos como los brazos de Clara. La sujetó y tiró de ella hacia delante, hacia la abertura de treinta centímetros de ancho, y Clara tuvo la certeza de que continuaría tirando de ella y que sus huesos se romperían hasta que pasara al otro lado. Estiró los brazos hacia delante para afianzarse y palpó la roca que la rodeaba, cosa que fue todavía peor. Sintió lo sólida que era, lo maciza e implacable y… y entonces…
Se encontró al otro lado. Ni siquiera se raspó la piel contra la piedra cuando la mano la hizo pasar por la abertura. Vio que era una mano de Laura, una mano de tamaño perfectamente normal que la había sujetado y tirado de ella. Cerró los ojos hasta que dejó de tener ganas de dejarse llevar por el pánico y morir allí mismo.
El túnel desembocaba en una caverna descomunal, mucho más grande que cualquier cosa que Clara esperase encontrar debajo de la cresta. Daba la impresión de que toda la elevación estaba hueca por dentro, y que la mayor parte del espacio lo ocupaba aquella cámara increíble. De lo alto colgaban estalactitas de decenas de metros de largo, tal estrechas en la punta como punzones para picar hielo. Un ancho río torrentoso corría entre afloramientos de piedra que parecían agujas de catedrales, velas de cumpleaños, o sonrientes diablos con afilados tridentes. Clara bajó la mirada hacia el agua del río subterráneo y vio que debía de tener diez metros de profundidad. La corriente pasaba a una velocidad increíble. Clara tuvo la certeza de que si ponía los pies dentro de esas aguas, sería arrastrada, llevada hacia las entrañas de la tierra, absorbida para siempre al interior de cuevas inconmensurables y estrellada infinitamente contra rocas sumergidas, hasta no ser más que sangre y pasta de carne.
Luego vio los peces y retrocedió de un salto, presa de un terror completamente nuevo. Eran enormes, grandes como tiburones y blancos como vampiros. Tenían la boca ribeteada de tentáculos que apuntaban hacia atrás, pero eso no era lo más aterrador. No tenían ojos. Su cara no eran más que unas enormes fauces sonrientes, con dientes tan crueles y afilados como jamás lo habían sido los de Malvern.
Clara se preguntó qué la mataría primero si caía al agua, si la corriente o los peces. Las probabilidades estarían muy igualadas.
—Salta por encima del arroyuelo —dijo Laura, barriendo con la luz la superficie del agua, que brilló como un espejo de plata que reflejara el haz de un potente faro—. Vamos hacia esa zona de la izquierda. Allí hay una cámara natural donde prepararemos la emboscada.
—Pero… ¿tengo que cruzar por el agua? —preguntó Clara.
Laura se quedó mirándola.
—Puedes salvarlo con un solo paso. Ni siquiera es necesario que saltes. —Señaló un lugar en que el río describía un meandro en torno a un enorme grupo de estalagmitas, formando espuma y rugiendo al girar. El agua parecía hervir y chasquear los dientes como un ser vivo.
Clara sacudió la cabeza.
—¿Qué anchura tiene? —preguntó. Daba la impresión de que tenía que medir seis metros de una orilla a otra. Seis metros como mínimo—. Yo sé lo que estoy viendo. ¿Qué anchura tiene en realidad?
Laura gimió, descontenta.
—¿Ahí mismo? Más o menos medio metro.
—¿Y esos peces? ¿Qué tamaño tienen, en verdad?
—¿Esas cositas? —preguntó Laura. Rió y dirigió la luz hacia ellos. Los animales no reaccionaron en absoluto, pero Clara pudo verlos aún mejor con la luz, y ya no parecían peces. Parecían monstruos prehistóricos, el tipo de criatura marina que saltaría del agua y arrastraría antílopes hacia la muerte—. Unos peces de colores podrían con ellos en una pelea. No tengo tiempo para esto, Clara. No es real. Tú lo sabes.
—Lo sé. Y también sé qué estoy viendo ahora mismo.
—¡A la mierda! O vienes conmigo ya, o te dejo atrás. Sin luz. No tengo tiempo para cuidar de ti. Si te matan aquí abajo, es porque te has puesto a correr detrás de mí cuando te había dicho, muy claramente, que no te quería aquí.
Clara apretó los dientes. Tenía ganas de decirle a Laura que se fuera a la mierda.
Pero, en realidad, no era el momento más indicado para eso.
Laura saltó entonces por encima del río. Pareció quedarse suspendida en el aire durante largos segundos al describir un arco por encima del agua, con un pie extendido ante sí para llegar a la orilla opuesta. Clara tuvo la impresión de que daría el salto con facilidad.
Entonces, un viento frío atravesó la cabeza de Clara, que se dobló por la mitad de dolor. Oyó una voz como si surgiera a través de un megáfono y sonara directamente dentro de su cerebro.
«Laura —dijo la voz—. No estoy muy satisfecha con tu hospitalidad.»
Caxton tropezó en medio del aire y cayó con un pie dentro del río. Los blancos peces sin ojos se apiñaron en torno a su tobillo como si fueran a devorarla entera. Ella sacó el pie del agua con indiferencia, y lo sacudió para secarlo.
—Mierda —dijo Caxton.
—Supongo que has oído eso —dijo Clara, gritando para que su voz llegara hasta la otra orilla del río y pudiera oírse por encima del fragor de la corriente.
—¿Qué, Malvern? Sí. La he oído. Y sé lo que eso significa. Ya ha logrado desenterrarse. Ya no nos queda tiempo. Ven ahora mismo, o quédate ahí y muere. Me da igual. —Caxton le dio la espalda al río y empezó a caminar, llevándose la luz de la linterna, y dejó la gigantesca caverna sumida en una oscuridad casi total.
Clara cerró los ojos y saltó. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron cuando voló por encima del enorme río, y luego se negaron a relajarse cuando aterrizó al otro lado, ya muy lejos del agua. Tuvo que obligar a su cuerpo a erguirse. Al abrir los ojos y mirar hacia atrás, vio que el río no había sido nada más que un arroyuelo que no superaba los treinta centímetros de profundidad.
No le pidió a Laura que la esperara, sino que la siguió pegada a sus talones.