¿Cómo nació el fenómeno Tarantino?
Unos gángsters hablan de Madonna, o de si en Holanda comen las patatas con mayonesa. Son diálogos ágiles, divertidos y triviales que no tienen nada que ver con la acción. De repente sacan la pistola, vuelan los sesos a alguien, se salpican de sangre y siguen charlando como si nada. Con solo dos películas Quentin Tarantino creó escuela a principios de los noventa, porque tuvo después imitadores como Robert Rodríguez, que, sin embargo, solo se quedaron en eso. Las películas de Tarantino bebían de fuentes de las que a nadie se le había ocurrido beber al mismo tiempo. Recogió de Godard el gusto por unos guiones partidos y fragmentados que después lograba encajar con una extraña habilidad. Del chino John Woo, director de películas de acción, imitó las escenas de violencia. Había trabajado como acomodador de un cine porno y como dependiente de videoclub y, gracias a los cientos de malas películas que había visto allí, se acercaba al cine sin ningún complejo. «Yo veía todo ese cine y no lo juzgaba de manera crítica, por lo que hacía mis propios descubrimientos, encontraba diamantes en los cubos de basura.»
Charlatán, malhablado y cinéfilo hasta la enfermedad, lo más destacado en el currículum de este californiano eran algunos guiones y una intervención como imitador de Elvis en un capítulo de la serie de televisión Las chicas de oro. La oportunidad de dirigir se la dio su actor favorito: Harvey Keitel, que, después de leer el guión de Reservoir dogs, decidió producirle la película. Reservoir dogs (1992) era la historia de un atraco contado, una y otra vez, desde las perspectivas de cada uno de los que participaban en él. Compleja, violenta e imaginativa, la revista francesa Cahiers du Cinéma dijo de ella que «revolucionará el lenguaje cinematográfico, al igual que en los años sesenta lo hiciera Al final de la escapada». Era ya, pues, la gran esperanza de los cinéfilos cuando se convirtió en todo un fenómeno de masas con Pulp fiction (1994). Otra vez gángsters, otra vez un guión partido, mucha violencia, pero esta vez muchas más dosis de ironía y de humor. El director contaba con estrellas de primera fila, como Bruce Willis o Uma Thurman, y con revivals del pasado. El papel de gángster barrigudo y arrastrado sirvió para relanzar la carrera de John Travolta, que llevaba años semiolvidado rodando filmes de segunda división. Desde entonces Tarantino se ha convertido en la segunda oportunidad para actores en cuesta abajo, y en su última película hasta la fecha, Jackie Brown (1997), rescató a la estrella del cine afroamericano de los setenta: Pam Grier. «Los actores se enfrentan a una triste situación —dice Tarantino—. La mayoría de los directores de reparto no tienen memoria. La gente que puede aspirar a un papel en películas de máxima categoría es la gente a la que le ha ido bien en los últimos cinco años. Y por eso vemos los mismos actores de carácter en las mismas nueve películas anuales. Yo tengo mucha más memoria, por eso la lista que tengo en la cabeza de quiénes podrían hacer algún papel es larga.»
Con solo tres películas, Tarantino ha creado estilo. Sus seguidores lamentan que el espacio entre película y película no sea un poco más corto. Y él explica que necesita tiempo para escribir. Y entre tanto hace de vez en cuando sus pinitos como actor, en películas de colegas, como en Abierto hasta el amanecer (1995), de Robert Rodríguez, o incluso en Broadway, donde intervino en un montaje de Sola en la oscuridad. Solo que esta vez las críticas fueron demoledoras.