¿Cómo nació la afición al cine de Ingmar Bergman?
Una Nochebuena los padres de Ingmar Bergman le regalaron a él y a su hermana Margareta un cinematógrafo de juguete. Los dos niños, a partir de ese día, se refugiaron en el universo imaginario del cine, que se convirtió en su principal juguete. Con diez años el pequeño Ingmar proyectaba una y otra vez una película en la que una niña que dormía en un prado se despertaba y se iba.
El cine del sueco Ingmar Bergman representa las antípodas del cine comercial. Su preocupación no era tanto contar una historia como reflexionar sobre los grandes temas. Había dos inquietudes que se repetían en sus historias. En primer lugar, la angustia de un mundo que se interroga sobre Dios, el Bien y el Mal, el sentido de la vida y de la existencia. Su segunda gran preocupación era la incomunicación en el seno de la pareja.
Si hay un film clave en el que se refleja su concepción de Dios y la relación de la divinidad con los hombres es El séptimo sello (1957). La escena del caballero jugando al ajedrez con la muerte se ha convertido en todo un icono cinematográfico. Gracias a este film el actor Max Von Sydow se consagraría internacionalmente.
El cine de Bergman es imposible de entender si no se conoce su vida, su infancia y la relación de amor y de odio que mantuvo con sus padres, un estricto pastor luterano y una madre muy dominante. Su educación estuvo basada en conceptos como el pecado, la confesión, el castigo, el perdón, la misericordia… La represión de los instintos se consideraba en su familia una virtud y los castigos corporales eran habituales. Terminada la tanda de azotes, el pequeño Ingmar debía besar la mano de su padre y pedir perdón. Fuera de casa tampoco reinaba la comedia. Su primer guión, Tortura, que realizó otro director, está basado en un recuerdo personal: el terror que le inspiraba un profesor que le había hecho varias novatadas en Estocolmo.
Bergman se instaló en la capital sueca con veinte años. Se doctoró en historia, pero se dedicó desde muy pronto al cine y al teatro. Nunca, ni siquiera después de triunfar en el cine, abandonó la escena, donde dirigió funciones de obras de autores tan variados como Ibsen, Molière, Shakespeare o Tennessee Williams.
En 1945 dirigió su primera película: Kris. Doce años después El séptimo sello (1957) le convirtió en un director muy admirado en todo el mundo, y a partir de ahí dirigiría, uno tras otro, cuatro de sus filmes más importantes: Fresas salvajes (1957), En el umbral de la vida (1958), El rostro (1959) y El manantial de la doncella (1960).
En 1965 rodó Persona, una película fuertemente marcada por las teorías del psicoanálisis y que se centraba en conflictos entre la persona y el alma. En su rodaje conoció a la actriz noruega Liv Ullmann, con la que se casó y que imprimió su personalidad a la obra del cineasta durante este período. Gritos y susurros (1973) era la historia de los últimos días de vida de una mujer enferma de cáncer y del comportamiento de sus hermanas. Muchos críticos la consideran la obra maestra del cineasta.