¿Por qué a la novia de Tarzán, Jane, le alargaron la falda?
En Tarzán y su compañera (1934) Jane saltaba de liana en liana luciendo un ajustado biquini de piel. En la siguiente película de aquella serie de aventuras, la novia de Tarzán tuvo que lucir traje entero con falda. No es que hubiera cambiado la moda en la jungla, sino que entre una y otra película había entrado en vigor el Código Hays, un sistema de autocensura ideado por la propia industria americana del cine y que en el apartado dedicado al vestuario rezaba: «El hecho de que el cuerpo desnudo o semidesnudo pueda ser hermoso no convierte en moral su utilización en el cine (…). Los materiales translúcidos, así como la silueta, son con frecuencia más insinuantes que un desnudo total.»
Desde el nacimiento del cine todo tipo de moralistas habían alertado acerca de la influencia negativa del nuevo invento sobre el espectador. Movidos por el temor a las posibles consecuencias de aquellas campañas sobre la taquilla, más que por razones puramente éticas, los productores adoptaron desde muy pronto acuerdos de autocensura que, mal que bien, habían conseguido apaciguar las críticas. A principios de los treinta, sin embargo, en la América empobrecida y frustrada de los años de la depresión, los sermones habían ganado en virulencia y los grupos religiosos más conservadores, como la Liga Católica, arremetían más que nunca contra las insinuaciones de Mae West o el erotismo de Marlene. El puritanismo ganaba terreno, por lo que la MPPDA (Asociación de Distribuidores y Productores) decidió endurecer su autorregulación con un nuevo código moral más estricto y que tomó el nombre de quien llevaba las riendas censoras de Hollywood desde hacía más de una década: el ex ministro Will Hays. A partir de 1934 ninguna película sería distribuida sin el correspondiente sello de la oficina Hays.
La oficina Hays no solo se ocupaba del sexo. Se debatía en ella, por ejemplo, si las películas de gángsters contribuían a la extensión del crimen en la sociedad. Otras veces la controversia nacía del lenguaje y llevó muchas horas y muchos informes permitir que Clark Gable dijera su famoso «me importa un bledo» en Lo que el viento se llevó. Los directores, mientras tanto, exprimían su ingenio para esquivar y burlar las prohibiciones. Como los besos no podían durar más de tres segundos, en Encadenados (1946) Alfred Hitchcock, cronómetro en mano, hizo que Cary Grant e Ingrid Bergman se «picotearan» durante dos minutos y medio a base de ósculos minúsculos pero continuos, en una escena que desprendía mucho más erotismo que un beso de amor convencional.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la todopoderosa oficina Hays fue perdiendo influencia. En 1950 el distribuidor americano de El ladrón de bicicletas se negó a hacer los dos cortes propuestos por los censores. La película fue exhibida sin el sello correspondiente y ganó, a pesar de todo, el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. La oficina Hays había quedado desautorizada.
El código Hays supuso un empobrecimiento temático del cine americano y, a pesar de excepciones como las de Encadenados, contribuyó al aumento de la ñoñería argumental. Tarzán y Jane no estaban formalmente casados. Por eso su hijo, Boy, tuvo que ser adoptado.