¿Cuál fue la escena más sensual del Hollywood clásico?
El día de su estreno, en el Palacio de la Música de Madrid, un grupo de espectadores arrojó tinta negra a la pantalla. Durante los días siguientes, el cartel era sistemáticamente arrancado de la fachada. La película era Gilda (1946). La escena en cuestión: un contoneante baile en el que la protagonista, vestida con un vestido de raso sin mangas, se quitaba uno de sus largos guantes. Lo que se veía era solo una mano. Lo que no se veía era lo que, a partir de ahí, el espectador podía imaginar. Curiosamente la escena no estaba en el guión. Su inclusión se decidió sobre la marcha para aprovechar las habilidades como bailarina de Rita Hayworth, que de esta manera se convirtió en un mito que nunca lograría desembarazarse de la sombra de aquel personaje. «Los hombres se acuestan con Gilda y se levantan conmigo», llegó a decir llena de amargura en una ocasión. Y es que la vampiresa de la película no tenía nada que ver con la Hayworth real.
Su verdadero nombre era Margarita Cansino. Hija de un bailarín español emigrado a Estados Unidos, debutó en el mundo del espectáculo como pareja artística de su padre. Su belleza llamó pronto la atención de Hollywood, y en 1937 firmó un contrato de siete años. Gracias a títulos como Sangre y arena (1941), de Rouben Mamoulian, se convirtió pronto en estrella. Su atractivo sedujo especialmente a los más jóvenes y los soldados americanos de la Segunda Guerra Mundial solían llevar su foto prendida en la mochila. Por eso, cuando a su vuelta del frente se reencontraron con ella más sensual que nunca en Gilda, nació un mito.
Lejos de su personaje, Rita Hayworth era, sin embargo, una mujer vulnerable e insegura. En 1943 se casó con Orson Welles. El director le cortó la melena, la tiñó de rubio platino y, despojada de todo su glamour, la hizo morir, rodeada de espejos, en la antológica escena final de La dama de Shanghai (1948), su única película juntos. Los años al lado del director fueron, según decía, los más felices de su vida, y ante eso Welles no pudo sino replicar: «Si aquello fue felicidad, imaginen cómo fue el resto de su existencia.»
Durante el rodaje de Gilda mantuvo un romance con su pareja en la película: Glen Ford; se casó después con el príncipe Ali Khan, y poco a poco el público perdió la cuenta de sus maridos. Su rostro se fue agrietando por culpa del fracaso y la enfermedad de Alzheimer, pero al público no le importó, porque seguía recordándola como Gilda, un personaje que le hizo célebre, pero al que terminó odiando.