¿Cómo surgió «la caza de brujas»?
«La caza de brujas» fue un proceso que se dio en Estados Unidos a partir de 1947, y que consistió en «depurar» la industria de todos los sospechosos de comunismo. ¿Y quién era sospechoso? Pues todo aquel a quien un colega acusara de serlo y a que a su vez se negara a delatar a un tercero. Durante aquellos vergonzosos años en Hollywood circulaba una lista negra. Quien formara parte de ella no encontraría trabajo en la ciudad. Aunque, eso sí, hubo quien sobrevivió haciéndose pasar por otros. El guionista Dalton Trumbo, por ejemplo, firmó bajo seudónimo guiones como el de Vacaciones en Roma (1953) o Espartaco (1960).
«La caza de brujas», tal y como se ha conocido a aquel proceso inquisitorial, solo puede ser entendida en el contexto de la posguerra. El partido republicano había llegado al poder. Se vivían los albores de la guerra fría y se temía que la URSS tratara de infiltrarse ideológicamente a través de los grupúsculos comunistas. La agitación en Hollywood comenzó en 1947. Aquel año, buscando no tanto izquierdistas como publicidad, el Comité de Actividades Antinorteamericanas, dirigido por el senador Joseph McCarthy, citó a declarar en Washington a cuarenta y un profesionales del cine. Productores como Mayer, Walt Disney o Jack Warner declararon sin problemas, en calidad de «testigos amistosos», pero diez de los convocados —«los diez de Hollywood»—, guionistas en su mayoría, se negaron a colaborar. Se sentían en principio apoyados por sus compañeros. De hecho, un grupo de estrellas de tendencia liberal, en el que figuraban Lauren Bacall y su marido Humphrey Bogart, voló a Washington para acudir a las sesiones. Pero, según cuenta el director John Huston, que también estuvo allí, la actitud de «los diez» fue altanera, y durante el proceso la opinión pública se fue deslizando paulatinamente hacia un anticomunismo visceral. Como, llegados a ese punto, la imagen de aquellos «diez malos americanos» vinculados a Hollywood podía perjudicar a la taquilla, los grandes productores, reunidos en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, acordaron rescindir sus contratos. Por si eso no bastara, «los diez de Hollywood» fueron condenados por desacato a un año de cárcel y a multa de mil dólares.
Poco más tarde, a principios de los cincuenta, nacieron las listas negras. A la par que una nueva comisión seguía investigando Hollywood, cualquier sospechoso era expulsado de la industria. Unos se delataban a otros porque, en aquel clima, el mero hecho de negarse a dar nombres se interpretaba como izquierdismo. Hubo en total unas setecientas testificaciones. Según relata en un libro Patricia Bosworth, hija de un perseguido, aquellos que figuraban en la lista negra, además de escribir con seudónimo, tenían que cobrar en dinero negro, no podían abrir cuentas y sus conversaciones telefónicas eran espiadas por el FBI. A menudo las acusaciones no tenían fundamento alguno. Un guionista llamado Louis Pollock pasó cinco años sin trabajar porque lo habían confundido con un sastre de California que se había negado a testificar y que tenía el mismo nombre.
A lo largo de aquellos años, Charles Chaplin se instaló en Suiza y el actor John Garfield murió de un infarto fruto de la tensión que le produjeron las investigaciones. Según afirma el historiador Román Gubern, el McCartysmo malogró una tendencia de cine social americano que había dado títulos tan destacados como Las uvas de la ira (1940) o Tiempos modernos (1935).