¿Cómo acusó el cine americano el cambio de mentalidad de la sociedad?
El film político, tan de moda en Europa durante los años sesenta y setenta, también cuajó en Estados Unidos. La oposición a la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles de las minorías o el influjo de la contracultura abrieron un abismo cada vez mayor entre los valores tradicionales que había defendido el cine clásico americano y la situación real. Así, las películas se vieron obligadas a renovar sus contenidos, poniendo un mayor énfasis en la denuncia política, la crítica de la injusticia y el reflejo de la realidad social americana.
Sidney Pollack retrató en Danzad, danzad, malditos (1969) la desesperación de la gente durante la Gran Depresión. Peter Bodganovich cargaba en Target (1968) contra la pasión de los norteamericanos por las armas, y describía la vida sin perspectivas de los jóvenes en un pequeño pueblecito de Tejas durante los años cuarenta en La última película (1971). Y Dennis Hopper marcó época con su particular retrato de la generación hippie en Easy rider (1969). Martin Ritt, por su parte, se convirtió en uno de los cineastas más corrosivos de la época. En La tapadera (1976) abordó «la caza de brujas» del senador McCarthy, que él mismo sufrió cuando fue acusado de comunista, y en 1979 permitió a la actriz Sally Field ganar el Oscar de interpretación por su papel de luchadora sindical en Norma Rae. Alan J. Pakula, también abordó el cine político con Todos los hombres del presidente (1976), versión cinematográfica del reportaje realizado por los periodistas del Washington Post Carl Bernstein y Bob Woodward sobre el caso Watergate, que acabó con la dimisión del presidente Nixon.
Pero quizá el más destacado de los directores de esta corriente social y política fue Arthur Penn, cuyo cine reflejaba como ninguno la fascinación por la violencia de la sociedad americana. Esta crítica quedaba patente en películas como La jauría humana (1966) y, sobre todo, en Bonnie y Clyde (1967), evocación de la América profunda y primitiva a través de las correrías de una banda de atracadores de bancos, que se convirtió en una de las mejores películas americanas de los sesenta. En Pequeño gran hombre (1970), protagonizada por Dustin Hoffman, Arthur Penn se planteó la revisión de la historia norteamericana, desmitificando la figura del general Custer y denunciando el genocidio indio. Cuando se estrenó los jóvenes quisieron ver en ella una metáfora de la guerra de Vietnam, y durante las escenas de la matanza del río Wachita, en las que Custer masacraba un poblado indio, la gente de la sala gritaba: «¡Mai-Lai, Mai-Lai!», en recuerdo de un episodio ocurrido por entonces en una aldea de Vietnam, donde tropas americanas asesinaron a niños, mujeres y ancianos.
Otro de los grandes desmitificadores del cine americano ha sido y es Robert Altman, autor de películas con argumento mínimo, pero llenas de situaciones, historias paralelas y ácidas opiniones. En 1970 consiguió un gran éxito con MASH, en la que contaba las peripecias de unos médicos de campaña durante la guerra de Corea y conseguía mezclar algo que hasta entonces parecía incompatible: guerra y risas. Con su irreverencia Altman parodiaba el patriotismo y otros valores exaltados por las películas bélicas convencionales. MASH ganó la Palma de Oro en Cannes y tuvo un gran éxito que se prolongaría al convertirse en serie de televisión. A continuación, con Los vividores (1971), Robert Altman se planteó una remodelación del western. Con Un largo adiós (1973), del cine negro. En Buffalo Bill y los indios (1976) se burlaba del viejo héroe americano y su circo ambulante. Pero su particular visión de la sociedad norteamericana quedó reflejada mejor que nunca en Nashville (1975), en la que narraba cinco días del festival de música country de esa ciudad, coincidiendo con una campaña electoral. La película era un laberinto de situaciones y personajes que parecían mezclarse sin ningún orden, pero que en su conjunto esbozaban un retrato social de lo más corrosivo.
Los ochenta fueron época de vacas flacas para Altman, pero en los noventa renació con su habitual dominio del cine coral y su visión satírica de América en películas como El juego de Hollywood (1993), Vidas cruzadas (1994) o Kansas city (1997).