¿Por qué en algunos países a las salas de cine se les llamaba nickelodeones?
En el argot americano un nickel era una moneda de cinco centavos y un nickel-odeón un teatro donde, por ese precio, se podía asistir a las sesiones de cine. Al principio las proyecciones del cinematógrafo se ofrecían en ferias ambulantes o se integraban en los espectáculos de variedades de los teatros. Pero pronto se abrieron las primeras salas consagradas únicamente a la exhibición cinematográfica. Solo en Nueva York se inauguraron cerca de cuatrocientos nickelodeones en apenas tres años.
En Europa la locura por el cine también crecía. Aunque no sin algún contratiempo, como el incendio del Bazar de la Caridad en París, en el que perecieron más de ciento treinta personas en un siniestro provocado por un proyeccionista poco experimentado. Muchas voces se alzaron entonces pidiendo la prohibición del cinematógrafo, pero el espectáculo siguió adelante. Hacia 1909 se calcula que en Estados Unidos existían ya diez mil nickelodeones y catorce millones de espectadores los visitaban cada semana.
La presencia del pianista era imprescindible en aquellas primeras proyecciones. Y antes de que aparecieran los rótulos se hizo muy popular la figura del «explicador», un individuo que, con voz potente y mucha imaginación, iba contando a los espectadores lo que ocurría en la pantalla. Algunos de estos explicadores eran muy populares y atraían por ellos mismos al público a las salas. El actor español José Isbert recordaba en sus memorias una anécdota sobre uno de aquellos explicadores estrella. Durante una proyección, la sala se quedó a oscuras por un corte de electricidad. Entonces, sin inmutarse, el hombre informó a la gente: «Batalla de negros en un túnel.»