¿Qué pasó en España con la llegada del cine sonoro?
Durante bastantes años, la producción española vivió como si el sonoro no se hubiera inventado. No había ni estudios, ni equipos, ni empresas productoras capaces de afrontar la revolución tecnológica. La primera cinta sonora del cine español, El misterio de la Puerta del Sol, se filmó en 1929, pero, a pesar de este y otros experimentos aislados y técnicamente muy rudimentarios, lo cierto es que hasta 1932 no hubo una infraestructura que hiciera posible una producción sonora mínimamente competitiva. Aquel año se fundaron en Barcelona los estudios Orphea. En ellos Francisco Elías rodó Pax, la primera película española con un sonido que podía considerarse profesional. Para entonces Hollywood había rodado ya filmes sonoros tan importantes como King Kong o Drácula. El doblaje no se había extendido y, a falta de películas nacionales, el público de principios de los treinta se alimentaba de versiones en español de éxitos americanos. La Metro Goldwyn Mayer, por ejemplo, volvía a rodar en Hollywood la misma historia, en los mismos decorados, pero con intérpretes que hablaran castellano, casi siempre actores mejicanos. La Paramount, en cambio, construyó en Joinville, cerca de París, unos estudios especializados en la segunda versión. Y allí emigraron muchos de los directores y actores importantes del cine español. Pero las versiones adaptadas no gustaron mucho al público. Poco a poco, además, la producción española iba recuperándose. A un ritmo creciente, hasta el punto de que en los años 1935 y 1936 se puede hablar de una mini edad de oro del cine español. Las salas se llenaban para ver películas de temática castiza, de argumento de sainete y de zarzuela. La gran estrella de la época era Imperio Argentina y el gran director, Florián Rey. Unidos profesional y sentimentalmente, fueron los artífices de los dos grandes éxitos de la época: Nobleza baturra (1935) y Morena clara (1936).
El estallido de la Guerra Civil paralizó la producción. Los dos bandos se afanaron, sobre todo, en rodar cortometrajes documentales de propaganda. Mientras el Gobierno alemán invitó a Imperio Argentina y Florián Rey, que pudieron así seguir produciendo películas españolas, pero rodadas en Berlín, aunque, con un público en guerra, ya no consiguieron reeditar el éxito de sus anteriores colaboraciones.