¿Quién es el máximo representante del llamado «Nuevo Cine Español»?
Entre 1960 y 1969, coincidiendo con los años de cierta apertura del régimen de Franco, se intentó estructurar el cine español en dos niveles con diferentes normas de protección: unas se dedicarían al cine más comercial y otras a las películas que se denominaban «de interés especial» por su contenido cultural y artístico. El máximo representante de este período fue Carlos Saura.
Después de unos comienzos influidos por el neorrealismo, con títulos como Los golfos (1959), y después de haber sufrido las mutilaciones de la censura en Llanto por un bandido (1963), Saura optó por una crítica política más sutil, con historias que mezclaban la alegoría, el simbolismo y la tradición española del esperpento, con una combinación de fantasía y realidad. El primer ejemplo claro de este estilo fue La caza (1965), una historia en la que, bajo la excusa de una excursión de caza situada en la España de los años sesenta, Saura extraía en los personajes el recuerdo de la guerra. Gracias a Peppermint frappé (1967) consiguió el Oso de Plata del Festival de Berlín y la crítica internacional le bautizó como el sucesor de Buñuel. Geraldine Chaplin, que interpretó nueve de sus películas, se convirtió en su principal protagonista y en su pareja sentimental.
El fallecimiento de Franco y el cambio de régimen supusieron una transformación radical en su cine, que se sacudió la alegoría y el simbolismo. En Deprisa, deprisa (1981) regresó al realismo de Los golfos para contar la vida de un grupo de jóvenes delincuentes en el Madrid más marginal. Después, aunque alternándolo con otros títulos —algunos de gran impacto popular, como Ay, Carmela (1989)—, Saura iniciaría todo un ciclo de cine musical compuesto por Bodas de sangre (1981) —según la obra de Federico García Lorca—, Carmen (1983), El amor brujo (1986), Sevillanas (1992), Flamenco (1995) y Tango (1997). En estas últimas películas Saura colaboraba con el director de fotografía italiano Vittorio Storaro. Más interesado en la plástica que en la narración, el director aragonés conseguía en ellas algunas de las imágenes más bellas y sugestivas del cine español. En otro alarde visual, Saura y Storaro recrearon en pantalla el universo pictórico de Francisco de Goya en Goya en Burdeos (1999).