¿Y cuál de los directores americanos que comenzaron a finales de los sesenta ha sido el más influyente e importante?
Por trayectoria, influencia y méritos propios Francis Ford Coppola es el realizador americano más importante surgido en las tres últimas décadas. Con solo nueve años de edad empezó a hacer películas caseras en super-8, películas que luego proyectaba a sus amigos, previo pago de una pequeña cantidad. Creación y negocio, el cine y el capital, siempre unidos a lo largo de su vida, muy a pesar suyo. El director ha vivido y vive en el mundo del cine como si fuera un funambulista, permanentemente en la cuerda floja. Ha podido hipotecar todos sus bienes por un proyecto, ha podido arruinarse, para después renacer y volver a triunfar. O incluso llegar al borde mismo de la locura, como le ocurrió en Apocalypse now. Para él hacer una película no es solo escribir un guión y rodarlo. Es un trozo de su propia vida.
Coppola estudió cine en la Universidad del Sur de California, pero donde de verdad aprendió todos los secretos de su oficio fue en la factoría de Roger Corman, el productor rey de la serie B. Las leyes que regían en los estudios Corman eran muy simples: trabajar sin horario y estar dispuesto a hacer cualquier cosa y en cualquier momento. De sus primeras películas la más destacable fue el melodrama de mujeres Llueve sobre mi corazón (1969). Tras este film se independizó y fundó la productora American Zoetrope junto a otros colaboradores de Corman, como George Lucas, John Millius o Martin Scorsese. Una de las primeras producciones de esta compañía fue el debut de Lucas como director: THX 1138 (1971), una película de ciencia-ficción que resultó un completo fracaso. Como consecuencia, la Warner retiró su apoyo económico y la American Zoetrope se derrumbó. No sería la primera vez que este sueño de Coppola terminaría por los suelos. Pero en 1973 el director recibió un sorprendente encargo de la Paramount: llevar al cine un best seller que por entonces arrasaba en las librerías. Aunque su ilusión en aquella época era dirigir pequeñas películas de arte y ensayo, Coppola, aconsejado por su padre, aceptó.
«Creo en América. América hizo mi fortuna.» Con esta frase comenzaba una película que es ya un mito de la historia del cine: El padrino (1973). En ella Coppola no solo filmó una historia de gángsters, la saga de una familia italoamericana de mafiosos, sino un recorrido magistral por los caminos del poder y la corrupción en América. La película recuperó al mejor Brando, un empeño personal del director, y elevó a Coppola al Olimpo de los directores, lugar del que, a pesar de sus fracasos, nunca ha descendido.
En La conversación (1974) el director cambió por completo de registro. Era un film de autor sobre los problemas de conciencia de un investigador privado. Coppola planteaba en él muchas de sus obsesiones: la soledad, la culpabilidad, la manipulación de las palabras y los sentimientos… Después el director consiguió algo que parecía imposible: que El padrino, segunda parte (1974) fuera tan fantástica o más que la primera. En lo tocante a premios también batió un récord. Ha sido el único caso en la historia en el que un film y su secuela han recibido, los dos, el Oscar a la mejor película.
El éxito y la fama que le dieron «los dos Padrinos» permitieron a Coppola embarcarse en una odisea. Hizo la que él mismo considera su película más personal: Apocalypse now (1979).