¿Cuál fue la primera película sonora?
Tanto Edison como Pathé ya habían experimentado con el sonido en los primeros años del cine, patentando sistemas que sincronizaban la acción de la pantalla con el sonido grabado en discos u otras fuentes. Estos experimentos se repitieron a lo largo de todo el período mudo. Pero el film que ha pasado a la posteridad como primera película sonora fue El cantor de jazz, de Alan Crosland, estrenada el 6 de octubre de 1927. En realidad, no era totalmente sonora. Solo contenía algunas canciones y unos cuantos fragmentos hablados. Después de una canción, el protagonista, Al Jolson, miraba a la cámara y pronunciaba la primera línea de diálogo de la Historia del Cine: «¡Esperen un minuto: aún no han oído nada!» La frase fue premonitoria porque produjo una reacción en cadena en la industria del cine. Viendo el éxito que la Warner estaba consiguiendo con El cantor de jazz, el resto de los estudios se lanzaron a producir películas parlantes. La primera totalmente hablada sería The lights of New York (1928).
La llegada del sonido supuso muchos cambios, empezando por los intérpretes de las películas. Los estudios barrieron los teatros en busca de nuevos actores que supieran declamar. Los sueldos de algunas estrellas fueron rebajados por razones de fonogenia. Otras muchas se eclipsaron definitivamente. El caso más notable, ya mencionado, fue el de John Gilbert, cuya atiplada voz no es que fuera desagradable, simplemente no encajaba con la personalidad que el público le había adjudicado. Sus escenas de amor con sonido ya no emocionaban, sino que provocaban la risa. Aunque dicen las malas lenguas que fue el propio Louis B. Mayer el que ordenó que manipularan los micrófonos para que su voz resultara mucho más chillona, en venganza por una pelea que habían tenido a causa de Greta Garbo.
La movilidad de la cámara, conquistada en los años anteriores, también se resintió, ya que para evitar el ruido que producía el motor se encerraban en cuartitos insonorizados. Así volvieron los tiempos del estático «teatro filmado». Las fuentes de iluminación también cambiaron, ya que las lámparas de arco eran demasiado ruidosas. Nuevos oficios, como el de encargado de sonido, se implantaron. Las salas de exhibición tuvieron que reconvertirse.
Otro problema al que se enfrentó la industria fue el de los distintos idiomas. Con la llegada del sonoro el cine había dejado de ser un lenguaje universal. Al principio se hacían diferentes versiones para cada mercado, con los actores memorizando fonéticamente diálogos que no comprendían. O se volvía a rodar la misma película con actores de otros países. Poco a poco, por fortuna, se fueron implantando el doblaje y los subtítulos.
En el otro lado de la balanza la llegada del cine parlante duplicó en poco tiempo el número de espectadores. El sonido también permitía una mayor continuidad narrativa al eliminar los rótulos que ralentizaban la acción. Con la palabra el cine se veía capaz de abordar conflictos y personajes mucho más complejos de los que permitía la simple imagen. Habían pasado más de treinta años desde que los hermanos Lumière inventaran el cine. Tres décadas en las que, con el esfuerzo y el talento de muchos pioneros, se había desarrollado un nuevo arte. El cine entraba ahora en una nueva era completamente diferente.