¿Qué era el neorrealismo?
El neorrealismo fue un movimiento que surgió en Italia después de la Segunda Guerra Mundial. Una de sus características principales era que las películas se rodaban en la calle. La industria del cine estaba desmantelada y no había ni equipos ni estudios donde rodar. Roma, ciudad abierta (1945), de Roberto Rossellini, que junto a Obsesión (1942), de Luchino Visconti, está considerada como el título fundacional del movimiento, se rodó sin permisos, con el dinero que el director consiguió con la venta de sus muebles, con celuloide caducado y sin un guión terminado.
El neorrealismo era la necesidad hecha virtud. Pero no solo eso. Partía a su vez de supuestos ideológicos y estéticos muy claros. Frente al cine grandilocuente y los decorados que tanto gustaban a Mussolini, optaba por la sencillez y el naturalismo, dejándose llevar por la influencia de realizadores como el francés Jean Renoir, con quien Visconti había trabajado como ayudante de dirección. Para dar veracidad a los personajes muchos de los actores no eran profesionales. Cuando Vittorio de Sica preparaba El ladrón de bicicletas (1948) un obrero llevó a su hijo a hacer una prueba y el director no eligió al niño, sino al obrero. Por las mismas fechas una periodista fue a entrevistar a De Sica y, además del artículo, consiguió un papel.
El neorrealismo tenía un compromiso con la realidad, y el cine era un vehículo de denuncia o, por lo menos, de reflejo social. Tal y como dijo una vez Roberto Rossellini, constituía «una posición moral desde la que contemplar el mundo». Aquella «posición moral» se traducía en la práctica en una imagen triste y miserable de la Italia de la época que, desde luego, no entusiasmaba a las autoridades. En 1948 la Democracia Cristiana se instaló en el poder. Mediante la censura y los sistemas de protección económica apoyaron otro tipo de cine y facilitaron el auge de grandes productores, como Carlo Ponti o Dino de Laurentiis. Pero para entonces títulos como El ladrón de bicicletas habían sido un éxito en todo el mundo. Aquel estilo sencillo y real demostró que con pocos medios se podía hacer gran cine. Su influencia se dejó notar en países tan diversos como Méjico, Grecia o Japón. Y, por supuesto, en la deprimida España de los cincuenta, en las películas de Marco Ferreri (El pisito, 1958; El cochecito, 1960), o en las comedias amargas de Luis García Berlanga, como Bienvenido, Mr. Marshall (1952).