¿Cómo influyó la Revolución Rusa en el cine?
En 1917 la Revolución Comunista sacudió las estructuras políticas de todo el mundo. El cine no se quedó al margen de ese terremoto social y se convirtió en un arma más del combate revolucionario. Dos años después Lenin firmaba un decreto nacionalizando la industria cinematográfica y declaraba: «De todas las artes, el cine es la más importante para nosotros. Debe ser y será el principal instrumento cultural del proletariado.» El gobierno bolchevique deseaba servirse de él como elemento de propaganda y bajo esa premisa desarrollaron su trabajo los grandes directores soviéticos de la época, como Vsevolov Pudovkin, autor de La madre (1926) o Tempestad sobre Asia (1928), o Alexander Dovjenko y su hermoso poema lírico La tierra (1930). Pero el gran coloso del cine soviético iba a ser Sergei Mijailovich Eisenstein.
Eisenstein empezó su carrera como teórico del cine centrando sus estudios en el montaje de las películas. El director repudiaba el montaje clásico entendido como una suma de planos. Para él de dos imágenes yuxtapuestas podía surgir una tercera. Por ejemplo, de la imagen de un ojo y de la de agua surgía la idea de llorar.
En 1924 puso en práctica sus teorías al rodar su primer largometraje: La huelga. Pero sería su siguiente película, El acorazado Potemkin (1925), la que se convertiría en un hito de la historia del cine. Este film narraba el amotinamiento de unos marineros ocurrido en 1905 en el puerto de Odessa. La escena más famosa era la de la escalinata en la que los soldados masacraban al pueblo que se manifestaba en solidaridad con los marineros. Esta secuencia se convirtió en la máxima expresión del montaje, gracias a una perfecta combinación de primeros planos, planos generales y travellings. La imagen de los cosacos, bayoneta calada, bajando los peldaños en rígida formación o la del cochecito de bebé que se precipita escaleras abajo forman parte de los momentos más significativos del arte cinematográfico.
El impacto que El acorazado Potemkin tuvo en todo el mundo convirtió a Eisenstein en el primer director soviético. En 1927 le encargaron la realización de Octubre, una película épica sobre la revolución de 1917, y por primera vez el director chocó con la censura del Gobierno. Casi un tercio del film fue mutilado para eliminar todas las referencias a León Trotski, que había caído en desgracia. Eisenstein firmó entonces un contrato con la Paramount y se marchó a Hollywood, pero no consiguió sacar adelante ningún proyecto. Fue a Méjico, donde rodó una película inacabada: ¡Que viva Méjico! Y desengañado regresó otra vez a la Unión Soviética. Pero allí cada vez iba a encontrar más dificultades para realizar su trabajo, ya que su creación artística era controlada férreamente por el Gobierno de Stalin. En los años treinta solo logró terminar un film: Alexander Nevsky (1938). Durante los cuarenta se embarcó en el gran proyecto de contar en tres películas la biografía del zar Iván IV, Iván el terrible, con la que metafóricamente criticaba la dictadura stalinista. No llegaría a terminar su trilogía. En 1948 murió de un ataque al corazón.
Con Eisenstein el cine soviético protagonizó una auténtica revolución expresiva a nivel mundial, gracias al realismo de sus imágenes, despojadas de todo artificio teatral, y, sobre todo, por el empleo magistral de las posibilidades del montaje.