¿Quién fue el gran director de mujeres?
El departamento de publicidad de la Metro vendió a George Cukor como un director de mujeres y, una de dos, o los publicistas acertaron de lleno en su lema, o Cukor hizo todo lo posible para que esto fuera verdad. El caso es que Cukor fue el gran director de personajes femeninos del Hollywood clásico. Su sello de fábrica fueron unas comedias irónicas y frívolas y, si a veces es difícil reconocer en ellas la mano del director, se debe quizá a que, tal y como decía en sus memorias su buena amiga Katherine Hepburn, Cukor cedía todo el protagonismo a los intérpretes: «Su carrera fue extraordinaria y, sin embargo, rara vez se le sitúa junto a los que llaman “grandes directores”. Creo que por fin sé porqué. Era fundamentalmente un director de actores. Básicamente le interesaba que el actor brillara. Veía la historia a través de los personajes principales.» Y así, La costilla de Adán (1949) es una de Katherine Hepburn y Spencer Tracy; si se recuerda My fair lady (1964) es la otra Hepburn, Audrey, quien acude a la memoria del espectador, o James Stewart cuando se rememora Historias de Filadelfia (1940). Pero a la sombra de aquellas estrellas, en algunos de sus momentos más brillantes, se escondía la mano de un mismo director.
Culto, gran conversador… fuera del plató, George Cukor era uno de los mayores animadores de la vida social de Hollywood. En las exquisitas fiestas que organizaba en su mansión se reunían actores, directores, escritores e intelectuales. Los encuentros de los domingos por la tarde, en cambio, estaban reservados a chicos jóvenes y guapos, entre los que eventualmente seleccionaba a uno para algún minúsculo papel. Al tanto de sus andanzas, Mayer le preguntó una vez: «¿Eres homosexual?» Y Cukor respondió: «Escrupulosamente.»
El jefe de la Metro no tomó represalias, pero las poco correctas inclinaciones sexuales del director tuvieron alguna repercusión en su carrera. Cuenta una de las muchas versiones que explican su expulsión de Lo que el viento se llevó que, pocos días antes de que se produjera, Clark Gable había estallado en mitad de una escena diciendo: «¡Nunca me dejaré dirigir por un mariquita!»