¿Cómo era el cine español a principios de los setenta?
En 1971, en un cine de Santiago de Compostela, se exhibió una copia de la película Las melancólicas, que era bastante diferente a la que se podía ver en otras salas. Y es que lo que se proyectaba por error era la versión destinada a la exportación, que incluía escenas de desnudos. En cuanto se corrió la voz por la ciudad el público acudió en masa al cine y desde todos los pueblos cercanos se fletaron autocares para verla. La anécdota ilustra significativamente la represión sexual y política que rodeaba por entonces a nuestro cine. En función de ella el cine español de la primera mitad de los setenta se encarriló en tres tendencias principales: la comedia comercial, la tercera vía y el cine de autor.
El cine más comercial se decantó por las comedias chabacanas y de fácil consumo, que trataban casi siempre de la frustración del acto sexual. La quintaesencia del género fue No desearás al vecino del quinto (1970), de Ramón Fernández, que tuvo un éxito arrollador en las taquillas e instauró a Alfredo Landa como protagonista casi perpetuo y prototipo del macho hispano reprimido, hasta tal punto de que el subgénero se bautizó como landismo. Los títulos de las películas lo dicen todo: Manolo la nuit, No somos de piedra, El abominable hombre de la Costa del Sol, Lo verde empieza en los Pirineos, Vente a Alemania, Pepe…
La «tercera vía» surgió como un intento de buscar un camino digno entre el cine de consumo y el de arte y ensayo. Eran historias que reflexionaban sobre algunos aspectos complicados de la vida española, pero con un tratamiento sencillo que las hiciera a la vez comerciales. José Luis Dibildos fue su principal productor e impulsor de películas como Españolas en París (1970) o Vida conyugal sana (1973), de Roberto Bodegas; Tocata y fuga de Lolita (1974), de Antonio Drove, o La mujer es cosa de hombres (1975), de Jesús Yagüe. Tras la muerte de Franco, José Luis Garci asumiría la reformulación de esta «tercera vía» con sus películas Asignatura pendiente (1977) o Solos en la madrugada (1978).
A medio camino entre el cine de autor y la «tercera vía» se puede incluir a Jaime de Armiñán, que en 1971 planteó un caso insólito de transexualidad para el cine español en Mi querida señorita, en la que José Luis López Vázquez realizaba una de las mejores interpretaciones de su carrera. A este le siguieron otros éxitos, como El amor del capitán Brando (1974).
Mientras tanto el productor Elías Querejeta se había impuesto la tarea de mantener la supervivencia del cine de autor con calidad artística y ambiciones político-intelectuales. A su vera surgió un tipo de cine en el que abundaban las metáforas sobre los poderes que dominaban la realidad española y que se apoyaba en los símbolos para lograr burlar a la censura. En este grupo estaban las primeras y prometedoras películas de Jaime Chávarri: Los viajes escolares (1973), y Manuel Gutiérrez Aragón: Habla mudita (1973); o la trilogía sobre la situación española que emprendió Carlos Saura: El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1972) y La prima Angélica (1973). Pero en aquellos años destacaron, sobre todo, una película y un cineasta que representa un caso aislado en la cinematografía española: Víctor Erice y El espíritu de la colmena.
El espíritu de la colmena (1973) es la obra maestra del cine español de la época. Un film de ritmo sereno y extraordinaria belleza lírica que cuenta la apertura al mundo de dos niñas que viven en un pueblecito castellano durante la posguerra, fascinadas tras ver Frankenstein en un cine ambulante. Fue la primera película española en lograr la Concha de Oro del Festival de San Sebastián y una de las cimas artísticas de la historia de nuestro cine. En los años siguientes Erice continuaría siendo fiel a sí mismo y a su concepción del arte cinematográfico. Tardaría diez años en filmar su siguiente obra: El sur (1983), otro magistral tratamiento de la infancia a través de las relaciones entre un padre y una hija, y casi otra década más para poner en pie su tercera y, hasta la fecha, última película: El sol del membrillo (1992), en la que su cámara describía el proceso de creación de un cuadro del pintor Antonio López.
El año 1975 fue clave en el cine español. En febrero se promulgaron las nuevas normas de censura, que trajeron una cierta apertura en el terreno sexual. Ese mismo año José Luis Borau estrenó la película que para muchos simbolizó el final del régimen franquista: Furtivos, una historia de cazadores en la que se hacía un retrato de la España negra y de las arbitrariedades del poder, reflejando extraordinariamente el ambiente de tensión y violencia que se vivía en la época.