Mientras De Mille rodaba sus epopeyas bíblicas, ¿no se hacían en Hollywood filmes que reflejaran la realidad de su tiempo?
En la segunda mitad de los años veinte empezó a desarrollarse en los Estados Unidos un cine social que intentaba dar una imagen auténtica de la verdadera América y reflejar los problemas, alegrías y tristezas de la gente normal. El más representativo de sus directores fue King Vidor, que aunó como ningún otro cineasta el sentido épico del cine con una visión realista de la vida cotidiana. Él mismo decía: «Yo soy una cámara. Soy un ojo que registra la realidad y eso es posible gracias a mi conciencia.»
Después de trabajar como ayudante de Ince y Griffith pasó a dirigir sus propias películas y se encumbró con El gran desfile (1926), en la que el protagonista, John Gilbert, presentaba la guerra desde el punto de vista del hombre corriente. Y el mundo marcha (1928) fue otro canto al realismo que presagiaba la gran depresión de los años treinta, y en el que se incluían algunas escenas rodadas con cámara oculta. Su primera película sonora fue el musical Aleluya (1929), rodada íntegramente con actores negros, algo que en aquella época constituía un verdadero desafío.
En las décadas siguientes destacaría con multitud de filmes como Stella Dallas (1937), El manantial (1949), Pasión bajo la niebla (1952), Guerra y paz (1956) o la inmortal Duelo al sol (1947). Su última película, Salomón y la reina de Saba (1959), la rodó en España.
Otros directores que comenzaron su carrera en esta corriente de cine de realismo social fueron Howard Hawks y Raoul Walsh, dos cineastas que más adelante se convertirían en especialistas en cine de acción y aventuras, ya fuera en el formato de western, películas bélicas o cine negro. Y no podemos olvidar a Frank Borzage, uno de los mejores directores de cine romántico de Hollywood.
Borzage enfrentaba el sentimiento amoroso a todas las tragedias de la vida cotidiana. De hecho, durante los años treinta se hablaba del «toque Borzage» para definir el amor exaltado que superaba cualquier adversidad. Títulos como El séptimo cielo (1927), Torrentes humanos (1929) o Adiós a las armas (1933) le convirtieron en uno de los directores más populares de su tiempo, aunque su carrera se fue apagando en los años cuarenta y cincuenta, quizá porque su estética, tan visual, seguía muy apegada a la del cine mudo. Frank Borzage fue también el hombre que logró el primer Oscar como mejor director por su película El séptimo cielo.