¿A quién se le llamó el último clásico del cine?
Se le suele llamar así a David Lean, un director que rodó algunas de las superproducciones más famosas de la historia del cine, películas de grandes espacios y grandes argumentos, como Lawrence de Arabia (1962) o Doctor Zhivago (1966). En ellos contraponía casi siempre la lucha interior de un personaje, preferentemente idealista y romántico, con el entorno natural, grandioso e inhóspito que le rodeaba. Era el caso del flemático y digno oficial inglés que interpretaba Alec Guiness en El puente sobre el río Kwai (1957), su primer gran éxito internacional; el de Peter O’Toole dando vida a Lawrence de Arabia (1962), y también el de Omar Sharif encarnando al Doctor Zhivago (1966). Fueron rodajes y películas que se asemejaban, por su duración, a una carrera de fondo, casi un maratón, pero que estaban realizadas siempre con un cuidado y una escrupulosidad a veces calificada de exagerada, de exquisita, de académica. Cine, para muchos críticos, muy correcto formalmente, cine de artesano, pero al que le faltaba una chispa de genialidad. «Uno empieza un rodaje —contaba en una ocasión el director— sin nada en las manos, partiendo de cero y eso siempre da un cierto miedo. A mí me suele ocurrir que durante las dos primeras semanas tengo la sensación de que la película está saliendo mal, aunque sé que soy muy meticuloso y que tiendo a angustiarme demasiado. Pero al cabo de unas pocas semanas veo que la película va hacia delante. Sé en seguida dónde situar la cámara y cómo hablar a los actores.»
David Lean había nacido en Croydon (Gran Bretaña) el 25 de marzo de 1908, y mucho antes de sus famosas superproducciones había realizado un cine más intimista. Escalón a escalón había pasado por todos los oficios de la industria del cine, hasta que en 1942 el famoso dramaturgo y cineasta Noel Coward le llamó como ayudante para su película Sangre, sudor y lágrimas (1942).
Fruto de esta relación nacerían también películas como La vida manda (1943) y Un espíritu burlón (1945). Un año después rodó su primera gran película: Breve encuentro (1946), el primer papel importante de Trevor Howard, que contaba el intenso romance que vivían un hombre y una mujer casados después de haberse conocido en el café de una estación de ferrocarril. Posteriormente adaptaría dos obras de Dickens: Cadenas rotas (1946), basada en la novela Grandes esperanzas, y Oliver Twist (1947), que muchos críticos consideran la mejor versión cinematográfica que de dicha obra se ha realizado.
A partir de entonces Lean se embarcaría en sus famosos grandes rodajes, que le llevarían hasta 1970. Rodó aquel año La hija de Ryan, que mezclaba el romanticismo de una historia de amor con la épica propia de la lucha por la independencia de Irlanda y que fue denostada por la crítica. Aunque el director manifestó que «no me dejaré aconsejar por ninguno de esos llamados críticos sobre cómo debo tomar un primer plano de una tetera», lo cierto es que esos juicios negativos le afectaron mucho, y Lean, entonces ya con sesenta y dos años, decidió retirarse momentáneamente del cine. Trabajó afanosamente durante años en un guión muy querido por él, una nueva versión del célebre Motín de la Bounty, que no logró poner nunca en marcha. Sí pudo rodar, en cambio, catorce años después de La hija de Ryan, otro ambicioso proyecto que sería su testamento cinematográfico: Pasaje a la India (1984), basada en la novela de E. M. Forster. David Lean era entonces algo más que un veterano director. Tenía setenta y seis años, pero aún le quedaban energías para concebir otro film: Nostromo, basado en un relato de Joseph Conrad. Lo tenía todo preparado: un cuidado guión, un elevado presupuesto, actores, estaba apalabrado incluso Marlon Brando, con el que siempre quiso trabajar. Sin embargo, las compañías de seguros, debido a su edad y a su frágil salud, no quisieron comprometerse con él. David Lean intentó contratar a un director suplente, pero, antes de que pudiera dar la primera orden de acción, murió el 16 de abril de 1991.