¿Quién fue el director más peculiar del período mudo?
El austríaco Erich Von Stroheim había ingresado en la Academia Militar de Viena, de la que acabó desertando para emigrar a los Estados Unidos debido a unas deudas de juego. Después de hacer de extra, especialista en escenas de riesgo, asesor militar en películas de temas castrenses y ayudante de dirección de Griffith, se convirtió en un actor muy popular dando vida a crueles oficiales prusianos en varias películas sobre la Primera Guerra Mundial. Con la cabeza afeitada, monóculo en el ojo y fumando elegantemente en boquilla creó un personaje que la publicidad anunciaba como «el hombre al que usted le gustará odiar». El actor alimentó su leyenda personal anteponiendo el Von a su apellido, a pesar de no tener nada que ver con la aristocracia, y con terribles historias en torno a su figura como la de que todas las mañanas bebía una taza de sangre para desayunar.
Poco después convenció al productor Carl Laemmle para que le financiara su primera película: Maridos ciegos (1918), un guión basado en una supuesta novela suya que no existía. No obstante, la película funcionó bastante bien y Stroheim pudo seguir dirigiendo. Esposas frívolas (1921), otro de sus filmes, se convirtió en un nuevo éxito y, a la vez, en un gran escándalo por su enorme realismo sexual. Pero a partir de aquí su carrera iba a tropezar sistemáticamente con la incomprensión de los productores. Dirigió Los amores de un príncipe (1922) y consiguió ser el primer director expulsado de un rodaje por sobrepasarse en el presupuesto y el tiempo. A pesar de la fama de arrogante y despilfarrador que se iba creando, la Metro le produjo la que sería su gran obra maestra: Avaricia (1924), que, no obstante, fue cortada en sus tres cuartas partes, reduciendo las ocho horas originales de metraje a tan solo dos. Se cuenta que Stroheim lloró como un niño al ver cómo mutilaban salvajemente su película: «Lo que yo hago en dos años de trabajo, me lo destroza en dos semanas un hombre que no tiene en la cabeza más que un sombrero», se quejaba.
En los años siguientes la industria continuó haciendo añicos su obra. Rodó La marcha nupcial (1928), pero la productora la dividió en dos partes para su exhibición y él no reconoció la segunda como suya. Después, Gloria Swanson le encargó que la dirigiera en La reina Kelly (1929), pero cuando solo llevaba un tercio del guión filmado el rodaje fue interrumpido y se montó la película con lo que había. La razón esta vez fue que el amante de la Swanson, Joseph F. Kennedy, patriarca de la famosa familia americana, retiró su apoyo económico a la película, consciente de que Stroheim no la acabaría antes de 1929, cuando ya todo el público reclamaba filmes parlantes. Ahí se quebró para siempre la carrera del director. Aún rodó una película sonora: Hola, hermanita (1931). Pero el resto de su vida sobrevivió como asesor, guionista y actor en películas como La gran ilusión, de Renoir, o El crepúsculo de los dioses, de Wilder.
Stroheim fue un caso único en la historia del cine. Su vanidad y la consciencia de su propio talento, que le hacían creerse por encima de las condiciones de explotación de una película, destruyeron su carrera. Durante el rodaje de El crepúsculo de los dioses, Billy Wilder le comentó: «Su problema, señor Stroheim, fue que siempre estuvo diez años por delante de su tiempo.» «Veinte, señor Wilder, veinte», le corrigió Stroheim.