¿A quién se conoce con las iniciales B. B.?
A Brigitte Bardot, que se convirtió en todo un mito, un fetiche sexual y un símbolo erótico en los años cincuenta y sesenta. La Bardot representaba la sensualidad juvenil mostrada sin ambigüedades y sin complejos. El público de hoy no puede ni imaginar los sueños malévolos que provocó esa francesita de pelos revueltos, nariz respingona y unos labios que invitaban a morderlos sin ningún remordimiento. Su gesto, su sonrisa y sus insinuantes movimientos, su comportamiento aparentemente libre e independiente añadió, además, algo de perversidad a su personaje. Fue la encarnación perfecta de la niña-mujer, llamó la atención a toda clase de públicos: estudiantes, trabajadores… Incluso intelectuales de renombre, como Jean Cocteau, Simone de Beauvoir o Marguerite Duras, le dedicaron varios artículos. B. B. revolucionó los cánones de seducción de la época, suscitando odio y admiración por partes iguales.
Hija de una familia burguesa, la Bardot quería ser bailarina. Su cara, una mezcla explosiva de niña ingenua y de lolita, no pasó desapercibida para el director de una revista de moda. Con las primeras fotos quedó claro que la cámara exprimía al máximo toda su belleza. Debutó en pantalla en 1952 y llegó a protagonista en su segunda película, cuya audiencia fue tan modesta como había sido su presupuesto; pero ese mismo año, cuando contaba dieciocho, se casó con el director Roger Vadim, su auténtico pigmalión, que le llenó la cabeza con miles de promesas de éxito, riqueza y gloria y la convirtió, poco a poco, en una bomba erótica. El estallido del fenómeno Bardot fue Y Dios creó a la mujer (1956), que vista hoy es como una función de fin de curso en un colegio de monjas, pero que entonces fue como un devastador terremoto.
La película bordeaba el límite de lo permitido por la censura. En la primera escena B. B. aparecía desnuda y bronceada ocupando toda la pantalla. El público acudió a verla en oleadas y el escándalo fue mayúsculo. Los testigos de Jehová franceses declararon a la Bardot eternamente condenada. Los más conservadores pusieron el grito en el cielo ante la nueva ola de inmoralidad. Al principio, el Gobierno francés se negó a conceder el permiso para exportar la película al extranjero. Los cines de Francia se llenaron de belgas e ingleses que viajaban para verla, hasta que la película pudo por fin romper las fronteras galas y exhibirse en todo el mundo. Pero también fuera se desató la polémica.
Un cine de Tejas prohibió la entrada a los negros porque los propietarios tenían miedo de que se excitasen viendo a la estrella y organizaran disturbios. Pero mientras tanto las arcas de Francia se llenaban de divisas. De nada sirvió que, por ejemplo, Louis Malle tratara de desmitificar el personaje en el film Vida privada (1961). A medida que el mito erótico de la Bardot se iba inflando más y más su vida y milagros eran analizados con lupa. Se hablaba de sus matrimonios, cuatro en total: el ya mencionado con Roger Vadim; el segundo, con Jaques Charrier; el tercero, con el playboy Gunter Sachs, que en un arrebato de pasión mandó arrojar, desde un helicóptero, mil doscientas rosas al jardín de la estrella, y el cuarto, con un simpatizante de la extrema derecha francesa, lo que le ocasionó más de un quebradero de cabeza, ya que muchas asociaciones que colaboraban con la Bardot en defensa de los animales se negaron a seguir relacionándose con ella. Solo tuvo un hijo, al que dio a luz en su apartamento, tal era el acoso al que estaba sometida.
En 1973, tras rodar Si Don Juan fuera mujer, se retiró del cine y se dedicó, en cuerpo y alma, a la ecología. «Yo regalé mi belleza y mi juventud a los hombres. Ahora me voy a dedicar a entregar mi sabiduría y mi experiencia, lo mejor de mí, a los animales. A diferencia de los humanos, los animales nunca te decepcionan. Si tú les quieres, ellos te devolverán el amor», explicaba.
Los animales le han llegado a obsesionar de tal manera que hace unos años, profundamente deprimida, intentó quitarse la vida porque vio unas ovejas muertas cerca de su casa. No era su primer intento de suicidio. Que se sepa, tres veces más había intentado acabar con su existencia. Y es que, según muchos, en el fondo la vida de la Bardot había sido una lucha continua contra la soledad. «¿Tú crees que cuando estás en la cama de noche, a solas contigo y tienes problemas, el hecho de que la mitad del mundo te adore, te proporciona alguna clase de confort? No, en absoluto. He tenido un mayordomo, criadas, jardineros, un chófer, amigos como el príncipe de Saboya, Paul Newman, Visconti, Ava Gardner, maridos que me han mimado y… ¡estoy aburrida, aburrida como nunca antes he estado!», confesaba la estrella.