¿Qué hago mañana si hoy he rodado una obra maestra?
En su siguiente película, El cuarto mandamiento (1942), después de algunos preestrenos negativos, los productores, a espaldas del director, cortaron treinta minutos y cambiaron el desenlace original por un final feliz. Ahí empezaron los problemas financieros de Orson Welles. Hollywood le dio la espalda, y durante mucho tiempo su vida fue un incesante peregrinar por el mundo intentando rodar sus películas tal y como él quería. Para lograrlo casi siempre tenía que poner dinero de su bolsillo. Acuciado por la falta de medios tuvo que rodar Macbeth (1948) en veinte días. Terminar Otelo (1951), en cambio, le llevó dos años de rodaje en Marruecos y en Italia, porque cada vez que se le agotaba el dinero suspendía el trabajo y se alquilaba como intérprete para algún otro director. Como actor en películas ajenas hizo un puñado de buenos papeles, como su inolvidable estraperlista de El tercer hombre (1949), dirigida por Carol Reed. También muchas películas malas porque, al fin y al cabo, aquellos personajes eran para él simples herramientas de financiación.
Muchos aficionados y críticos se lamentan de que Orson Welles no tuviera más libertad, porque si así hubiera sido es posible que la historia del cine contara con varios «ciudadanos Kane». Nunca consiguió otra película así de redonda, pero en su filmografía, repleta de proyectos inacabados y de escenas sin terminar como él quería, hay muchos destellos de genialidad. Hollywood no aceptó a Orson Welles, pero el tiempo ha demostrado que Hollywood se equivocó. Solo hay que revisar películas como Sed de mal (1958) o Campanadas a medianoche (1962) para darse cuenta.