Focalización dispersa

Siempre hay que buscar una posible alternativa y estar preparado para ella. Es la primera regla de la investigación criminal.

Holmes en «Peter el Negro».

La charla trivial o precisa con su compañero Watson, la observación atenta y al mismo tiempo distraída, son características de Holmes que han llamado la atención de muchos de sus comentaristas. Por una parte, es capaz de focalizar, de concentrarse obsesivamente en un detalle, pero, por otra parte, también puede prestar atención a varias cosas a la vez y no ser víctima de ideas fijas, como les sucede a los detectives de Scotland Yard, que focalizan tanto que solo ven lo evidente para una intuición semientrenada, o lo que ya tenían pensado llegar a ver. A pesar de que se suele decir que el cerebro humano no está hecho para la multitarea (así, lo asegura, por ejemplo, Konnikova[343]), Holmes es capaz de atender a muchas cosas a la vez, de mirar sin mirar y de mirar más atentamente que nadie; de atender a un aroma pero también a una puerta entreabierta, a una pequeña mancha en la mano de su interlocutor, a una mirada que le indica un pensamiento o a unas huellas en el sendero, incluso a un ladrido que nunca ha tenido lugar. Y es capaz de hacer todo esto al mismo tiempo, por lo que parece difícil no considerar que estamos ante algo muy parecido a la multitarea, a la capacidad de mantener la atención en varias cosas a la vez y, sin embargo, a ninguna de ellas de manera tan fija que nos vuelva ciegos a todo el resto; se trata de no focalizar tanto que a uno se le escapen los gorilas, ni tan poco que la cantidad de datos pueda sumirnos en la confusión permanente. Esa atención dispersa y al mismo tiempo precisa es algo que, dice Kahneman, está al alcance de pocas personas. Una de ellas era sin duda Sherlock Holmes.

El legendario espadachín Miyamoto Musashi, que sobrevivió a más de sesenta duelos a muerte, insistía mucho en «estar en guardia sin estar en guardia», observar atentamente sin mirar, tener una visión amplia y al mismo tiempo concreta. Es algo que también observamos a menudo en Holmes, quien parece no advertir algo pero que, por el contrario, es en todo momento consciente de lo que sucede a su alrededor, como cuando, en «Los tres frontones», habla despreocupadamente con un amenazador visitante pero, al final, revela que desde el principio se dio cuenta de que Watson había cogido con disimulo un atizador por si las cosas se ponían difíciles.

Esta focalización dispersa de Holmes no solo se relaciona con lo que percibe en el exterior, sino también con lo que contempla en el interior de su propia mente. Consiste en no dejarse atrapar por una teoría instantánea, nacida de algún sesgo; en ser capaz, como decían los antiguos escépticos, de practicar la epojé, la suspensión del juicio: observar y reunir datos, contemplar las hipótesis que nuestro cerebro elabora para conectarlos, pero no quedar atrapado por la primera interpretación que parezca poder explicarlo todo; mantenerse alerta, focalizando en ciertos momentos sobre una línea de investigación pero manteniendo otras posibilidades abiertas: «Siempre hay que buscar una posible alternativa y estar preparado para ella[344]».

En definitiva Holmes, ante los misterios que debe resolver, hace lo mismo que el escéptico Sexto Empírico decía que debían hacer los filósofos frente a las religiones o doctrinas dogmáticas: no ya dudar de todo por sistema, sino practicar la epojé o suspensión del juicio. Los seguidores del moderno concepto de mindfulness o atención plena, de origen budista, que hoy en día es empleado en diversas terapias psicológicas, han adoptado la epojé de los escépticos para referirse a ese estado mental en el que dejamos que las ideas y la percepciones pasen por nuestra mente sin quedar atrapados por ellas, contemplándolas con aquella indiferencia emocional tan propia de Sherlock Holmes. Konnikova considera que esta es una de las claves del pensamiento de Holmes, aunque a veces emplea el término en un sentido que lo acerca a una palabra-éxito casi mágica, a lo que Jeremy Safran ha llamado la McMindfulness, una operación de marketing similar al estilo de la cadena de hamburguesas McDonald’s[345].

Aunque escepticismo o skepsis suele interpretarse como no creer en nada, incluso con no tener opinión, en realidad significa «seguir investigando», no aferrarse a una opinión inconmovible, a los prejuicios o a las ideas hechas. Ahora bien, los escépticos también sabían que no era posible mantener constantemente la incredulidad y que en la mayoría de las ocasiones de la vida era necesario suspender la suspensión del juicio y ser un poco crédulos: si un coche se acerca a toda velocidad hacia nosotros, conviene apartarse cuanto antes y ponerse a dudar acerca de la existencia del coche una vez a salvo. Las situaciones de la vida en las que hay que suspender el escepticismo y la duda son aquellas en las que nos va muy bien con el conocimiento intuitivo e instintivo, con las ideas tradicionales, con la opinión común, es decir, casi siempre. Pero hay que recordar también que todos esos conocimientos son falibles y que en ciertas ocasiones hay que ponerlos en cuestión, en especial cuando nos enfrentamos a lo desconocido, a lo inesperado y a lo improbable. Es entonces cuando debemos ser escépticos.

No tan elemental
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