Pensar como Holmes, pensar como Watson
Vamos a ver, Watson, si entre usted y yo logramos ver más allá de la mentira y reconstruir la verdad.
Sherlock Holmes
en El valle del terror.
¿Puede alguien ganar el premio Nobel de Economía sin ser economista? Parece difícil, pero Daniel Kahneman lo consiguió en 2002. Kahneman es psicólogo, pero ganó el Nobel debido a que sus investigaciones tratan de la toma de decisiones en situaciones de incertidumbre, algo casi cotidiano en el mundo económico. Tomar buenas o malas decisiones puede tener consecuencias trascendentales si se quiere evitar un crac como el de 1929 o salir de las crisis que sufrieron Estados Unidos y Europa a partir de 2007. En sus investigaciones junto a Amos Tversky, Kahneman estudió muchos de los sesgos que influyen en nuestras decisiones, pero también advirtió que nuestra mente trabaja de dos maneras muy diferentes:
El Sistema 1 opera de manera rápida y automática, con poco o ningún esfuerzo y sin sensación de control voluntario.
El Sistema 2 centra la atención en las actividades mentales que demandan un esfuerzo, incluidos los cálculos complejos. Las actividades del sistema 2 están a menudo asociadas a la experiencia subjetiva de actuar, elegir y concentrarse[213].
El sistema 1, pensar rápido, se identifica por regla general con el pensamiento instintivo, impulsivo o intuitivo y está detrás de actos como percibir que un objeto está más lejos que otro, hacer que pongamos cara de desagrado ante un cuadro horroroso, detectar hostilidad en una voz, ser un buen vendedor de coches, responder a ¿2 + 2=?, observar manchas de barro en un pantalón, conducir un coche por una carretera vacía, seleccionar al intérprete de un instrumento «que requiere buenos pulmones», o entender frases sencillas. El sistema 1 nos lleva a juzgar a un desconocido por su apariencia, su manera de hablar o su forma de vestir, aplicando aquello de «La primera impresión es lo que cuenta».
El sistema 2 se activa en situaciones como estar atento al disparo en una carrera, ser el mejor vendedor de coches de una empresa, buscar a una mujer con el pelo blanco, contar las veces que aparece la letra a en una página de texto, rellenar el impreso de la declaración de la renta, seleccionar de manera justa al intérprete de un instrumento que requiere buenos pulmones, caminar a un paso más rápido de lo que es natural, recordar un lugar en el que existe un barro similar al que ha manchado unos pantalones o comprobar la validez de un argumento lógico concreto[214].
En cualquier situación o problema al que nos enfrentemos, podemos pensar rápido o pensar despacio, dejarnos llevar por lo primero que se nos pasa por la cabeza o detenernos a reflexionar y observar con atención antes de tomar una decisión o manifestar una opinión. En la aventura «Los seis Napoleones», Lestrade cuenta a Watson y Holmes el extraño caso de alguien que destruye bustos de Napoleón. El comisario sospecha que es un lunático obsesionado con el emperador francés y Watson rápidamente se suma a esta hipótesis y da una explicación convincente basada en las fijaciones y obsesiones:
Es lo que los psicólogos franceses modernos llaman idée fixe, que puede ser algo completamente trivial acompañado por una normalidad absoluta en todos los demás aspectos. Un hombre que haya leído mucho sobre Napoleón, o cuya familia haya sufrido alguna desgracia hereditaria por culpa de la gran guerra, puede llegar a concebir una idée fixe de estas, y bajo su influencia cometer toda clase de extravagancias[215].
En esta ocasión, Watson parece haber dado con una solución en un tiempo asombrosamente breve, anticipándose a los poderes deductivos de su compañero, pero Holmes enseguida enfría su entusiasmo: «Eso no cuela, querido Watson, ni con todas las idées fixes del mundo su monomaniaco sería capaz de localizar el paradero de estos bustos».
Holmes, a pesar de las apariencias, no acepta la primera hipótesis, sino que sigue examinando los datos hasta dar con una solución, y si no lo logra, busca más información. En el caso de los seis Napoleones, cuando Watson le pide que diga entonces cómo lo explica él, Holmes se limita a decir: «No pretendo hacerlo», y añade: «Me limito a hacer notar que existe un cierto método en las actividades de este caballero».
En varias ocasiones a lo largo de este libro hemos podido observar también la manera que tienen Holmes y Watson de enfrentarse a un caso o de contemplar la realidad, en especial cuando Holmes reprocha a Watson que vea pero no observe, que no reflexione a partir de lo que ve. María Konnikova tuvo la feliz idea de equiparar esas dos maneras de pensar con los conceptos de sistema 1 y sistema 2 de Kahneman:
El sistema Watson sería nuestro yo ingenuo, que actúa según unos hábitos de pensamiento perezosos que surgen de una manera natural siguiendo el camino más fácil, unos hábitos a cuya adquisición hemos dedicado toda la vida. Y el sistema Holmes sería el yo al que aspiramos, el yo que acabaremos siendo cuando hayamos aprendido a aplicar esta forma de pensar a nuestra vida cotidiana y nos hayamos despojado por completo de los hábitos del sistema Watson[216].
Arthur Conan Doyle y su criatura, Sherlock Holmes, eran muy conscientes de estas dos maneras de pensar, porque, aunque no habían leído ni a Kahneman ni a Konnikova, sí habían leído, como ya sabemos, el Novum Organum de Francis Bacon, donde se dice: «No está nuestra filosofía al alcance de la mano, no se la puede coger al paso; no se apoya en las prenociones que halagan el espíritu». Bacon llamó al pensamiento precipitado, al sistema 1 o pensamiento Watson, anticipación de la inteligencia y al reflexivo, al sistema 2 o pensamiento Holmes, interpretación de la naturaleza, el primero «desflora deprisa y corriendo la experiencia y los hechos», mientras que el segundo «hace de ellos un estudio metódico y profundo[217]».
Ya en su artículo «El señor Sherlock Holmes», el doctor Bell mostró su satisfacción por el hecho de que las novelas y cuentos del detective de Conan Doyle se distinguieran de las narraciones policiales baratas en las que, de manera inverosímil, detectives de poderes sobrenaturales resolvían complicados argumentos llenos de coincidencias extraordinarias a golpes de «destellos de intuición que nadie más que ellos puede entender». Por el contrario, las aventuras de Holmes muestran «lo fácil que es, si sabes cómo observar, descubrir muchos detalles del trabajo y los hábitos de tus inocentes e inconscientes amigos[218]». Lo que hace diferentes a las aventuras de Holmes es que el lector piensa que él también podría hacer lo mismo: «La vida no es tan aburrida como pensaba, mantendré los ojos bien abiertos y descubriré cosas nuevas».
En los últimos tiempos estamos asistiendo a un renovado interés por el pensamiento Holmes, tras años de dominio del pensamiento mágico y perezoso, como parece indicar la publicación de libros como el de Kahneman, que intentan divulgar los últimos descubrimientos acerca del funcionamiento del cerebro y de nuestra manera de pensar, yendo más allá de los consejos simplistas de los libros de autoayuda. También en la cultura popular aparecen cada vez más personajes que destacan por su inteligente rareza, desde el Sheldon Cooper y sus amigos de la serie Big Bang Theory a las adaptaciones o variaciones del propio Sherlock Holmes en series de televisión como House, Doctor Bell y mister Doyle, El mentalista y Elementary; o las películas en las que Robert Downey y Jude Law interpretan a Holmes y Watson, pero hay que destacar de manera especial la serie de la BBC Sherlock, que se ha convertido en un fenómeno global, exportándose a más de 150 países. La inteligencia vuelve a resultar atractiva, en parte gracias a Holmes.
Aunque mi pretensión al escribir No tan elemental era que pudiera interesar a cualquier Watson y que su lectura resulte ligera y entretenida, tal vez muchos lectores hayan tenido la holmesiana tentación de detenerse aquí y allá para reflexionar en lo que estaban leyendo. Quizá se preguntaron desde las primeras páginas cuántos escalones llevaban a las habitaciones de Holmes y Watson; tal vez intentaron descifrar los mensajes cifrados de «El escarabajo de oro», como lo hice yo mismo durante la adolescencia al leer aquel cuento, compitiendo con Sherlock Holmes. Quizá más adelante se detengan a pensar despacio, cuando les presente el problema de Monty Hall, o lo harán cuando examinemos algunos de los métodos de Holmes, como la deducción, la abducción o el análisis retrospectivo, que requieren activar el sistema 2 (el sistema Holmes), para alcanzar buenos resultados. En los próximos capítulos, vamos a conocer un poco mejor esos y otros métodos que permiten a ese gran lector y semiólogo que es Sherlock Holmes interpretar y descifrar los signos, señales, huellas, síntomas, gestos y comportamientos, para convertir el arte de la detección en una verdadera ciencia.