Los trucos de un detective

Tengo por costumbre sentarme de espaldas a la ventana y hacer que mis visitas se sienten frente a mí, con la luz de cara. El señor James M. Dodd parecía no saber cómo comenzar la entrevista. Yo no hice ningún intento de ayudarle, ya que su silencio me dejaba más tiempo para la observación. He comprobado que resulta muy útil impresionar a los clientes produciéndoles una sensación de poder, así que le revelé algunas de mis conclusiones.

Sherlock Holmes en

«El soldado de la piel descolorida».

La observación atenta de cualquier posible detalle, desde los gestos hasta la ropa, la actitud de una persona, manchas diversas en la ropa o los zapatos y su capacidad para convertir en signo cualquier pequeño detalle es lo que permite a Holmes saber tantas cosas de sus clientes o de los sujetos bajo investigación, aunque la explicación posterior del proceso de razonamiento hace que sus poderes deductivos resulten mucho menos llamativos, e incluso parezcan triviales, algo de lo que se lamenta el detective bastante a menudo.

Es obvio que si Holmes ocultara sus procesos de razonamiento se podría comportar como un adivino que posee poderes paranormales o que cuenta con ayuda del más allá, y es inevitable pensar que eso es lo que hacía su creador, Arthur Conan Doyle, en su faceta espiritista: aplicar los métodos de su célebre detective, pero ocultar los procedimientos con los que asombraba a los clientes que acudían a sus sesiones con el más allá. Algunos estudiosos incluso piensan que Conan Doyle sufrió lo que Milbourne Christopher llamó la «tentación trascendental», algo que les sucede a personas que, al ser capaces de descubrir lo que piensan los demás por haber desarrollado su capacidad de observación y análisis psicológico, acaban por creer que poseen poderes psíquicos. Esta tendencia suele asociarse con lo que el psicólogo Daniel Goleman llama «el punto ciego»: una progresiva creencia en lo oculto y la incapacidad de razonar sobre ciertas materias a las que somos emocionalmente sensibles. Al parecer, Holmes era inmune a la tentación trascendental, pues cuando en «El pie del diablo» Mortimer Tregennis le asegura que ha sucedido algo «diabólico» que está más allá de lo humano, el detective responde: «Me temo que, si el asunto se sale de los límites de lo humano, estará también por encima de mis posibilidades», y añade: «Conviene agotar todas las explicaciones naturales antes de inclinarnos hacia esta clase de teorías[132]». Un poco más adelante, insiste:

Concretemos bien lo poquísimo que sabemos, para que cuando surjan nuevos datos podamos encajarlos en el lugar que les corresponde. En primer lugar, doy por supuesto que ninguno de nosotros está dispuesto a admitir intromisiones diabólicas en los asuntos humanos. Comencemos por borrar del todo esa posibilidad de nuestras mentes[133].

Sin embargo, aunque lejos de los brujos y los paranormalistas, Holmes era muy consciente de las semejanzas entre sus métodos y los de los prestidigitadores y los magos: «Ya sabe que el prestidigitador desmerece en cuanto explica su truco; si yo le muestro a usted una parte excesiva de mis métodos de trabajo, llegará a la conclusión de que, en fin de cuentas, soy un personaje corriente».

Como dije antes, una de las normas de la profesión de mago es no contar los trucos, y eso es válido tanto para los magos que suelen ser representados con un sombrero cónico, como el Merlín del rey Arturo o el Gandalf de El señor de los anillos, como para los que prefieren el sombrero de copa o la chistera (quizá porque es más difícil mantener quieto a un conejo o a una paloma en un gorro puntiagudo como el de Merlín). Como es obvio, la diferencia entre los dos tipos de magos es que los prestidigitadores reconocen que hacen trampa, aunque no revelen los trucos, mientras que los otros juran y perjuran que no hay truco alguno detrás de sus asombrosas demostraciones. Los que presumen de su habilidad y de su ingenio se llaman Houdini, David Copperfield, Derren Brown o Giacomo Casanova (el célebre aventurero admite sus trucos de magia y engaños espiritistas en sus Memorias), los que alardean de poderes extraordinarios, desde la telequinesis y la reencarnación hasta la telepatía, son casi con toda seguridad o ingenuos o farsantes, algunos más simpáticos que otros, como el Conde de Saint Germain, Cagliostro, Uri Gellery… ¿Arthur Conan Doyle?

Entre los prestidigitadores y mentalistas hay varias normas básicas. La primera, ya lo he dicho, consiste en no contar nunca los trucos, para que no se pierda el efecto. La segunda es no repetir dos veces el mismo truco en el mismo lugar y en momentos sucesivos, ya que una vez que el espectador ha visto el desarrollo de la operación mágica, puede prestar más atención a todos los detalles del proceso y, de este modo, descubrir el engaño.

Al contrario que los magos y prestidigitadores, Sherlock Holmes no se niega a repetir dos o más veces sus trucos y también le cuenta a Watson de qué manera ha logrado adivinar esto o aquello. Watson lo memoriza cuidadosamente, lo escribe y se lo comunica al mundo.

Una publicidad como esa habría enviado a cualquier mago a la ruina, pero a Holmes le proporciona cada vez más fama, porque su capacidad de ver lo que otros no ven siempre resulta asombrosa. Incluso para alguien entrenado como Watson, que ha observado el proceso conjetural de Holmes decenas de veces, resulta complicado obtener resultados semejantes a los del maestro de detectives. Pero no es esta la mayor diferencia entre el mago y mentalista Holmes y los magos profesionales.

La gran diferencia es que Holmes se enfrenta siempre a lo imprevisto, mientras que los magos realizan sus trucos en un contexto ya preparado de antemano. Por eso, Holmes es algo más que un detective y un científico: es un lector. Es el mejor de los lectores, que no solo sabe leer esos signos redundantes que son los códigos secretos, los signos imprevistos como los síntomas o los indicios, los signos voluntarios como las señales o los iconos, los signos accidentales como las huellas o los perros que no ladran, sino que también es capaz de elevar a la categoría de signo lo que para otros son solo detalles o rasgos insignificantes, incluyendo los gestos que pueden revelar el pensamiento de un desconocido. Ahora bien, Holmes no se limita a leer los gestos, las expresiones o el comportamiento:

La profesión de una persona puede revelársenos con claridad, ya por las uñas de los dedos de sus manos, ya por la manga de su chaqueta, ya por su calzado, ya por las rodilleras de sus pantalones, ya por las callosidades de sus dedos índice y pulgar, ya por su expresión o por los puños de su camisa. Resulta inconcebible que todas esas cosas reunidas no lleguen a mostrarle claro el problema a un observador competente[134].

Las mangas de una chaqueta, el calzado, las rodilleras de los pantalones o los puños de la camisa no guardan relación con los gestos ni las expresiones de una persona, pero son signos que nos llevan a otra habilidad profesional de nuestro polifacético detective.

No tan elemental
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