La educación de John Watson

Usted conoce mis métodos. Aplíquelos, pues.

Holmes a Watson en

El sabueso de los Baskerville.

¿Se puede enseñar el método o los métodos de Holmes?, ¿se puede dejar de pensar como Watson y empezar a pensar como Holmes? Hay razones para creer que sí, puesto que el propio Watson lo logró, al menos en parte. Aunque, eso sí, tenía al mejor de los maestros.

En una de las últimas aventuras, Holmes dice a Watson que tiene el proyecto de escribir un libro en el que contará todos sus métodos: «Me propongo dedicar mis años de decadencia a la composición de un libro de texto que compendie en un solo volumen todo el arte de la investigación[204]». No hay noticia de que Holmes llegara a escribir ese libro, por lo que, si queremos reconstruir los métodos del célebre detective, tenemos que conformarnos con los testimonios de Watson en los cincuenta y seis relatos y cuatro novelas. Sabemos que no se trata de un cronista muy fiable, pero al menos pasó varias décadas junto a su admirado compañero de piso, con algunas ausencias ocasionales por la supuesta muerte de Holmes en Reichenbach o sus sucesivas y nunca del todo aclaradas bodas: «El bueno de Watson me había abandonado para largarse con su esposa, el único acto egoísta que recuerdo que cometiera durante toda nuestra asociación[205]».

Al principio, Watson asume que él es solo un ayudante, o por decirlo mejor, un testigo pasivo, cuya función principal es quedarse alelado ante lo que ve, como un espectador de lo que McLuhan llamaba medios calientes, aquellos que saturan tanto nuestros sentidos que no nos dejan tiempo ni ganas de pensar. Como si fuera un espectador en la sala oscura de un cine, Watson se limita a mirar, sorprenderse y aplaudir al final: «La verdad es que, independientemente de la clase de investigación que mi amigo tuviera entre manos, había algo en su manera magistral de captar las situaciones y en sus agudos e incisivos razonamientos, que hacía que para mí fuera un placer estudiar su sistema de trabajo y seguir los métodos rápidos y sutiles con los que desentrañaba los misterios más enrevesados[206]». Sin embargo, Holmes intenta que su compañero se implique más, que sea activo e incluso proactivo, que no se limite a mirar, sino que también sepa ver:

—¿Cuál es su teoría acerca de esas huellas? —pregunté.

—Querido Watson, intente analizarlo usted mismo —dijo con un tonillo de impaciencia—. Conoce mis métodos. Aplíquelos y será muy instructivo comparar los resultados.

—No se me ocurre nada que abarque los hechos —respondí[207].

Es evidente que a Watson no le resulta fácil salir de su propio pensamiento, de la respuesta inmediata e intuitiva, de ese pensar apresurado que nos lleva a aceptar la primera relación causa-efecto que se nos presenta, pero Holmes no se rinde e intenta que el fiel doctor progrese en el arte de la deducción:

—¿Cómo reconstruye usted al hombre a base del examen de su bastón?

—Yo creo —respondí, siguiendo en lo posible los métodos de mi compañero— que el doctor Mortimer es un anciano médico a quien sonríe el éxito y a quien se aprecia, ya que quienes lo conocen le han dado esta muestra de su estimación.

—¡Bien! —dijo Holmes[208].

A veces, sin embargo, los elogios están teñidos de ironía, como cuando Holmes dice: «¡Por mi vida, Watson, está usted haciendo maravillosos progresos! Lo ha hecho muy bien, de verdad», aunque añade enseguida: «Claro que se le ha escapado todo lo importante, pero ha dado usted con el método y tiene buena vista para los colores[209]». Un elogio muy semejante al que, en la película de Woody Allen Balas sobre Broadway, hace la diva Helen Sinclair del libreto escrito por David Shayne: «Me gustó mucho la encuadernación». Llega un momento, sin embargo, en el que Watson ya no necesita que Holmes le explique paso a paso su proceso mental: «Yo estaba lo bastante familiarizado con los métodos de Holmes para poder seguir su razonamiento». Finalmente, Holmes llega a exclamar: «¡Excelente, Watson! Está usted deslumbrante esta noche». El mayor de los éxitos llega cuando, al menos en dos ocasiones, Holmes no habla ya de sus propios métodos: «He aquí, Watson, un colega que aplica perfectamente nuestros métodos[210]».

A pesar de los progresos de Watson, no se puede negar que la enseñanza de Holmes a su amigo casi siempre se parece a aquel célebre pasaje del Menón de Platón en el que Sócrates muestra que un esclavo iletrado es capaz de resolver un problema geométrico: se supone que porque va recordando lo que aprendió en el Mundo de las Ideas, pero en realidad porque Sócrates va guiándolo paso a paso hacia la solución. Del mismo modo, en cuanto Holmes desaparece de la vida de Watson, este parece perder sus recién adquiridos poderes de inferencia: «Intenté más de una vez, por pura satisfacción personal, aplicar sus métodos para tratar de solucionar los casos, aunque sin resultados dignos de mención».

La conclusión anterior puede hacernos pensar que no es posible aprender y aplicar los métodos de Holmes, pero creo que eso sería precipitado, ya que hay que tener en cuenta que a Watson le faltan dos cosas que explican su fracaso: aquello que los filósofos cristianos medievales consideraban fundamental, la voluntad, y aquello que los estudiosos de la creatividad y el aprendizaje también consideran imprescindible, la dedicación. Malcolm Gladwell ha mostrado en Fueras de serie (Outliers) que todas esas personas a las que suele calificarse como genios (Mozart, Einstein, Jobs) dedicaron al menos diez mil horas a aquello que les gustaba antes de lograr crear algo digno de mención: «La práctica no es lo que uno hace cuando es bueno, es lo que uno hace para volverse bueno[211]». Aunque es cierto que de vez en cuando Watson dedica un rato a intentar resolver algún misterio que lee en el periódico, nunca pasa horas y horas documentándose, ni haciendo pruebas en el laboratorio, ni fumando sesenta marcas de tabaco para memorizar el olor, ni probándose todo tipo de calzado para comparar las huellas que quedan en el barro cuando uno corre, anda o se arrastra. Holmes detectó pronto la pereza del pensamiento de su compañero de piso, esa falta de pasión hacia el descubrimiento, esa carencia de deseo de saber, así como la ausencia de la obsesión que caracteriza a un científico detectivesco como Hooke, Boyle o Newton o a un detective científico como el Legrand de Poe o el propio Holmes: «Lo tiene todo a la vista, pero no es capaz de razonar a partir de lo que ve. Es usted demasiado tímido a la hora de hacer deducciones[212]». Watson, en efecto, es demasiado tímido en su análisis de una situación, no se atreve a ir más allá de la primera o segunda relación de causa-efecto que le ofrece su mente. Como Watson, todos somos bastante perezosos en nuestra vida cotidiana y ello no impide que las cosas nos vayan más o menos bien a lo largo de un día normal, pero, si queremos ir más allá, acercarnos a la manera de pensar de Holmes, es necesario añadir deseo o pasión y horas, muchas horas de aprendizaje y observación. Además, debemos adoptar una nueva actitud ante cualquier desafío intelectual.

No tan elemental
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