Los cisnes negros

Los cisnes comprenden los signos.

Victor Hugo, Los miserables.

En los últimos años, los cisnes negros se han puesto de moda gracias a un libro dedicado a la economía que escribió Nassim Nicholas Taleb: El cisne negro. Esta celebridad resulta bastante paradójica, porque los cisnes negros se caracterizan precisamente por lo inusitado e improbable de su existencia. Taleb elige a estas criaturas como símbolo de acontecimientos altamente improbables en el mundo económico, como el crac de 1929 o la reciente crisis financiera internacional. La razón de esta curiosa elección es que los cisnes negros han sido desde la Antigüedad la metáfora para designar lo altamente improbable, incluso lo imposible. Para ser más precisos, los cisnes negros servían para ilustrar el razonamiento inductivo.

Aunque ya hemos visto cómo funciona la inducción al tratar de la observación, vale la pena repetirlo: hacemos una inducción cuando establecemos una hipótesis o inferencia a partir de diversas observaciones[234]. Si observamos que el Sol sale todos los días, podemos conjeturar que también saldrá mañana, e incluso pasado mañana o la semana próxima. Si quisiéramos someter a prueba esta hipótesis, podríamos dedicar un mes a observar si se cumple, o un año, o dos o tres, o diez años si se prefiere. Tras cientos o miles de amaneceres, podríamos concluir, con ciertas garantías, que el Sol seguirá saliendo todos los días de nuestra vida. Holmes emplea el razonamiento inductivo basándose en sus muchas experiencias o conocimientos en el terreno de la investigación criminal: «Como regla general, en cuanto percibo la más ligera indicación del curso de los acontecimientos, suelo ser capaz de guiarme por los miles de casos semejantes que acuden a mi memoria».

El problema es que la inducción no ofrece un conocimiento seguro. De hecho, si afirmamos: «Puesto que el Sol ha salido durante miles e incluso millones de días, seguirá saliendo siempre», es casi seguro que nos equivocaremos. Los astrónomos y cosmólogos, en efecto, nos han revelado que habrá un momento en el que el Sol no saldrá, ya que se trata de una estrella de tamaño medio con una vida limitada. Llegará un momento en el que se calentará más y más hasta convertirse en una estrella gigante roja, después en una nebulosa planetaria y finalmente se contraerá hasta convertirse en una enana blanca. Pero, como dice el médico que atiende al angustiado niño Alvy en la película Annie Hall. «No debes preocuparte, porque eso pasará dentro de mucho mucho tiempo[235]». Aunque lo más probable es que, en efecto, eso suceda dentro de mucho tiempo, nunca podemos estar del todo seguros de que nuestro conocimiento inductivo sea correcto: en el mismo instante en el que lees estas líneas, estimado lector, quizá el Sol ya no exista, puesto que la luz de nuestra querida estrella de tamaño medio tarda ocho minutos en llegar a la Tierra. En consecuencia, la luz que ahora ves (suponiendo que leas esto durante el día) es la de hace ocho minutos. Quizá se ha producido algún improbabilísimo suceso en el interior del Sol (un cisne negro, como diría Taleb) y ahora mismo ya no existe el Sol.

Pues bien, ¿por qué se llama a estos acontecimientos sumamente improbables, como la desaparición súbita del Sol o las crisis económicas imprevistas, «cisnes negros»? La razón es que los filósofos griegos y latinos ilustraron el problema de la inducción recurriendo a los cisnes, pero no a los negros, sino a los blancos. Al contrario que en otros animales semejantes, como los patos, las ocas y los gansos, todos los cisnes que se habían visto y de los que se tenía noticia eran blancos. Eran el ejemplo perfecto para ilustrar el potencial del razonamiento inductivo: todas las observaciones ofrecían el mismo resultado, por muchos cisnes que se observaran, por lo que cualquier persona podía afirmar sin temor a equivocarse: «Si es un cisne, entonces es blanco».

Nada es más improbable o imposible, se decía hasta finales del siglo XVII, que un cisne negro, pero en 1697 todo cambió cuando el explorador holandés Willem de Vlamingh descubrió cisnes negros en el oeste de Australia. Es probable que la noticia llamara solo la atención de los lógicos, los filósofos y los criadores de cisnes, pero a partir de ese momento, los cisnes blancos perdieron su importante papel como símbolo de la validez del razonamiento inductivo basado en miles de observaciones. Ahora ya nadie podía afirmar: «Si es un cisne, entonces es blanco». En compensación, los cisnes negros sustituyeron a los cisnes blancos y entraron en las enciclopedias de la filosofía, de la ciencia y de la economía como símbolo de los acontecimientos altamente improbables y casi siempre imprevisibles. La nueva metáfora servía ahora, como dice Taleb, para mostrar que «una sola observación puede invalidar una afirmación generalizada derivada de milenios de visiones confirmatorias de millones de cisnes blancos. Todo lo que se necesita es una sola (y, por lo que me dicen, fea) ave negra[236]».

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