Criptografía en Holmes
Mi mente se subleva ante el estancamiento. Proporcióneme usted problemas, proporcióneme trabajo, deme los más abstrusos criptogramas o los más intrincados análisis, y entonces me encontraré en mi ambiente. Podré prescindir de estimulantes artificiales.
Sherlock Holmes
en El signo de los cuatro.
En «Los monigotes», Arthur Conan Doyle proporcionó a su detective un enigma cifrado a la altura del que su admirado Edgar Allan Poe ofreció a Legrand, pero quizá más elegante, pues se compone de divertidas figuritas:
A primera vista parece incomprensible, pero en realidad no resulta muy difícil encontrar un sentido a este primer mensaje. Si yo no supiera que el idioma original es el inglés, incluso podría encontrar alguna frase en español que coincida con los diversos signos que se repiten y que, además, tenga sentido:
«¡Si lo ves te busco!» sigue siendo un mensaje un poco críptico, pero la verdad es que parece anunciar el desenlace de «Los monigotes». Lamentablemente, mi interpretación es completamente errónea, a pesar de que cada una de las letras elegidas parece coincidir con los símbolos que se repiten alguna vez en el mensaje. Holmes también se entretiene durante horas buscando palabras que coincidan con los símbolos: «Durante los días siguientes le vi en varias ocasiones sacar la hoja de papel de su cuaderno y contemplar durante largo rato y con gran interés las curiosas figuras dibujadas en ella[93]».
Es seguro que Holmes encontró no solo una interpretación, sino varias, porque los códigos cifrados muy breves son fáciles de interpretar: basta con encontrar una frase que coincida con las repeticiones de los diferentes signos, como he hecho yo antes y como debió de hacer Holmes. El problema es que descubrir una correspondencia exacta no es una prueba de acierto, sino tan solo de habilidad, porque existen muchas posibles soluciones, pero no hay manera de decidir cuál de ellas es la correcta. Podemos, en definitiva, descifrar un primer mensaje en el que tan solo hay quince monigotes, pero será imposible que estemos seguros de haber dado con la solución correcta, a no ser que aparezcan nuevos mensajes que nos permitan verificar nuestra hipótesis. En el caso de «Los monigotes», el siguiente mensaje que recibe Holmes refuta con claridad mi propuesta de desciframiento:
Si ahora aplicase los significados que atribuí a los primeros monigotes, obtendría un mensaje incomprensible, algo así como: «S? O U V?? O B», con lo que mis esfuerzos para resolver aquel primer enigma no habrían servido de nada.
Un problema al que se enfrentan tanto Legrand en «El escarabajo de oro» como Holmes en «Los monigotes» consiste en descubrir dónde empieza y dónde acaba una palabra, pues los signos del capitán Kidd y los misteriosos monigotes no tienen ninguna marca de separación. Sherlock Holmes comienza a intuir la solución cuando tiene la suerte de obtener un nuevo mensaje, breve pero muy significativo:
Quizá el lector ya ha deducido la razón del optimismo de Holmes: lo más llamativo de ese último mensaje es que en él no se ve ningún monigote que empuñe una bandera. Su brevedad también parece implicar que se trata de una única palabra, así que una hipótesis razonable es que los monigotes con banderas sirven para separar palabras.
Legrand, haciendo gala de un ingenio notable, también descubre una manera de aislar algunas palabras, al suponer que el capitán Kidd, al llegar a un punto o una coma en el discurso, se excedería en su afán por disimular esa separación de palabras y amontonaría los caracteres más que de costumbre: «Si observa usted ahora el manuscrito le será fácil descubrir cinco de esos casos de inusitado agrupamiento». Este es un ejemplo excelente de que un buen lector de signos, un semiólogo o un detective no solo son capaces de leer los signos intencionales (las letras sustituidas por símbolos) sino también los no intencionales, como un pequeño detalle que revela alguna particularidad casi inconsciente del autor. Fue de esa manera como se consiguió descifrar el código secreto nazi.