El significativo incidente del perro de Pavlov

Dos perros se encuentran en Moscú; uno está gordo y bien alimentado, el otro flaco y hambriento. El perro hambriento pregunta al otro: «¿Cómo consigues encontrar comida?» y el otro, con habilidad zoosemiótica, responde: «¡Es muy fácil! Cada mañana a mediodía voy al Instituto Pavlov y me pongo a babear; y, mira por dónde, al instante llega un científico condicionado que hace sonar una campanilla y me trae un plato de sopa».

Umberto Eco,

Tratado de semiótica general.

Todavía no hemos tenido la oportunidad de conocer al tercer padre de la semiótica (junto a Peirce y Holmes). Me refiero al suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913), quien en su Curso de Lingüística General, estableció las bases para una nueva ciencia e incluso propuso su nombre: «Se puede concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general. Nosotros la llamaremos semiología (del griego semeion, “σημειν[82]”)». Para Saussure, los signos son entidades de dos caras (significante y significado) sometidos a un sistema de reglas de interpretación, por lo que tienen una función comunicativa y son siempre intencionales y artificiales. Es por eso por lo que Saussure considera que la semiología es parte de la psicología, y en concreto de la psicología social, pues, en su opinión, no hay signos sin intención: «Los partidarios de una semiología saussureana distinguen con gran claridad entre los signos intencionales y artificiales (entendidos como “signos” en sentido propio) y todas aquellas manifestaciones naturales y no intencionales a las que, en rigor, no atribuyen el nombre de “signos[83]”». Es evidente que esta definición tan restringida de «signo» no es capaz de explicar algunas de las inferencias de Sherlock Holmes, porque muchos de los signos que Holmes interpreta no son artificiales ni intencionales, sino accidentales y no provocados de manera consciente. Examinemos el más asombroso de esos signos: el curioso incidente del perro a medianoche.

Sucede en la aventura «Estrella de plata», en la que Holmes y Watson investigan la misteriosa desaparición del caballo Silver Blaze. Cuando llegan al lugar y hablan con la policía, no parece existir ninguna pista en la que se pueda confiar, pero Holmes, como buen semiólogo asesor, percibe un signo donde los demás no ven nada:

—¿Existe algún otro detalle acerca del cual desearía usted llamar mi atención? —preguntó a Holmes el inspector.

—Sí, acerca del curioso incidente del perro aquella noche.

—El perro no intervino para nada.

—Ese es precisamente el curioso incidente[84].

A Holmes le resulta asombroso aquello a lo que los demás no dan ninguna importancia: el hecho de que un caballo haya desaparecido durante la noche y el perro no haya ladrado en ningún momento para advertir de lo que estaba sucediendo. La no acción o inacción del perro, su silencio, es para ellos un detalle sin importancia, pero para Holmes se trata de un signo muy sonoro, porque eso solo puede significar que quien se llevó al caballo era alguien conocido y familiar, tanto para el caballo como para el perro. Precisamente uno de los dominios más interesantes de la semiótica es el de la zoosemiótica[85], es decir, la percepción de signos y su interpretación por parte de los animales. Aunque algunos semiólogos no creen que los animales puedan percibir signos, Holmes parece capaz no solo de analizar el comportamiento observable de un animal, sino incluso de ponerse en su lugar. Es algo que también suele hacer con las personas, como explica, en «El fabricante de colores retirado», al inspector MacKinnon: «Si quiere usted conseguir buenos resultados, inspector, colóquese siempre en el lugar de los demás y piense lo que usted haría en su caso. Exige imaginación, pero compensa siempre[86]». Esta habilidad empática, que Holmes emplea en muchas de sus aventuras, es una parte del método holmesiano e incluye la zoosemiótica.

En varios de sus casos, Holmes obtiene información gracias a la falta de información, como cuando el inspector McDonald le pregunta si ha encontrado algo de interés al registrar los papeles de Moriarty; Holmes responde: «Nada absolutamente, y eso es lo que me ha asombrado[87]»; o cuando investiga la desaparición de un importante documento que comprometería la paz de Europa: «En estos tres días solo ha sucedido una cosa importante, y es que no ha sucedido nada[88]».

Si la ausencia de un signo también puede ser un signo, eso significa que la semiología tal como es definida por Saussure, como un acto comunicativo intencional, no puede abarcar los métodos de Holmes. Pero sí puede hacerlo la semiótica tal como la entendía Peirce, pues para él un acto de semiosis o de creación de significado no tiene por qué ser intencional ni poseer un propósito comunicativo: basta con que exista una primera cosa, una segunda cosa que ocupe su lugar y la represente y alguien que interprete esa relación. En el caso del caballo Silver Blaze, estos tres elementos podrían ser: el robo del caballo, el silencio del perro (que implica y explica que el robo haya podido tener lugar) y un interpretante, es decir, Holmes. Como es obvio, ese interpretante debe ser capaz de percibir signos tanto en lo que sucede o ha sucedido como en lo que no ha sucedido, en el silencio. Como dice Marcello Truzzi, «la prueba negativa se considera a menudo altamente significativa[89]».

Hemos visto que una de las características que explican los éxitos de Sherlock Holmes es su capacidad para ver signos donde otros no ven nada, pero también es capaz de descifrar los signos que todo el mundo reconoce como tales pero que casi nadie entiende, los signos que esconden un secreto a propósito. Estoy hablando, por supuesto, de mensajes cifrados, de códigos, y de una nueva profesión en la que Sherlock Holmes es considerado un precursor, la criptografía.

No tan elemental
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