Pisadas sospechosas
Todo esto lo pude leer en la capa de polvo, y pude leer también que a medida que se paseaba iba también excitándose más y más.
Holmes en Estudio en escarlata.
Si tuviéramos que elegir la lectura favorita de Sherlock Holmes, probablemente sería la de las pisadas, que aparecen en veintisiete de las sesenta aventuras del detective[145]; no es extraño, pues ya en El signo de los cuatro, Holmes revela que ha escrito un ensayo sobre el tema: «Aquí tiene mi monografía sobre las huellas de pisadas, con algunos comentarios acerca del empleo de escayola para conservar las impresiones». Holmes opina que las pisadas son uno de los estudios más importantes para el trabajo del detective: «No hay rama de la ciencia detectivesca tan importante y al mismo tiempo tan descuidada como el arte de rastrear las pisadas. Felizmente, siempre le he otorgado gran importancia, y la práctica se ha convertido en un instinto para mí».
A veces son huellas de perros infernales (El sabueso de los Baskerville) o de caballos (Silver Blaze, en «Estrella de plata»), pero en la mayoría de las aventuras se trata de pisadas dejadas por hombres o mujeres. Las pisadas, nos recuerda James O’Brien en La ciencia de Sherlock Holmes, pueden quedar marcadas en arcilla (Estudio en Escarlata), nieve («La corona de berilos»), una alfombra («El paciente residente»), una cortina (la mangosta en «El hombre del labio retorcido», «El hombre que reptaba[146]»), además de las cenizas o la tierra húmeda. A veces esas huellas son determinantes, pero hay que saber leerlas: cuando ven las huellas de unos pies diminutos en El signo de los cuatro, Watson exclama: «Holmes, un niño ha hecho esta cosa terrible», pero su amigo se da cuenta enseguida de que se trata de las huellas de un pigmeo de las islas Andamán. En «La corona de berilos» al observar huellas de cuatro personas muy diferentes, Holmes emplea la metáfora de la lectura de manera explícita: «Encontré escrita en la nieve una historia larga y complicada». Una historia que le permite resolver el caso y determinar quiénes son inocentes y quiénes culpables:
Lucy Parr, la doncella, y Arthur Holder corrían. La doncella iba a encontrarse con su novio, Francis Prosper. Ella corría cuando fue descubierta. Ellos no tenían nada que ver con el ladrón de la corona de berilos. Sir George Bumwell robó la corona enjoyada y Arthur Holder le persiguió rápidamente.
En «El misterio del valle de Boscombe», Holmes obtiene, a partir del examen de unas pisadas y alguna otra marca que las acompaña, la más detallada de las informaciones acerca del asesino: «Es un hombre alto, zurdo, que cojea un poco de la pierna derecha, lleva botas de caza con suela gruesa y un capote gris, fuma cigarros indios con boquilla y lleva una navaja mellada en el bolsillo». Cuando no encuentra las pisadas que podrían ayudarle en su labor, Holmes se las ingenia para hacerse con ellas, como en «El pie del diablo», cuando finge una torpeza que le permite derramar una regadera, para, de este modo, obtener la huella de la suela de los zapatos del sospechoso Mortimer Tregennis, que queda marcada en la arena húmeda. También en «Las gafas de oro», Holmes finge fumar con nerviosismo con la intención de esparcir ceniza en el suelo de una habitación, para luego regresar al cuarto cerrado y descubrir si hay huellas, lo que probaría que existe un compartimento secreto y que durante su ausencia alguien ha salido de él. El método ya fue empleado por uno de los primeros detectives, el bíblico Daniel, en el que posiblemente sea uno de los primeros casos de «habitación cerrada».
Deseando demostrar que era mentira que el dios Bel se alimentase con la comida que dejaban los fieles en el templo, Daniel pide al rey de Asiría que selle el edificio por la noche. Al día siguiente, cuando se quitan los sellos, la comida ha desaparecido, pero Daniel dice al rey que no se fíe de las apariencias y que observe las pisadas de los sacerdotes del dios, que han quedado marcadas en la ceniza que él mismo esparció en el suelo antes de que el templo fuera sellado. La revelación hace que los sacerdotes confiesen que existe una entrada secreta por la que han podido llegar hasta el altar.
Existe otro precursor de Holmes, célebre también por la manera en que deduce todo tipo de cosas observando pisadas. Se trata del protagonista del cuento Zadig, escrito por Voltaire. Zadig pasea por unos jardines cuando se encuentra con varios hombres que van buscando a la perra de la reina. Preguntan a Zadig y él les da detalles muy precisos acerca del animal: «Es una perra fina muy chiquita, que ha parido hace poco, coja del pie izquierdo delantero, y que tiene las orejas muy largas». Poco después aparecen otros hombres buscando el caballo del rey y Zadig también describe a este animal. Sin embargo, cuando le preguntan por el paradero de los dos animales, responde que no los ha visto nunca. Tras diversas peripecias, Zadig explica por qué sabía tanto de la perra y el caballo sin haberlos visto, demostrando, a la manera de Sherlock Holmes pero antes que él, la cantidad de información que se puede leer en unas pisadas. En el caso de la perra, esta es la explicación de Zadig:
Observé en la arena las huellas de un animal, y fácilmente conocí que era un perro chico. Unos surcos largos y ligeros, impresos en montoncillos de arena entre las huellas de las patas, me dieron a conocer que era una perra, y que le colgaban las tetas, de donde colegí que había parido hacía pocos días. Otros vestigios en otra dirección, que se dejaban ver siempre al ras de la arena al lado de los pies delanteros, me demostraron que tenía las orejas largas; y como las pisadas de un pie eran menos hondas en la arena que las de los otros tres, saqué por consecuencia que era, si me atrevo a decirlo, algo coja la perra de nuestra augusta reina.
No cabe ninguna duda de que Conan Doyle conocía a Zadig, porque el doctor Bell, en un artículo acerca del detective, lo menciona, quizá con algo de malicia: «No hay nada nuevo bajo el sol, Voltaire nos enseñó el método de Zadig».
A pesar del trabajo de pioneros como Daniel, Zadig o el propio Sherlock Holmes, el estudio de las pisadas todavía no ha entrado en el terreno seguro de la ciencia y se echa de menos a un investigador capaz de sistematizar los conocimientos que al parecer Holmes ya poseía. Lo intentó Louise Robbins en los años setenta y ochenta del siglo pasado, testificando en diversos juicios y enviando a prisión al menos a una docena de personas, a partir de la comparación de sus huellas con las encontradas en el lugar del crimen. En los juicios, los sospechosos tenían que comparar las huellas de sus zapatos con las obtenidas en el lugar del delito, en un examen que se llamaba burlonamente «la prueba de Cenicienta». Robbins publicó el primer estudio a fondo sobre las pisadas en 1985 (Footprints: Collection, Analysis, and Interpretation) e incluso llegó a presumir de haber identificado una huella fosilizada de 3,5 millones de años de antigüedad como perteneciente a una mujer embarazada de cinco meses y medio, lo que no tiene nada que envidiar a Zadig y su camello[147]. En 1987, poco después de que Robbins muriera a causa de un cáncer, un comité de más de cien expertos examinó su trabajo y llegó a la conclusión de que carecía de una base científica fiable[148].
Uno de los problemas en el examen de las pisadas es que un ladrón o un criminal astuto conoce maneras de simular un tipo de pisada diferente. El fundador de la famosa agencia de detectives Pinkerton aseguraba en sus memorias que muchos delincuentes cometían sus fechorías calzados con zapatos desmesuradamente grandes, de los que después se deshacían[149]. El propio Sherlock Holmes se enfrenta a un engaño parecido en «El colegio Priory», cuando descubre en la escena del crimen decenas de huellas de pisadas de vacas:
Ahora, Watson, haga un esfuerzo. Intente recordar. ¿Puede ver aquellas pisadas en el sendero?
—Sí que puedo.
—¿Y no recuerda, Watson, que a veces las pisadas eran así —colocó una serie de miguitas de pan de esta forma: ••••••— y otras veces así: •••••• y muy de cuando en cuando así: ••••••••••? ¿Se acuerda de eso?
Watson asiente confuso, sin saber qué importancia puede tener eso, pero Holmes le señala que se trata de una extraordinaria vaca, «que tan pronto anda al paso como al trote como al galope». Más asombroso resulta todavía el descubrir que no hay ninguna vaca por la zona y que los caballos del establo tienen herraduras viejas con clavos nuevos. Todo eso revela a Holmes que el sospechoso herró a los caballos con herraduras en forma de pezuñas de vaca, un truco que, como le cuenta el duque de Holdernesse, al parecer se remontaba a la Edad Media:
Estas herraduras se encontraron en el foso de Holdernesse Hall. Son para herrar caballos, pero por abajo tienen la forma de una pezuña hendida para despistar a los perseguidores. Se supone que pertenecieron a alguno de los barones de Holdernesse que actuaron como salteadores en la Edad Media.

Algunas huellas de pisadas que quizá encontró Holmes en su investigación. ¿Puede reconocer el lector las de vacas y las de caballos? © Dick Stada-Shutterstock.