Atención con la atención
En el arte de la deducción es elemento fundamental el saber discernir cuáles, de entre diversos hechos, son relevantes y cuáles son triviales. De otro modo, las energías y la atención, en lugar de concentrarse, se disipan.
Sherlock Holmes en «Los hacendados de Reigate».
¿Ha hecho el lector la prueba de atención selectiva que le propuse al final del último apartado? Todavía está a tiempo, porque después de leer este párrafo, ya no podrá hacerla, al menos no de la misma manera. Así que esta es su última oportunidad.
Para quienes no hayan visto el vídeo, ya sea porque no disponen de una conexión a la red o porque prefieren seguir leyendo este libro (lo que, al fin y al cabo, no puedo tomarme a mal), explicaré en qué consiste.
Se trata de un vídeo en el que aparecen dos equipos de jugadores de baloncesto, con uniformes blancos o negros. La prueba consiste en contar cuántas veces se pasan la pelota los jugadores que visten de blanco. No resulta fácil concentrarse, porque los jugadores se mueven todo el rato y, además, los que visten de negro también se están pasando una pelota. Los espectadores que logran focalizar y concentrarse en la pelota que se pasa el equipo blanco y contar los pases, aciertan en un porcentaje bastante aceptable. Algunos cuentan 15 pases, otros 14 y otros 16, que es la respuesta correcta. Pero eso es lo de menos, porque lo que el test mide no es la capacidad de concentración o focalización, sino la ceguera que se produce cuando nos concentramos demasiado en una tarea. Resulta que, al mismo tiempo que los jugadores se pasaban la pelota, por la escena ha cruzado un gorila. El gorila (en realidad se trata de una persona disfrazada) se ha detenido un momento en el centro, en medio de los jugadores de blanco y de negro, se ha golpeado el pecho y ha salido de la escena. Lo asombroso es que casi la mitad de los observadores del vídeo que se concentran en contar los pases de la pelota no ven al gorila, a pesar de que se trata de un gorila muy grande, tan alto como cualquiera de los jugadores.
Parece imposible, pero es cierto. Yo mismo recuerdo que la primera vez que miré el vídeo, concentrándome en los pases de la pelota, no vi el gorila. Sin embargo, cuando se mira el vídeo por segunda vez, resulta imposible no ver al gorila, incluso aunque se intente no mirarlo de manera consciente.
Los creadores de esta impresionante ilusión, que no es óptica sino psicológica, fueron Chabris y Simons, a partir de experimentos anteriores. Querían comprobar si podemos ser completamente ciegos a algo que no tenemos previsto ver, a lo que llamaron «ceguera por falta de atención». Es algo que tiene muy presente Holmes, cuando advierte que los demás no ven señales o signos importantes, debido a que están buscando otra cosa o porque no buscan lo que él sí busca:
—¡Hombre! —exclamó repentinamente—. ¿Qué es esto?
Era una cerilla de cera, a medio quemar, y tan embadurnada de fango, que al principio parecía una pequeña astilla de madera.
—No sé cómo se me ha podido pasar —dijo el inspector con aire molesto.
—Era invisible; estaba hundida en el barro. Yo la encontré solo porque la estaba buscando.
—¡Cómo! ¿Esperaba encontrarla?
—No lo creía descabellado[326].
El vídeo del gorila y otros parecidos fueron empleados en Gran Bretaña para prevenir los atropellos a los ciclistas, que en un gran porcentaje de casos se producen porque los conductores no tienen previsto ver a un ciclista en su camino. Están condicionados para ver camiones, coches, peatones e incluso motos, pero no están perceptivamente preparados para encontrarse con ciclistas.
Quizá el lector que haya visitado la página web de este libro y realizado la prueba de atención selectiva también ha visto ya el siguiente vídeo, «Desatención selectiva». Si no lo ha hecho, por ejemplo porque ya conocía la prueba del gorila, le animo a probar con esta variante, en la que debe intentar algo todavía más difícil: no ver el gorila. Y además, por supuesto, contar los pases de manera correcta.
Pues bien, en esta segunda prueba, es cierto que aparece también un gorila y que aunque el observador se esfuerce, no puede evitar verlo; lo ve tan claramente que incluso le cuesta concentrarse en los pases de la pelota. Sin embargo, aunque el espectador vea al gorila y cuente bien o mal los pases, es casi seguro que no habrá advertido dos cosas: que la pared del fondo cambia de color y que una de las jugadoras de negro abandona la escena poco después de empezar la prueba. Esto demuestra que nuestra percepción sigue dependiendo de lo que esperamos ver: ahora sabemos que hay gorilas, sí, pero no que una persona puede desaparecer sin que lo advirtamos, o que una pared puede cambiar de color.
Este nuevo fenómeno perceptivo, que consiste en desviar la atención del espectador hacia algo concreto, como un gorila que sin duda va a aparecer, para distraerle de otros asuntos que suceden en paralelo, es conocido desde hace siglos, quizá milenios, por los descuideros, ladrones y carteristas, que distraen la atención de sus víctimas con cualquier excusa. Un ejemplo es el del anciano que se desmaya en medio de la calle, al que, como es obvio, alguien se detiene a ayudar: la víctima se concentra tanto en el estado del pobre hombre que no advierte que le están robando la cartera. Yo mismo fui testigo de una situación así hace unos años en Barcelona, cuando un anciano cayó fulminado al suelo. Aunque el robo no pudo completarse porque acudió demasiada gente en ayuda del anciano y algunos de nosotros vimos al descuidero a punto de cometer el robo, al cabo de un rato dos o tres de los testigos descubrimos que, varias calles más allá, el anciano se reunía con el ladrón. Un truco parecido se puede ver en la película El golpe, cuando Robert Redford y un anciano engañan a un codicioso transeúnte, que cree engañarlos a ellos. Por lo general, el procedimiento es más sencillo, pues basta con chocar con la persona en el lado contrario al que lleva la cartera o bolsa: la alarma por el golpe atenúa la atención que se presta al otro lado. Otros ladrones más sofisticados, en vez de dar un golpe físico, emplean el golpe psicológico y crean emociones en sus víctimas que les distraen de lo que realmente está sucediendo. Algunas de las emociones que más nos pueden distraer son el miedo o el terror y el amor, como el que siente Watson nada más ver a Mary Morstan y que Holmes le reprocha, por cegar su capacidad de juicio. Una de las emociones más efectivas es la codicia que he mencionado en el ejemplo de El golpe, que se emplea en el célebre timo de la estampita, que consiste en hacer creer a la víctima que tiene ante sí a un pobre idiota con un billete de lotería premiado. Dominada por la emoción de conseguir dinero fácil, la víctima se convierte en victimario y empieza a pensar en cómo engañar al pobre idiota, sin darse cuenta de que lo que verdaderamente sucede es que el idiota es él, puesto que el billete de lotería que acaba de comprar a un precio muy elevado es falso. Sherlock Holmes siempre se muestra muy atento a esta distracción emocional de la atención, como cuando reprocha una y otra vez a Watson dejarse impresionar por las apariencias emocionales de un caso, atribuyendo la culpabilidad a un cliente fiándose de las apariencias, de su atracción irreprimible hacia cualquier mujer hermosa o, sencillamente, de sus prejuicios.
Existen muchas maneras de poner a prueba la atención selectiva, como el vídeo del gorila, y espero que el lector haya pasado un buen rato viendo algunas de ellas en www.danieltubau.com/notanelemental. Si no lo ha hecho, me permito recomendarle, como siempre, que la visite antes de seguir leyendo. En uno de los vídeos dos mujeres hablan y nosotros nos concentramos en lo que dicen, pero no advertimos que todo cambia, el pañuelo que una lleva al cuello aparece y desaparece, los platos de la mesa cambian de color, todo se modifica sin que nos demos cuenta. En definitiva, cuando nos concentramos en una porción de la realidad, desatendemos al resto, completamos los huecos y no percibimos las incongruencias. Los aficionados al cine quizá hayan recordado al leer las últimas páginas aquello de la falta de raccord, que se da en muchas películas o series de televisión: un cigarrillo que crece de manera milagrosa, un reloj de pulsera en la muñeca de Julio César o una calavera en las habitaciones de Baker Street, que aparece y desaparece en planos sucesivos en el primer capítulo de Sherlock. Estas faltas de raccord se explican porque las escenas pueden haber sido grabadas en momentos o días diferentes, o por simples descuidos. El espectador de cine no suele percibirlos en un primer visionado, pero un examen atento de cualquier película permite descubrir que las heridas de un personaje cambian de lugar, como le sucede al propio Watson en la serie Sherlock, algo, por otra parte, muy holmesiano, porque lo mismo sucede en las novelas y cuentos escritos por Arthur Conan Doyle, en los que la bala jezail que alcanzó a Watson en Afganistán está a veces en una pierna y otras veces en un hombro[327].
Finalmente, el lector puede poner a prueba sus conocimientos de radiología e intentar detectar en esta placa de tomografía computarizada de unos pulmones los nódulos cancerígenos. Esos nódulos suelen ser de tamaño reducido y de forma redondeada y blanquecina.
Drew, T., Vo, M. L.-H. & Wolfe, J. M. (2013), «The Invisible Gorilla Strikes Again: Sustained Inattentional Blindness in Expert Observers», Psychological Science, 24(9), 1848-1853. © Trafton Drew y Jeremy Wolf.