La caza ha comenzado
Le venía de repente el instinto cazador.
Watson en «La liga de los pelirrojos».
Si tuviésemos que aventurar cuáles son las metáforas más empleadas por Arthur Conan Doyle para describir a Sherlock Holmes es casi seguro que acertaríamos si dijéramos que son las que lo relacionan con la caza. Watson a veces se asusta al ver cómo su amigo se transforma casi en una fiera salvaje cuando descubre una pista fresca, y lo compara con un sabueso o un perro de caza tras la pista, un tigre o un cazador:
Piense el lector en un perro de caza holgazaneando en las perreras, con las orejas caídas y la cola fláccida, y compárelo con el mismo perro cuando sigue un rastro reciente, con los ojos llameantes y los músculos en tensión. Aquel mismo cambio había experimentado Holmes desde la mañana. Era un hombre completamente diferente de la lánguida e indolente figura con batín pardo que, pocas horas antes, daba incansables paseos por la habitación rodeada de niebla[183].
En la historia de la ciencia, y ya sabemos que Holmes es ante todo un detective científico, abundan las metáforas que emparejan el descubrimiento científico con la vista de un animal, como el lince, o con la caza. La célebre Accademia dei Lincei (Academia de los Linces), a la que pertenecía Galileo, se creó recordando lo que dice Della Porta en su Magia naturalis: que el filósofo debe observar «con ojos de lince» los fenómenos[184]. Philip Ball también menciona la fundación en 1596 de una primitiva sociedad científica veneciana llamada la Accademia Cacciatore: la Academia de los Cazadores[185]. Por su parte, el filósofo escocés David Hume comparó la caza con la filosofía (y bien podríamos sustituir filosofía por el arte del detective): «No existen dos pasiones más similares que la caza y la filosofía, por mucha disparidad que puedan presentar a simple vista[186]». Las dos actividades, según el filósofo, exigen atención y destreza para superar las dificultades… Además, señala con perspicacia que también deben poseer una utilidad aparente, aunque solo sea un simulacro por pura conveniencia. Es algo con lo que coincide Holmes en la aventura «El hombre que se arrastraba», cuando mantiene un tenso diálogo con el cazador de leones Negretto Sylvius y equipara su actividad con la de él:
—Vamos, vamos, conde. Usted ha cazado leones en Argelia.
—¿Y qué?
—¿Por qué lo hacía?
—¿Que por qué? Por el deporte… por la emoción… por el peligro.
—Y también, sin duda, para librar al país de una plaga.
—¡Exacto!
Holmes no caza leones en Argelia ni tigres en la India, sino criminales, y aunque de vez en cuando se desplaza a algún otro lugar de Gran Bretaña o incluso a Suiza para enfrentarse a la peor de todas las alimañas, Moriarty, su jungla es la ciudad de Londres:
Mire por esta ventana, Watson. Fíjese en lo borrosas que se ven las figuras, cómo aparecen por un momento y vuelven a perderse en el banco de niebla. Cualquier ladrón o asesino podría recorrer Londres en un día así como el tigre recorre la jungla, sin dejarse ver hasta que ataca, y aun entonces sin que lo vea nadie más que su víctima[187].