Tras las huellas… dactilares o no
¿Está usted al corriente de que no existen dos huellas dactilares iguales?
Lestrade a Holmes en «La aventura del constructor de Norwood».
Al contar la historia de la antropometría de Bertillon ya vimos que las huellas dactilares provocaron el abandono de los métodos propuestos por el detective francés. Un asunto que ha llamado la atención de los estudiosos es que Holmes parece estar muy al tanto del uso de las huellas dactilares (aparecen en siete de sus aventuras), en lo que muestra ser un pionero, pero apenas hace uso de ellas de manera efectiva.
Bigelow asegura que los babilonios ya usaban huellas dactilares desde dos mil años antes de nuestra era y que los chinos las empleaban al menos desde el año 246 antes de nuestra era, imprimiéndolas en los sellos de los documentos[150]. Sin embargo, la adopción de las huellas dactilares como sistema de identificación se remonta a los estudios de Faulds, un misionero escocés destinado en Japón, que observó en viejas vasijas las huellas dejadas por dedos humanos cientos o miles de años atrás, y propuso que aquello podía tener una utilidad especial: «El hallazgo de huellas dactilares ensangrentadas en barro, cristal u otras superficies puede llevar a la identificación científica de los criminales». Sin embargo, en el camino de Faulds se interpuso William Herschel[151], un funcionario colonial de la India, que aseguró que llevaba años usando las huellas dactilares como sistema de identificación y que eso le había permitido descubrir a las personas que querían cobrar dos veces la pensión. Francis Galton, el sobrino de Charles Darwin, se interesó por las ideas de Herschel, sin hacer apenas caso a Faulds, y concluyó que «las partes visibles del cuerpo no parecen mantenerse inalteradas excepto en estos surcos diminutos y hasta ahora descuidados». En 1892, Galton publicó sus investigaciones en Finger Prints, y Scotland Yard decidió adoptarlas como método de identificación. Ese mismo año, el argentino Juan Vucetich consiguió resolver el asesinato de dos niños pequeños al examinar, con un sistema inventado por él mismo, unas huellas dactilares en una mancha de sangre y descubrir que pertenecían a la madre de las niñas. La madre acabó confesando que las había matado para poder casarse con otro hombre.

Huellas dactilares y de la palma obtenidas por William Herschel.
«La aventura del constructor de Norwood», en la que el inspector Lestrade pregunta a Holmes si está al tanto de que no existen dos huellas dactilares iguales, fue publicada en 1903, el mismo año en el que se conoce el primer ejemplo del empleo de huellas dactilares en un caso policial, en Nueva York[152]. Eso muestra que el detective estaba al tanto de su utilidad, pero la razón por la que Holmes no parece dar demasiada importancia a las huellas dactilares tal vez fuera que Arthur Conan Doyle no confiaba mucho en ellas y llegó a ponerlas en cuestión, pues aunque no existan dos huellas dactilares idénticas, eso no impide que alguien haga una copia en cera de las huellas de otra persona para dejarlas en el lugar del crimen e incriminarla, como sucede en el relato «El constructor de Norwood»:
Cuando estuvieron lacrando esos paquetes, Joñas Oldacre hizo que McFarlane sujetara uno de los sellos colocando el dedo pulgar sobre el lacre aún caliente… Era la cosa más fácil del mundo sacar una impresión en cera del sello, humedecerla con la sangre que saliera de un pinchazo y aplicar la marca a la pared durante la noche.