La escena del crimen y la ciencia forense

Uno se daba cuenta de la energía al rojo vivo que se ocultaba bajo la flemática apariencia de Holmes al ver el brusco cambio que se operó en él en el momento de entrar en la habitación fatal. En un instante se puso en tensión, alerta, con los ojos brillantes, el rostro rígido y los miembros temblando de ansiosa actividad.

Watson en «El pie del diablo».

Holmes reprocha a los detectives y policías de su época la escasa atención que prestan al método científico, en especial durante la recogida de pruebas en la escena del crimen, como en este divertido diálogo con el comisario Gregson:

—Ha sido usted muy amable viniendo. Lo he dejado todo intacto.

—¡Salvo eso! —le contestó Sherlock Holmes, apuntando hacia el sendero—. Ni aunque hubiera pasado por ahí una manada de búfalos podrían haberlo revuelto más. Sin embargo, es seguro que usted, Gregson, había sacado ya sus deducciones antes de permitir eso.

—¡Son tantas las cosas que he tenido que hacer en el interior de la casa! —contestó el detective de manera evasiva—. Mi colega el señor Lestrade se encuentra aquí, y yo confié en que él cuidaría este detalle.

Holmes me miró y arqueó burlonamente las cejas, diciendo:

—Estando sobre el terreno dos hombres como usted y Lestrade, no será gran cosa lo que le quede por descubrir a una tercera persona[160].

A menudo, como en la ocasión anterior, Holmes se queja de que los policías han acabado por completo con todas las huellas que podrían haberse encontrado en el lugar del crimen, impidiendo su labor detectivesca.

Cualquier lector aficionado a series como CSI o Dexter sabe que hoy en día la escena del crimen es cuidadosamente marcada y protegida por cintas, plásticos y otras sustancias y que se recoge minuciosamente cualquier nimiedad que pueda ser relevante para la investigación, algo que ya hacía Holmes, ayudándose de cinta métrica: «Durante veinte minutos continuó su pesquisa, midiendo con exactitud y con sumo cuidado la distancia entre las diferentes marcas[161]».

Holmes también es un precursor por el uso de instrumentos que amplían los poderes de su visión, como su célebre lupa, que se ha convertido en uno de sus rasgos identificativos: «Holmes sacó dos veces su lupa del bolsillo y examinó atentamente marcas que a mí me parecieron simples manchas de polvo en la estera de palma que servía como alfombra de la escalera». También es un precursor en el uso del microscopio:

Desde que desenmascaré a aquel falsificador de monedas gracias a las limaduras de cobre y cinc que encontré en las costuras de su chaqueta, han empezado a darse cuenta de la importancia del microscopio[162].

Los policías y los detectives, y en particular los científicos forenses, reconocen en Sherlock Holmes a uno de sus grandes precursores, algo que ya se refleja en algunas de las historias escritas por Conan Doyle, como cuando, en El valle del terror, el detective Cecil Barker dice orgulloso a Holmes: «Hasta ahora no he tocado nada, doy fe de ello. Lo encontrará todo exactamente como lo he encontrado yo». El propio Conan Doyle pudo comprobar, en un viaje a Egipto en 1895, que los relatos de su detective habían sido traducidos al árabe y que la policía los empleaba como libros de texto paras sus investigaciones. El canon holmesiano, en efecto, se estudió a menudo para aplicar nuevas técnicas en el terreno de la investigación criminal, por ejemplo en todo lo relacionado con los cadáveres, como cuáles son las características de los diferentes tipos de ahogamiento (en el agua, estrangulado, a causa de un gas letal), o cómo distinguir si un golpe ha sido dado antes o después de la muerte, que es algo que interesaba mucho a Holmes, según cuenta Stamford a Watson el día que le presenta al detective:

—Llega hasta a golpear con un palo a los cadáveres en los cuartos de disección.

—¡Apalear a los cadáveres!

—Sí, para comprobar qué clase de magullamientos se puede producir después de la muerte del sujeto. Se lo he visto hacer con mis propios ojos[163].

Un comportamiento que no es tan extraño si pensamos que científicos como el padre de Alphonse Bertillon fundaron en París la Sociedad de Autopsia Mutua, en la que los miembros donaban su cuerpo, para que pudiera ser diseccionado y examinado por sus colegas tras la muerte.

No tan elemental
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