Un médico muy observador

La facultad de observar constituye en mí una segunda naturaleza.

Sherlock Holmes

en Estudio en escarlata.

Resulta curioso advertir que Sherlock Holmes no suele alardear de sus conocimientos de medicina, excepto en lo que se refiere a aspectos tan extravagantes como los venenos o las enfermedades exóticas. Sin embargo, tiene casi siempre a su lado a un médico, el doctor Watson, y sus aventuras fueron escritas por otro médico, Arthur Conan Doyle, que abandonó la carrera cuando su personaje le proporcionó dinero suficiente para vivir con desahogo. Por si esto fuera poco, Sherlock Holmes es la imitación de un médico, el doctor Bell, como reconoció el propio Conan Doyle en más de una ocasión. Cuando Robert Louis Stevenson leyó las primeras aventuras de Sherlock Holmes, felicitó a Conan Doyle, pero enseguida le preguntó: «¿No es este tipo mi viejo amigo Joe Bell?». Y así era:

En Edimburgo conocí al hombre que me sugirió a Sherlock Holmes… sus poderes intuitivos eran simplemente maravillosos. Entraba el primer paciente. «Ya veo», decía Bell, «que su mal es la bebida. Incluso lleva una botella en el bolsillo interior de la chaqueta». Se acercaba el siguiente. «Veo que es zapatero». Después se volvía a los estudiantes y les señalaba que la parte interna de la rodillera del pantalón del individuo estaba desgastada. Era donde apoyaba el yunque, una peculiaridad que se encuentra solo en los zapateros[98].

El toque teatral de las deducciones de Holmes también debía mucho al doctor Bell: «Él se sentaba en su consultorio con la expresión de un piel roja y diagnosticaba a las personas que entraban incluso antes de que hubieran abierto la boca. También les daba detalles de su vida pasada y raramente cometía un error[99]». Otras personas que conocieron al doctor Bell dejaron testimonios de sus asombrosas deducciones:

Entró una mujer con un niño pequeño. Joe Bell le dio los buenos días y ella se los dio a su vez en respuesta.

—¿Qué tal la travesía desde Bumstisland?

—Ha sido buena.

—¿Ha sido buena también la caminata por Inverleith Row?

—Sí.

—¿Y qué ha hecho con el otro chiquillo?

—Lo he dejado con mi hermana en Leith.

—¿Trabaja usted todavía en la fábrica de linóleo?

—Sí, todavía.

Ante el asombro de los estudiantes de medicina que asistían a esta insólita escena, Bell explicaba su proceso deductivo, con detalles, por cierto, que Conan Doyle empleó en dos aventuras de Holmes («El intérprete griego» y El signo de los cuatro):

Al darme ella los buenos días he notado su acento de Fife y, como ustedes saben, la ciudad más cercana de Fife es Bumstisland. Habrán notado la arcilla roja en los bordes de las suelas de sus zapatos, y en veinte millas a la redonda de Edimburgo solo se encuentra arcilla roja en el Jardín Botánico. Inverleith Row pasa por ahí y es el camino más corto para venir desde Leith. Habrán observado que el abrigo que lleva colgado del brazo era demasiado grande para el niño que la acompañaba y que, por lo tanto, había salido de su casa con dos niños. Por último, tiene dermatitis en los dedos de la mano derecha, lo cual es característico de la fábrica de linóleo de Bumstisland[100].

Los escritos de Bell también nos recuerdan a Holmes, como cuando insiste en la importancia de los pequeños detalles: «El diagnóstico depende en gran medida de una acertada y rápida observación de los pequeños detalles en los que la enfermedad se distingue del estado saludable». Por eso es fundamental enseñar este arte: «El estudiante debe ser capaz de observar; para interesarle en este tipo de práctica se le puede mostrar cómo el entrenamiento en este tipo de observación le permitirá descubrir asuntos tales como la vida anterior, la nacionalidad o el oficio de un paciente». Aunque a Conan Doyle le molestó que Stevenson reconociera tan fácilmente en Holmes al doctor Bell, nunca tuvo dudas acerca de la deuda contraída con su antiguo profesor: «Es con certeza a usted a quien debo a Sherlock Holmes, y aunque en las historias cuento con la ventaja de poder situar al detective en todo tipo de situaciones dramáticas, no creo que ninguna de sus demostraciones analíticas sean en modo alguno una exageración de ciertos efectos que le he visto llevar a cabo a usted con sus pacientes». La respuesta de Bell confirma la opinión del hijo y la esposa de Conan Doyle acerca de su semejanza con el detective: «Usted mismo es Sherlock Holmes y lo sabe muy bien».

En un artículo que se publicó en 1892 («El señor Sherlock Holmes»), el doctor Bell analiza su relación con Conan Doyle y el detective y hace varias observaciones muy interesantes. Menciona el Zadig de Voltaire como uno de los primeros detectives conocidos, insiste en la importancia de observar los detalles y minucias, dice que Holmes aplica los métodos de la ciencia moderna y de la racionalidad al mundo de la investigación criminal, se alegra de que a los lectores les guste este tipo de relatos, que son capaces de hacerles pensar de una manera que no logran las novelas baratas o los periódicos sensacionalistas, y da algunas claves interesantes acerca del método de Holmes y su relación con las maneras de investigar de los médicos empíricos de la Grecia clásica.

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