El ático de Sherlock Holmes
Pero ¡estoy delirando! Qué cosa curiosa esta de ver cómo el cerebro se da cuenta de su propio funcionamiento.
Sherlock Holmes en «La aventura del detective moribundo».
CUANDO en Estudio en escarlata Watson reprocha a Holmes no saber que la Tierra gira alrededor del Sol o quién es Thomas Carlyle, su compañero de piso replica:
Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que les resulta difícil dar con ellos[241].
Esta es la célebre teoría del ático (attic) o desván de Holmes. Ahora bien, ¿es cierto que en nuestro cerebro solo cabe un número limitado de información y que conviene, por tanto, no llenarlo con cosas inútiles? Holmes insiste en el pequeño tamaño de ese ático:
El artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Solo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de estas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame, llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles[242].
Aunque un reciente experimento podría llegar a dar la razón a Holmes, al menos en lo que se refiere a las neuronas del hipocampo, la teoría de que el cerebro no debe acumular muchos datos a riesgo de no poder adquirir otros conocimientos es, en principio, contraria a lo que opinan los estudiosos de la mente, pues parece que el cerebro humano tiene capacidad para almacenar más datos de los que cualquier persona pueda recopilar en decenas de años de estudio, y que el aumento de datos crea nuevas sinapsis o conexiones neuronales que lo hacen funcionar mejor. Quienes aprenden tres o cuatro idiomas tienen menos dificultades para aprender un quinto idioma que quienes solo saben uno. El propio Sherlock Holmes da muchos ejemplos de la cantidad de conocimiento inútil que almacena en su cerebro, porque, ¿qué utilidad puede tener saber cuántas escaleras llevan al piso de Holmes y Watson en Baker Street? Y, sin embargo, en el célebre pasaje que todos los holmesianos recuerdan (como he hecho yo mismo al comienzo de este libro), Holmes reprocha a Watson no saberlo:
—Usted habrá visto muchas veces los escalones que llevan desde la entrada hasta esta habitación.
—Muchas veces.
—¿Cuántas veces?
—Bueno, cientos de veces.
—¿Y cuántos escalones hay?
—¿Cuántos? No lo sé.
—¿Lo ve? No se ha fijado. Y eso que lo ha visto. A eso me refería. Ahora bien, yo sé que hay diecisiete escalones, porque no solo he visto, sino que he observado.
¿Qué es más útil, saber que la Tierra gira en torno al Sol o que hay diecisiete escalones en la casa de Baker Street? Pueden imaginarse muchas situaciones en las que un conocimiento astronómico podría ayudar a resolver un caso[243], pero es más difícil imaginar en qué situación podría ser importante conocer cuántos escalones hay en un determinado lugar. Sin embargo, existe al menos un ejemplo en el que conocer el número de escalones lleva a la solución de un caso, aunque no por parte de Sherlock Holmes. Se trata de la novela de John Buchan Los 39 escalones, que Alfred Hitchcock adaptó al cine; en la película ese dato no llega a ser fundamental, pero en la novela sí que lo es, aunque evitaré aquí revelar al lector por qué.
La verdad es que la polémica se puede zanjar con cierta facilidad, porque contamos con una descripción de ese palacio, ático o trastero más precisa, que nos llega a través del propio Sherlock Holmes. En efecto, en una de las aventuras en las que Holmes decide sustituir a Watson como cronista (esta es otra de sus habilidades), describe su trastero mental (box-room) de una manera que, como señalan los dos grandes expertos holmesianos Baring-Gould y Klinger, contradice por completo la descripción que hizo Watson en Estudio en escarlata. Estas son las palabras de Holmes en la aventura «La melena de león»:
Ustedes sabrán, pues de lo contrario Watson habría escrito en vano, que poseo un vasto depósito de conocimientos poco comunes, acumulados sin método científico pero muy útiles para las necesidades de mi trabajo. Mi cerebro es como un almacén abarrotado de paquetes de todas clases que se han ido amontonando en su interior, y tantos que por lo general no tengo más que una vaga idea de lo que hay dentro. Yo sabía que ahí había algo que guardaba relación con el asunto. Era todavía algo muy impreciso, pero al menos sabía cómo podía ponerlo más claro[244].
Konnikova y otros estudiosos del pensamiento holmesiano han interpretado de diversas maneras la contradicción entre el pequeño desván bien ordenado de Estudio en escarlata y este caótico trastero. Las posibilidades son muchas, pues siempre podemos interpretar a nuestra conveniencia las explicaciones de ese torpe cronista llamado Watson. ¿Qué le dijo realmente Holmes en aquellos lejanos días de Estudio en escarlata? Imposible saberlo.
Mi opinión, pero es solo una opinión, es que Holmes insistió en la necesidad de tener una parte de nuestra mente bien ordenada, además de entrenada y preparada para no dejarse llevar por las intuiciones automáticas, por un desbocado «pensamiento Watson». Hacer que el cerebro sea capaz de recurrir a técnicas como la detección de signos, la recopilación de datos, la deducción o la experimentación A mí me gusta pensar que con el desván ordenado Holmes se refiere no a todo el cerebro, sino a la memoria de trabajo y al control consciente de la atención y la voluntad. Entrar en consideraciones técnicas acerca de zonas del cerebro o aspectos de la memoria o referirse a estudios neurológicos sería muy arriesgado, porque todavía hay demasiadas dudas en la investigación del funcionamiento de nuestro cerebro; basta con recordar aquella teoría del hemisferio izquierdo «lógico» y «racional» frente a un hemisferio derecho «creativo» e «intuitivo», que se popularizó hace varias décadas y que dio origen a todo tipo de desbocadas interpretaciones, pero que hoy en día ha sido descartada por los especialistas, aunque todavía sigue siendo popular en ciertos ambientes.